Cuarto Oscuro (una sensación de mierda)

Muchos argentinos íbamos al cuarto oscuro, sin poder despegarnos de esos ojos serenos del rostro de Santiago Maldonado, que durante meses llevamos en pancartas con la pregunta que reclamaba saber dónde estaba.

Política 25/10/2017 Luis Rodeiro
santiago

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Por Luis Rodeiro - Especial para La Nueva Mañana

El análisis de los resultados electorales quedará para la semana que viene, cuando las aguas se aquieten, cuando el bullicio de los ganadores se haya calmado y nos obligue a volver los ojos sobre sus datos para tratar de leerlos. Esta nota se escribe en las vísperas. Habla del acto electoral. No sé si fue un sueño o una visión anticipada en estado. Fui a votar, sí, en las vísperas. Caminaba inquieto, apesadumbrado, sintiendo que me invadía ese clima enrarecido, esa suerte de eclipse solar, que atravesaba este acto comicial, que me dejaba como en penumbras, lleno de zozobras y temores. Era una sensación. Una sensación de mierda. Les cuento.

Muchos argentinos íbamos al cuarto oscuro, sin poder despegarnos de esos ojos serenos del rostro de Santiago Maldonado, que durante meses llevamos en pancartas con la pregunta que reclamaba saber dónde estaba y que se extendió como un reguero de pólvora y que al momento del sueño- seguíamos haciéndonos. No podíamos desprendernos de la mirada de Sergio y de cada uno de los miembros de la familia atravesada por el dolor y sus ruegos de piedad, sí de piedad, especialmente a los periodistas, que se habían ensañados con ellos de una manera perversa al servicio del poder. Ataque sistemático inventando pistas falsas, divulgando mentiras. La lección simple de Sergio: “si no tienen qué decir, pongan música”. En el cuarto más oscuro que nunca, resonaba el llanto de Sergio en los brazos de un periodista que lo había dejado hablar sin agredirlo. En un rincón, no sé cómo, se proyectaban sucesivamente los rostros de Patio Bullrich; de la cristiana y diabólica Carrió; de Nocetti, el propietario del plan. Sólo gesticulaban, pero yo sabía lo que decían. No faltaba ni el Presidente Predicador, ni el Hada Mala de Buenos Aires, que ensayaban pasos de baile con música festiva interpretada por la banda de Gendarmería. Ni Otranto, haciéndose el distraído.

Muchos argentinos íbamos al cuarto oscuro, sin poder despegarnos de ese rostro dolorido pero bellamente digno de Milagro Sala, detenida arbitrariamente, humillada, ultrajada, perseguida por un emperador miserable que se presentaba como demócrata y republicano, que había jurado venganza, con el apoyo de sus pares amarillos.

Un cuarto oscuro nunca tan denso, que ponía en duda el valor mismo del voto, la impotencia de una democracia formal, que le hacía perder peso a ese pequeño papelito a depositar en la urna, que sin embargo había que meterlo, aun cuando su levedad no alterara el poder de los poderosos y sus planes de un país para pocos. Debía ser una operación simple (meter el voto en la sombra), de pocos minutos, pero se me hicieron como las siete horas que los familiares de Santiago permanecieron al lado del cadáver del Río Chubut, para que no siguieran profanando, porque no confiaban en nadie.

Mi generación votó poco, golpes y proscripción mediante. Pero las experiencias eran distintas. Íbamos con alegría, el cuarto oscuro parecía luminoso, cuando votamos en blanco o incluso a Frondizi, sabiendo en que no ofrecía ni una pizca de confianza, pero que formaba parte de una estrategia de Resistencia. O la alegría de ir a votar, en un cuarto oscuro más luminoso, por el Tío Cámpora, primer candidato peronista después de 18 años de proscripción. Tras el golpe genocida, no pude votar a Alfonsín, porque estaba en el exilio. Pero lo hubiere hecho sin duda, cuando el neoperonismo invitaba a votar por quien había firmado la orden a los militares, para el exterminio de los rebeldes. Cuando votamos por Néstor, todavía con desconfianza, cuando lo hicimos por Cristina. Situaciones distintas. Había también miradas que nos acompañaban. La de los mártires populares. La de los 30 mil. Pero era, allí en el acto electoral, era como integrarlos a una esperanza, algo que queríamos dejar atrás, manteniendo sus banderas.

Ahora es distinto. Lo ojos de Santiago, su mirada clara; el rostro digno de Milagro, que nos acompañan a votar nos inundan de presagios, de oscuros presagios. Alguien escribió en su muro de Facebook, el 18 de octubre después de la aparición -por ese momento de un cadáver- en el Río Chubut: “Desde hoy contamos en nuestro país con una vergüenza más y una libertad menos”, invirtiendo la frase del Manifiesto de la Reforma.
Muchos argentinos fueron a votar, en mi sueño de las vísperas, sin estas miradas que duelen. Despreocupados. Felices con la inflación, con los tarifazos, con el endeudamiento, con la asfixia a las pequeñas empresas, con la desocupación que crece, con la flexibilización laboral, con la represión, con la prensa basura, con la Justicia militante. Pasaban por el lado del cadáver, por frente a la cárcel de Jujuy, como si nada, sin memoria, obsesionados por el “cielo” que le prometen si son capaces de ser “emprendedores”, cagarse en el otro, en lo colectivo. El precio es alto para entrar al cielo amarillo. Putean a los negros que hacen paros para defender lo suyo y con eso le ponen palos en la rueda de la felicidad. Encontrarán natural que a los viejos les limiten los remedios; que les quiten la ayuda a los discapacitados. Ellos ya no están para aspirar al “cielo” amarillo. La entrada es para pocos. Los escogidos por empujar, pisotear al otro.

Y anoche, muchos argentinos -Santiago y Milagro, los desocupados, los excluidos, invisibilizados por la prensa amarilla-, pase lo que pase, festejaron con globos amarillos, al compás de Gilda, otra vez interpretada por la banda de la Gendarmería, individualmente como prescribe el nuevo catecismo de la religión de las promesas. Bienvenidos a la segunda fase del ajuste.
Al salir, en la puerta, me encontré con Maradona, que me miró a los ojos y me dijo: “Me duele que Argentina parezca estar adormecida”. Desperté. Faltaban dos días para votar.


Sueño compartido

El debate público en Argentina está desmadrado desde hace varios años, pero la desaparición forzada de Santiago Maldonado llevó el deterioro a un nivel superior e inesperado. Para defender al gobierno voces oficiales y oficiosas salieron a demonizar a la víctima y a los mapuches de manera desquiciada. Vocabularios que remiten a otras épocas –“terroristas”, “extremistas”– volvieron a las primeras planas de los diarios. Las acusaciones alcanzaron niveles grotescos.

En “https://www.clarin.com/suplementos/zona/facundo-jones-huala-mapuche-violento-declar-guerra-argentina-chile_0_BJneugWvl.html” un solo párrafo el diario Clarín sostuvo que a los mapuches solía apoyarlos el gobierno kirchnerista, que ahora recibían algún sospechoso “financiamiento internacional”, que estuvieron vinculados a las Madres de Plaza de Mayo y a la UBA (?) y que habían recibido entrenamiento de la guerrilla kurda y también de la ETA (otro articulista añadió a la lista a  “https://www.clarin.com/opinion/extremistas-modelo-isis-estilo-mapuche_0_HyVaSaEFZ.html” ISIS). Como el dislate parecía insuficiente, otros agregaron que recibían “https://radiomitre.cienradios.com/quien-es-reynaldo-mariqueo-el-lider-mapuche-que-pelea-por-la-comunidad-desde-inglaterra/” dinero de Inglaterra y un dirigente del PRO sumó entrenamientos “http://enestosdias.com.ar/1036-para-el-pro-kurdos-y-guerrilleros-de-colombia-e-irlanda-apoyan-la-ram” con el IRA, las FARC y “el narcotráfico”.
El dato de que irlandeses y colombianos hayan abandonado las armas no fue obstáculo para el disparate.

En el pico del desquicio, Alfredo Leuco se paró frente a una cámara para anunciar que quienes preguntan por el paradero de Maldonado “https://www.laizquierdadiario.com/Leuco-y-el-lenguaje-de-los-genocidas-Nos-han-declarado-la-guerra” “nos han declarado la guerra”, por lo que “tenemos que estar prepara preparados para defender la democracia con nuestras mejores armas”. (Ezequiel Adamovsky, Revista Digital Anfibia).


Microfascismo

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(Lo que le pasó a la orquesta Fernández Fierro cuando en un recital en Munro, Buenos Aires, pidieron por la aparición de Santiago Maldonado)
“La mitad de la gente, sin exagerar, se paró como si hubiera un resorte en las butacas y empezó a insultarnos (…) se armó una especie de estampida de gente, yéndose indignada y a las puteadas. Quedamos perplejos y desesperanzado, pero por suerte se acercó una persona para darnos ánimo, un funcionario de área de cultura y nos dijo: Yo no estoy ni a favor, ni en contra”. (Citado por Ezequiel Adamovsky, Revista Digital Anfibia).

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