Selección: la Basura debajo de la alfombra

La selección argentina enfrentará a Perú mudando la localía: se dejará la cancha de River para jugar en la cancha de Boca. ¿Qué se pretende? ¿Lo de afuera es más determinante que lo de adentro? Nadie habla de jugar mejor, sino de que los hinchas deben presionar.

Deportes 19/09/2017 Eduardo Eschoyez
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En las épocas de crisis, tenemos la tendencia a decir que la gente no cree en nada. En realidad, la situación es más grave porque no es que no se crea en nada: se cree en cualquier cosa y eso es peor.
Nuestro fútbol, primermundista en algunos aspectos y desnudo de sustento en otros, gira y ve pasar el tiempo creyendo que aún somos los mejores. Vemos a Maradona levantando un trofeo en un póster o a Messi dejando a los rivales como conos, y nos alcanza para mandar la basura debajo de la alfombra. Pues resulta, queridos amigos lectores, que la alfombra está resultando insuficiente…. Por más que nos neguemos a asumir la realidad, para remontarnos a la última selección nacional ganadora tenemos que bucear en equipos que ya presentan tonito sepia.
O sea, carecemos de la capacidad para advertir que gestionamos, ofrecemos y consumimos un “producto fútbol” de la más absoluta discreción. Que tiene algunos buenos jugadores, pero que cada vez nivela conceptualmente más abajo.

Ahora, estamos justito ante uno de los hechos que debería movernos el amperímetro: Argentina, la que tiene a Messi; la de los hinchas que contagian pasión (y locura); la que está (o estaba) regada de potreros factorías de jugadorazos, está en un riesgo mayúsculo de quedar afuera del Mundial de Rusia 2018, algo que para muchos es difícil de creer.

¿Especulamos? Anote: “los intereses se van a encargar de que Argentina llegue a Rusia, porque nadie en su sano juicio dejaría afuera a un factor de negocio tan importante”; “Messi, solito, ya justifica la activación de una rentabilidad asegurada”; “A la Fifa le conviene más que entre Argentina, que otro equipo”.

Mientras tanto, en el laboratorio de la AFA, todo el mundo anda con la calculadora en la mano. Hay que ganarle a Perú de local y listo. Ahá… ganarle a Perú. ¿Cómo? ¿Entrenando más? ¿Mejorando los pases? ¿Ajustando los desacoples? ¿Coordinando bien las transiciones? ¿Interpretando mejor la relevancia de la movilidad en el campo? ¿Esperando que Messi gambetee hasta los choripaneros y haga goles? ¿O la solución tendrá que ver con la rebelión futbolera que despierte a algunos muchachos en los que el entrenador confía, y en la cancha son fantasmas?

La respuesta, miren ustedes, no está allí. No señor, la llave radica en la elección de la cancha. O sea, la cancha de Boca, escenario ya definido para recibir a Perú, es más adecuada que la de River, donde el equipo nacional empató con Venezuela hace unas semanas y, según se entiende, no se siente cómodo por la apatía de una tribuna que carga con el antecedente de algún silencio atroz.

El simple hecho de focalizar en la cancha y no en administrar los recursos humanos para elevar el nivel de juego, ya es una situación que desacomoda. ¿Qué le da la cancha de Boca a la selección, en términos psicológicos? ¿Acaso no se tiene en cuenta que la presión, tan ponderada ahora, puede volverse en contra si a los 15 minutos nuestro equipo no le va ganando a Perú?
La determinación de mudar el escenario y ejercer la localía en una cancha más epidérmica, es un acto de resignación. La AFA nos está diciendo que no se puede jugar mejor y que se apuesta a que lo de afuera resuelva los problemas de adentro. No es importante darle la pelota a los compañeros, sino que los hinchas se hagan sentir...

Nos preguntamos: las presiones por el abismo tan temido ¿están sacando de foco a Jorge Sampaoli? Esta decisión (de él, de los jugadores o consensuada) desmiente sus antecedentes. Los ningunea de una forma que asombra. Un entrenador que confía en un método, jamás podría estar atento y susceptible a un detalle así. Porque si lo prioritario es que los peruanos sientan el griterío, ya no será importante entrenarse con rigor y planificar; sólo tendrá sentido dónde se sientan los muchachos en el bondi o qué color de calzoncillos deben usar, según rezan los mandamientos de Carlos Bilardo.

Hace unos años, el fútbol de Córdoba tuvo en el arco un muchacho excepcional y buen arquero: Rubén Del Olmo. Él, como muchos otros, acudía a visitar a una virgen en la previa a un clásico y allí se conectaba con su fe. La duda era la siguiente: si los jugadores de todos los equipos hacían lo mismo, pobre virgen ¿a quién escucharía? ¿A quién ayudaría a ganar? Del Olmo paró la pelota: “no le pido ganar; pido no lesionarme”.

Si el fervor del público de la cancha de Boca logra que Argentina juegue mejor, o si 60 mil personas alentando son más determinantes que la capacidad técnica y táctica del equipo, habremos dado un paso fundamental. Pero no sólo hacia Rusia, sino hacia una contradicción histórica: de ser aspirantes a los mejores del mundo y defensores del juego de alta calidad, pasaremos a integrar el club de los improvisados que entiende que lo importante no es ganar, sino que pierda el otro.

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