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En diálogo con La Nueva Mañana, el director Renzo Blanc ahonda sobre los procesos y las búsquedas que conforman Los Pasos, su primer película que se puede ver en el Cineclub Municipal.

Ed Impresa 07/03/2020 Iván Zgaib
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Los pasos es, una película abocada a componer artesanalmente un tipo de percepción. Foto: gentileza

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Especial para La Nueva Mañana

Los pasos, el film debut de Renzo Blanc, podría pensarse rápidamente como otro drama de encierros que habita el cine argentino contemporáneo: el tipo de historias mínimas (tironeadas por amigos en crisis o familiares que se roban el oxígeno unos a otros), cuyos paisajes naturales tienden a ser los pasillos opresivos de casas viejas o departamentos oscuros erigidos en durlock. La mirada, casi siempre, resguarda un apego colosal por lo microscópico. La contemplación, el faro ante todo.

En esa burbuja, la protagonista de Blanc vive el paso aplastado del tiempo: da turnos de masajes, cuida a su madre, observa cómo su hermana hace planes para abandonar la casa. Pero lo que distingue a esta película del montón (su pequeño hallazgo personal, digamos) es la composición de un punto de vista claro, sostenido con tenacidad de principio a fin. 

El primer plano adelanta esa mirada dislocada: una imagen en relación íntima con el cuerpo, apegada a los omóplatos de una vieja y su piel curtida por los años (llena de surcos y mesetas, lunares y constelaciones de pecas). A su modo, es el paisaje del film. Si María, la protagonista, se dedica a hacer masajes, la cámara se compromete a reencuadrar los cuerpos como si ella misma fuera una mano presionando sobre ellos.

Los pasos es, en ese punto, una película abocada a componer artesanalmente un tipo de percepción. Crea planos incompletos (con cuerpos recortados y rostros con escaso protagonismo) y juega con sonidos que no figuran en el plano visual. Esa es su hazaña, pero también una parte de sus limitaciones. La profundidad trunca del drama de la protagonista corre el riesgo de reducir la película a un ejercicio formalista (abstracto, cuando no arbitrario). Lo cual no quiere decir que sea necesario domesticar el film con una narración estructurada, pero sí afianzar cómo y por qué su punto de vista formal cobra pertinencia para el universo que observa.

En diálogo con La Nueva Mañana, Renzo Blanc ahonda sobre los procesos y las búsquedas que conforman este film, cuyas funciones serán hoy viernes a las 20:30 hs en el Cineclub Municipal Hugo del Carril y el jueves 12/03 a la misma hora en el Cineclub La Quimera.

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Si María, la protagonista, se dedica a hacer masajes, la cámara se compromete a reencuadrar los cuerpos como si ella misma fuera una mano presionando sobre ellos.

¿Cómo surge la idea de la película?

- De ver películas que me conmovían profundamente y de preguntarme por qué esas películas me marcaban de esa manera. La idea fue indagar en eso y en una necesidad de llevar adelante una exploración formalista antes que contar un gran trama con una estructura clásica.

¿Cuáles eran esas películas?

- Mouchette de Bresson, Madre e hijo de Sokurov, Jeanne Dielman de Akerman, El espejo de Tarkovsky. Ahí aparece una equiparación entre la imagen y el sonido, tienen la misma relevancia. Entonces encontré un punto importante para empezar a trabajar: surgió la idea de pensar cómo el sonido incide en el plano visual, incluso cuando lo que escuchamos no se ve en pantalla. El director Robert Bresson habla de relevo: el sonido y la imagen no deben prestarse ayuda, sino trabajar cada uno en su turno en una especie de relevo. Ese concepto fue trabajado en cada una de las escenas de Los pasos. La idea era que el sonido no siempre quedara relegado a lo que se ve ni que se limitara a explicar la imagen, sino que tuviera su propio peso. Y en ese proceso, encontrar modos particulares para que la dimensión visual y auditiva construyeran el punto de vista de la protagonista. Cada escena es un plano que se complementa con un contraplano sonoro (con lo que se escucha, pero no se ve en la imagen). Cada encuadre evidencia un espacio más grande.

Ese punto de vista también se aproxima de manera particular al cuerpo: recortándolo, haciendo foco en las pieles. ¿Por qué decidiste que esa era la forma de acercarte a los personajes?

- Más que contar una historia, la película busca contar el estado de la protagonista. Y en eso había que registrar la experiencia perceptiva del personaje. El encuadre se enfoca al nivel de sus ojos o de sus manos (eso define la altura de la cámara). Este personaje habla muy poco y tiene un modo de comunicarse a través de lo que hace, a través del cuerpo.  Como es masajista, aparece también la intención de filmar las pieles, de ver el paso del tiempo en esas pieles. Eso nos permitía jugar con algo muy táctil y sensitivo, vinculado al volumen y la textura de esos cuerpos. La mirada de María estaba puesta ahí y eso lo volvía importante para nosotros.

Y en relación al estado del personaje, ¿cómo lo definirías?

- Yo fui criado en un pueblo muy chico por mi madre y mi abuela y creo que ese universo influye sobre la película: el de los lugares chicos, sus formas de relacionarse y los pasos que debe seguir cada integrante de una familia. Parece estar todo predeterminado. Y el estado de María tiene que ver con eso: se da cuenta que su madre no está pudiendo sola. De repente ve el paso del tiempo en su piel, en su cuerpo. Y si la hermana se muda, ella se queda ahí encerrada en la casa. Por lo pronto, esa era la sensación. Construir la densidad de un tiempo adentro de esa casa, donde hay tres personas acostumbradas a vivir solas y una de ellas decide salir del núcleo familiar. Eso desestabiliza toda una parte emocional muy grande. 

 

 

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