La Cumbrecita, entre paisajes que se abren al turismo alternativo

Esa fama de pueblito peatonal pionero, delineado entre pinos y abetos con aires alpinos, hoy la interpela sobre una oferta turística y un visitante consciente en contra de la erosión de su encanto.

Turismo 23/03/2019 Miriam Campos Miriam Campos
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Esa fama de pueblito peatonal pionero, delineado entre pinos y abetos con aires alpinos, hoy la interpela sobre una oferta turística. Foto: Miriam Campos

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“Es el pueblo donde todo el mundo quiere venir, todo el mundo se quiere hospedar y todo el mundo, aunque sea por un momento, se quiere quedar a vivir. Lo que pasa es que si no lo cuidamos, no protegemos la reserva, en un par de años va a dejar de existir lo que hoy es La Cumbrecita”, dice así, sin vueltas, Roberto Molina, que apoyado sobre el marco de la ventana del negocio, enfatiza las palabras cortando el aire con sus manos.

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La Capilla se construyó con materiales de la zona en el año 1967 con el fin de que permanezca abierta a todos los credos.  Fue diseñada por el propio Cabjolsky. Foto: Miriam Campos

Roberto tiene una agencia que promociona el turismo alternativo, ése que plantea una interacción con el entorno pero causando el menor impacto posible sobre la naturaleza. El emprendimiento está a veinte pasos del “maibaum” -árbol de mayo-, se trata de ese típico poste de madera, que ubicado en un lugar visible de los pueblos centroeuropeos, describe con pinturas las características tradicionales de sus pobladores. El de La Cumbrecita es un relato de nacionalidades: Alemania, Suiza, Austria, Francia y así en sentido ascendente. Pasa que el pueblo le debe su impronta a Helmut Cabjolsky, un alemán que a principios del siglo pasado compró 500 hectáreas de sierras casi inaccesibles, un sitio al que los lugareños llamaban La Cumbrecita. Es así que la fundación de la “joya” tiene datos precisos: 7 de septiembre de 1934, justamente la fecha que figura en el boleto de compraventa.

El “maibaum” de este pueblito serrano, casi solapado pero erguido en una esquinita de la calle principal, es una historia breve del primer pueblo peatonal del país, el que -bien al estilo alemán-, separa lo “bio” de los plásticos y el que entre esas construcciones de arquitectura alpina, flores y montaña tupida forjó su fama.

Orlando, el hombre de las flores

“Antes para llegar a la comuna demoraba veinte minutos, ahora una hora. Bajo, riego, planto. Siempre regalo flores, quiero que se vayan por todos lados y quiero que me regalen semillas”, dice Orlando Giménez, mientras presiona con un dedo la punta de la manguera para el agua alcance a las plantas más alejadas. “Siempre me salen ideas, estoy pensando muchas cosas para hacer pero solo me falta el tiempo”, se lamenta Orlando, que tiene 77 años y es un paisajista, aunque todos en el pueblo lo conocen como el jardinero de la comuna.

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Gracias a Orlando, La Cumbrecita luce sus canteros de dalias, pensamientos y lavanda que hoy se ven en las calles .  Foto: Miriam Campos

Orlando trabajó desde los 16 años para Helmut Cabjolsky, cuando éste subió la montaña para ir a buscar a su padre y ofrecerle trabajo en el invernadero de su casa. Allí, Orlando descubrió que su lugar eran los jardines. No tiene registros, pero fue él quien armó los numerosos canteros de dalias, pensamientos y lavanda que hoy se ven en las calles de La Cumbecita, esa impronta colorida fue surgiendo de las pruebas con bulbos de flores que hacía Orlando. Las semillas de dalia, con el tiempo, las fue tirando en varios lados, “para que crezcan solas”, y llegó a tener en su casa, arriba en las sierras, uno de los jardines más bonitos de la zona que todos comentaban.
Hoy Orlando está jubilado pero cada día sigue bajando desde el cerro para ir a regar las plantas, “armo plantines para regalar”, cuenta y se entusiasma con el nuevo proyecto que ronda en su cabeza, quiere que los visitantes le traigan plantitas de otras provincias que pondrá en su casa con un cartelito indicando de dónde vienen. Es un plan que tengo con los visitantes dice y confiesa: “Pasa que lo mío, sin dudas, son la flores”.

Explotar el turismo, pero cuidando el medio ambiente

Cada año, La Cumbrecita recibe alrededor de 300.000 mil visitantes y ese paisaje de cuentos la cotiza como destino turístico tanto en verano como invierno, por lo que al menos, el 90% de su población -que no supera las 1.100 personas- vive directa o indirectamente de la actividad turística. Tal vez ahí, comienza el dilema que tanto preocupa a Roberto Molina cuando se lo escucha: el crecimiento del pueblo y el impacto de la construcción con fines turísticos. “No está mal el crecimiento, es inevitable, no está mal construir, lo que está mal es que los inversores, que muchos no viven acá, no tengan reparos en arrancar una planta sin prever el impacto cuando construyen”, indica el guía.

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El paisaje del pueblo  ofrece oportunidades para practicar trekking, río subterráneo y cabalgatas. Foto: Miriam Campos.

Desde otro lugar y mirando un aspecto distinto, Juan Busaniche, del área de la coordinación de turismo alternativo dentro de la dirección de Turismo de la comuna, se muestra entusiasta sobre el proyecto de un plan que regule el turismo alternativo en la zona: “Queremos posicionar a La Cumbrecita como destino por excelencia de este tipo de turismo, es importante la capacitación de los guías para dar seguridad a los visitantes que quieren hacer senderismo, trekking, río subterráneo y cabalgatas”. Lo que describe Busaniche es una avanzada de este pueblito que ahora ofrece a sus visitantes, la experiencia de meterse en las cavernas siguiendo el recorrido de un río, o el senderismo de bajo impacto, que busca la contemplación de las sierras, la fauna, la vegetación pero alterando lo menos posible ese ecosistema para que otros puedan también disfrutarlo. Esto requiere de un turista sensible, consciente de los desechos que produce y sobre todo, que empatice con la importancia de cuidar el lugar que recorre.

El coordinador de Turismo Alternativo destaca además que el pueblo desarrolló el servicio de hotelería y gastronomía pero faltan prestadores de actividades, La Cumbrecita tiene un entorno favorable para actividades de escalada, Boulder, rapel, y hasta experiencias similares a la espeleología, un atractivo para quienes se sienten atraídos por el goce de la naturaleza a través de este tipo de actividades. Aún faltan los guías habilitados para avanzar en este terreno y es lo que Busaniche intenta articular.

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 La Cumbrecita tiene un entorno favorable para actividades de tirolesa, escalada, Boulder, rapel, y hasta experiencias similares a la espeleología.Foto: Miriam Campos.

Sabores centroeuropeos

Cualquiera sea la manera que uno elija llegar a La Cumbrecita, hay que estar dispuesto a caminar. El arribo puede ser a través de un bus conectando en Villa General Belgrano o en auto, que se estaciona en la entrada del pueblo, porque justamente, este espacio de las sierras lleva a sus visitantes a recorrer las calles de tierras y adoquines, que guían hasta las lagunas y el encanto de cascadas, solo a pie.

El alojamiento en el lugar es un abanico abierto: cabañas, camping, hosterías o incluso, según disponibilidad monetaria, suits con jacuzzi incluído para después del senderismo. La Cumbrecita no destaca por los platos propios de Calamuchita, sino que su gastronomía es un acercamiento a los sabores de tradición centroeuropea: sauerkraut –chukrut-, salchichas artesanales, spätzels –pasta hecha a base de harina y sémola-, sin dudas la cerveza local –helles, pilsner, dunkles, weissbier- y la variedad de pastelería con impronta europea y matices de la “tradición criolla” -como dicen en el pueblo para referirse a los nativos y los descendientes de inmigrantes de fines del siglo XIX-, que heredaron muchas familias descendientes de los “pioneros”, esa mixtura que se revela en la identidad de este rincón de las sierras.

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