Córdoba Por: Natalia Guantay 26/06/2018

Fundación Las Omas: unidas por el espanto y el amor

En Chacras de la Merced, un grupo de mujeres -varias de ellas víctimas de abusos y violencia de género- ayuda a otras y a su entorno a mejorar su calidad de vida a través de la contención y la capacitación. Historias de resiliencia.

Alida Weht, presidenta de la fundación en pleno trabajo. Foto: Mariano Paiz
Alida Weht. Foto: Mariano Paiz
Lucíala afirma que la fundación fue su “salvavidas”. Foto: Mariano Paiz
Alida sostiene a Néstor. Foto: Mariano Paiz
Alida Weht. Foto: Mariano Paiz
Verónica, mamá de Néstor. Foto: Mariano Paiz

En el kilómetro 6 ½ del Camino a Chacras de la Merced el aire huele a tierra mojada y a pan recién tostado. En el interior de un salón un grupo de mujeres respira ancho con los brazos abiertos como saboreando un acto tan normal y cotidiano como el de respirar, intercambian abrazos, se miran y sonríen. Se vieron ayer pero el ritual igual se repite y entre tanto barullo apenas se distingue la voz finita de Néstor, el hijo de tres años de ‘la Vero’, que es un poco el hijo de todas.
Ella llegó a Fundación Las Omas hace tres años, cuando después de ser víctima de violencia de género encontró un lugar “para volver a ser, para hablar de las cosas que duelen y que por dolor preferimos ocultar” cuenta con lágrimas en los ojos pero sin perder la sonrisa, mientras arma las empanadas que venderá al mediodía. “Esta es mi segunda familia, podemos tener diferencias pero siempre estamos para ayudarnos. Los fines de semana cuando no las veo, las extraño. Él lo sufre más porque todas lo malcrían”, dice refiriéndose a Néstor que se entretiene haciendo garabatos en los brazos de Alida Weht, presidenta de la ONG.

Alida sostiene a Néstor. FOTO: MARIANO PAIZ


“Conocer estas realidades marcó un antes y un después en mi vida. En Las Omas me encontré con corazones totalmente abiertos, solidarios, que desde lo más inocente e ingenuo brindan todo sin tener ni pedir nada. Las Omas es un lugar donde aprender a vivir de otra forma, un cambio de actitud ante la vida, la posibilidad de estar en lo simbólico y en lo emocional mucho más que en lo material”, resume Alida, quien es madre de Florencia y Nehuén, guía de turismo profesional y hoy cursa el segundo año de la carrera de Trabajo Social en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC).

A la charla se suma Lucía, una joven de 30 años madre de cinco hijos (mellizos de 6, gemelos de 9 y una nena de 10 años) para quien la fundación fue su “salvavidas”. “Sufrí violencia de género durante mucho tiempo y me costó salir. A raíz de los golpes terminé con traumatismo de tórax, cráneo y perdí un embarazo. No tenía ni ganas de asomarme a la ventana. Vivía con mis hijos en una piecita de 4x4, techo de chapa que se llovía, dormíamos todos en una cama de una plaza. Un día llegó Alida y cuando vio las condiciones en las que estaba me dijo ‘te vamos a sacar de acá’. Y así fue. La Fundación organizó una campaña y gracias a la colaboración de muchas personas hoy tengo mi propia casa”, comparte en diálogo con La Nueva Mañana.
“A raíz de la contención que recibí salí de la depresión, volví a tener ganas de asomarme a la ventana, pensaba que no sabía hacer nada y descubrí que puedo hacer todo lo que me proponga, desde cocinar hasta confeccionar y arreglar ropa. Acá me enseñaron que puedo”, agrega.

Lucíala afirma que la  fundación fue su “salvavidas” FOTO: MARIANO PAIZ



Mabel (56) es otra resiliente. Hace más de 20 años, el maltrato físico y psicológico por parte de su ex pareja la condujo a un intento de suicidio, debió separarse de sus hijos durante tres meses pero logró recuperarse.
“Mi casa era un desastre. Si yo defendía a mis hijos, él me pegaba a mí; si mis hijos me defendían, les pegaba a ellos. Sentía que no podía con mi vida, creí que la única solución era desaparecer y por eso intenté electrocutarme. Mi familia no me ayudó. Recibí el apoyo de un matrimonio amigo que me llevó a su casa, me dio trabajo cama adentro y tratamiento psicológico, y cuando estuve mejor fui al Juzgado de Menores a pedir la custodia de los chicos”, cuenta e inmediatamente mira a su nieta de siete años, que juega en la plaza del barrio. Y agrega: “Hoy no me quitaría la vida por nada del mundo. No te voy a mentir, pasan cosas tristes en mi familia y me duele ver situaciones que yo he sufrido pero por suerte los tiempos cambiaron, ahora la gente no mira a un costado. Ninguna mujer tiene que tapar lo que le está pasando, sentir vergüenza o miedo a separarse, yo lo hice teniendo cinco hijos, dos de ellos muy chiquitos. Ningún hombre te puede atar”.

Las Omas es una organización no gubernamental integrada por mujeres que ayudan a otras mujeres a mejorar su calidad de vida y la de su entorno a través de la contención y la capacitación. Todos los segundos viernes de cada mes la fundación organiza ferias en las que vende ropa, calzados, juguetes, libros, entre otros elementos en desuso pero en buen estado, para recaudar fondos que les permite afrontar los gastos de materiales y salarios docentes.

Un lugar donde aprender a vivir

En Las Omas las mujeres tienen rostros de superación y esperanza. Primero las unió el dolor, hoy el amor y las ganas de hacer. El sueño compartido comenzó en 2011 de la mano de Alida, una mujer oriunda de barrio Jardín Espinosa de la Capital cordobesa que se radicó hace nueve años en esa zona y se propuso hacer algo por aquellas madres que a diario recorrían entre tres y cuatro kilómetros para llevar a sus hijos al jardín de infantes sin recursos económicos para volver a sus casas. “Empecé a ver que en lugar de dejar a los nenes y tomarse un colectivo, las mamás se quedaban en la plaza del barrio soportando temperaturas bajo cero a veces con bebés en los brazos. Comprar dos cospeles era imposible para los bolsillos. Ahí fue cuando surgió la idea de acondicionar una cocina del salón comunitario para enseñarles algún oficio”, recuerda.

“Una vez que comenzaron a sumarse a los diferentes talleres (hay de tejido, pintura, muñequería, peluquería, serigrafía, moldería industrial, diseño de indumentaria, entre otros) en los que traían sus propios saberes y despertaban otros, entendí cuáles eran los verdaderos motivos por los que las mamás se quedaban. Muchas de ellas eran víctimas de abuso sexual y violencia de género por parte de sus parejas, algo que estaba prácticamente naturalizado, y si volvían a sus casas con los niños imponían cierta barrera al abusador”, explica.
Fue ahí cuando “sumamos especialistas en Derechos Humanos, algo que estas mamás desconocían por completo hasta el punto de preguntar en qué país existía eso. Nos enfrentamos a otro problema. A medida que hablábamos de igualdad empezamos de lidiar con la violencia mucho más a menudo, porque cuando una mujer descubre que puede cambiar el chip del ‘soy inútil’ se para de otra forma en su casa y se encuentra con hombres que no quieren perder su lugar de privilegio, pero ya hay una decisión en ellas”.

Verónica, mamá de Néstor. FOTO: MARIANO PAIZ



La voz se fue corriendo y de las 20 mujeres que comenzaron siendo en 2011, pasaron a 82 en 2017. “El grupo crece y se fortalece porque acá encuentran un lugar de contención, formación y producción permanente sobre la base de lo que les gusta, de lo que ellas mismas eligen. Encuentran un oído atento, un mate, un abrazo y sienten que llegaron a casa”, dice emocionada. Y añade: “Cuando una mujer se da cuenta que puede no hay quien la pare. El ‘yo puedo’ es una frase poderosa en todos los ámbitos de la vida”.

Los interesados en colaborar con donaciones pueden comunicarse con Alida llamando al 351-6522510.


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