Cascada de Olaen: un paseo imperdible en el valle de Punilla
Inmersa en la Pampa del mismo nombre, este lugar ofrece postales que incluyen cóndores, sierras y uno de los saltos de agua más emblemáticos de la provincia.
Especial para La Nueva Mañana
Hace bastante tiempo que quería conocer la Cascada de Olaen, y por algún motivo siempre quedaba postergada. Hasta que hace unas semanas atrás, los astros se alinearon y allá fui.
Inmersa en el valle de Punilla, en una gran región conocida como la Pampa de Olaen, a unos 1000 metros de altura sobre el nivel del mar, este lugar me sorprendió de principio a fin.
Para llegar hay que dirigirse por la Ruta 38 en dirección a La Falda, pero antes de arribar a la ciudad, en el kilómetro 42 se debe desviar por un camino de ripio que lleva también a Estancia La Candelaria.
Este camino es necesario hacerlo despacio ya que en tramos no está en muy buen en estado. Son aproximadamente 20 kilómetros que se recorren en unos 40 minutos. ¡Pero el recorrido puede tener paradas inesperadas!
Entrando en la Pampa de Olaen
Al ingresar por esta calle, el paisaje te envuelve: grandes llanuras de una vegetación que va mutando entre el verde y el marrón, pastizales, monte alrededor del camino y las sierras rodeando todo. Alguna que otra casa en lo que parecen ser estancias donde el ganado vacuno y ovino tiene espacio de sobra en las extensas planicies.
La Pampa de Olaen es una postal en cada rincón, hasta donde llega la vista, pero como les dije también te da sorpresas. En una bifurcación del camino, la que va hacia la cascada, un grupo de cóndores y jotes me dio la bienvenida. A lo lejos no se distinguían bien, pero era un grupo numeroso de aves grandes. Hubo que detener el auto para apreciar semejante espectáculo.
El rey de los cielos escudriñaba el paisaje de la Pampa de Olaen y se mostraba en todo su esplendor. Confieso que nunca los vi tan cerca, ni siquiera en el Parque Nacional Quebrada del Condorito. Había machos y hembras adultos y también jóvenes que aún conservaban su plumaje marrón. Uno de ellos, probablemente el más curioso, pasó casi por arriba de mi cabeza. El vuelo del cóndor tiene algo mágico para mí, me produce una mezcla de paz, respeto y admiración.
Llegando a la cascada
El camino ya era un espectáculo en sí mismo. Pasé por una antigua capilla y al costado de ella estaba el cartel indicando la dirección a la cascada. Un grupo de colas de zorro tupidas custodiaban las márgenes de la calle, y hasta algunas invadían el camino.
El predio
Al llegar al predio, hay que abonar el estacionamiento: en un fin de semana de temporada baja están cobrando $ 800 por vehículo. Eso incluye aparte de la entrada y el estacionamiento, el servicio de baños, mesas y bancos.
Una inmensa explanada de césped, con árboles añosos que dan buena sombra, es lo primero que se ve del lugar. Más abajo, el río Olaen fluye tímidamente entre rocas grandes y planas, nada hace imaginar el paisaje que ofrece más adelante la cascada.
Para llegar a ella hay que dirigirse a un sendero contiguo, de unos 250 metros, que rápidamente presenta un descenso por una escalera de piedra. Hay que hacerlo con cuidado y es importante tener un calzado adecuado para no resbalarse.
El rugido de la cascada se empieza a sentir y la ansiedad me hace asomarme para tener una primera impresión. Desde arriba se ven dos grandes saltos por donde el agua cae con fuerza moldeando las piedras. Al ir bajando, se puede ver la gran olla donde se deposita todo el caudal de la cascada. Se estima que tiene unos 30 metros de diámetro y, por lo que vi desde la superficie, pareciera tener partes profundas.
Allí el agua está calma, como si el río descansara de semejante recorrido. Es otoño y el agua está fría, pero ya pienso en volver en verano para disfrutarla.
Una vez que se llega a la base, se puede ver la cascada de frente, con tres grandes saltos bien marcados, pero con varios más que le otorgan una belleza única. Los altos paredones de piedras la hacen imponente.
La tarde se pasa rápido en este lugar. Mientras me quedo contemplando la cascada siguen apareciendo distintos lugareños: jotes, gavilanes, halconcitos y hasta un águila mora. Sin dudas, también es un lugar recomendado para quienes hacen avistaje y fotografía de aves.
La Cascada de Olaen fue una grata sorpresa. Una conexión necesaria con la naturaleza, en un paisaje particular, y me voy con el deseo de volver cada vez que pueda.
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