País 11/05/2021

"30 segundos": la emotiva carta del investigador del Conicet que murió por Covid-19

"Mientras me enfermaba el covid encontré algo en estas salas, en estos corredores, en la mirada de esta gente", escribió a minutos de ingresar a una sala de terapia intensiva.

"Tengo 75 años. ¡Carpe diem para nosotros todavía!". - Foto: gentileza.

El investigador del Conicet Hugo Míguez, experto en epidemiología psiquiátrica, escribió una breve carta a minutos de ingresar a una sala de terapia intensiva del Hospital Italiano de Buenos Aires para ser intubado.

"Mientras me enfermaba el covid encontré algo en estas salas, en estos corredores, en la mirada de estas gentes", escribió. El texto, en el que el hombre, de 75 años, buscó dar cuenta de lo que vio durante su internación, se convirtió en un testimonio de lo que está sucediendo en los hospitales durante la pandemia, y los modos en que trabajadoras y trabajadores de la salud enfrentan el día a día y acompañan a quienes atraviesan cuadros graves.

Míguez, quien falleció el 20 de abril por un cuadro de covid-19, escribió un relato en el que destacó el papel de los intensivistas y su necesidad de tener "30 segundos lúcidos". 

Busco dejar algo de lo aprendido en estos días de aislamiento, búsqueda de aire, revisión de sentido bajo la pandemia. Algo. Lo que pueda”, explicó al inicio de la carta el investigador, graduado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, que fue docente, investigador, y consultor de organismos nacionales e internacionales.

Durante su internación, escribió Míguez, encontró “algo en estas salas, en estos corredores, en la cultura de estas gentes. Una cultura”, en la que distinguió “un pathos”, y “una emocionalidad antigua. Comprometida. Algo yaciendo silente, a la par de la ciencia y la tecnología”.

"¿Qué significa descubrir una cultura en el Hospital Italiano en medio de un ataque como este?", se preguntó Míguez, un instante antes de responderse que “mucho”. “Significa, contra lo que podría pensarse, que no es el resultado de muchísimas personas. Con roles marcados, tecnicaturas, profesiones, saberes, tecnologías, destrezas”, anotó, poco antes de destacar la carga profundamente humana de la situación que atravesó.

Gracias a sus trabajadoras y trabajadores, el hospital en el que estaba "es una matriz acogedora, extraordinariamente cálida y vivificante”. “No es una nave científica que va a Marte. No. Esta va a la región más desolada de tu cerebro. Al caldo primordial de donde alguna vez nos arrastramos sin conciencia. Al lugar desde donde nos asusta el final del Covid llevándose nuestro aire”, y también “va al lado oscuro de tu cerebro para transformarse en una llamita con algo de calor y luz”.

Míguez recordó que, en un momento de agravamiento de su cuadro, cayó desmayado "por la falta de aire y la desesperación” y quedó “entrampado entre los muebles de la sala”. En ese momento, "unas manitas de enfermera tiraban de mí, Bibi”. "Braceando como pudo me alcanzó. Me abracé a ella y me di cuenta de que no estaba en un páramo sin vuelta atrás”, porque “cuando crees que ya perdiste todo escuchas el braceo enérgico de la que podría ser tu hija llegando hasta vos”. Esas manos “me acostaron, me calmaron, me dieron su aire”.

"Llegué dispuesto a evitar prolongaciones que arañen dos meses más de sobrevida a costa de desesperación. No rasguñar las piedras para mí. Bernardo y otros médicos me escucharon. Luego me pusieron una mano en el hombro y se hicieron cargo de mí. No tengo hermanos. Esto ha sido lo más próximo que he descubierto de esa relación. Me protegió. Llamó todos los días a mi hija que amo y la contuvo", detalló Míguez.

"Las manitas de Bibi, el desborde humanista y contenedor de Bernardo, la dulzura de la kinesióloga, la gente que te ayuda de todas las formas porque son una cultura que dice que sos valioso. Seguramente es cierto. Pero es porque te quieren desde lo más básicamente humano”, escribió en un celular Míguez. Salir de la enfermedad o el modo de hacerlo, reflexionó, no le preocupaba “tanto”. “Y dicho con humildad. En serio. Saldré con paz y con cariño. Está muy bien. Tengo 75 años. ¡Carpe diem para nosotros todavía!".

La carta concluye con un reconocimiento al personal que lo asistió durante su internación: "Me iré bien. Este hospital y su gente estará también en esos 30 segundos. Gracias, gracias, gracias".

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