El Kempes sin gente y la sensación de vacío de la nueva normalidad
Talleres empató con Lanús a puertas cerradas, con protocolos que se imponen por sobre la pasión del hincha. Crónica de una experiencia donde faltó un condimento imposible de reemplazar.
Y no es lo mismo, es la verdad. El recinto más grande de Córdoba, el imponente Mario Kempes, luce sin corazón cuando no tiene hinchas en sus tribunas. Y por más que la ansiedad y la abstinencia jueguen también su partido luego de casi ocho meses sin fútbol, es evidente que el estadio respira con pulmones artificiales y no por razones naturales. Suma, pero no tiene el mismo sabor, como ese vino añejado y vencido. Sin dudas, el ingrediente indispensable del deporte de la pelota fue, es y será la gente.
Ya camino al Kempes, el hecho de que no existan embotellamientos y uno pueda avanzar sin tocar bocinas y sin largas esperas en las esquinas es como un cambio de clima, un paisaje inconcluso. En la rotonda previa al acceso principal no hay autos con banderas, ni manos que salen del vidrio ni cantos desafinados, ni caminatas interminables de hinchas que tuvieron que estacionar a varias cuadras para estar cómodos. Faltaba el paisaje fundamental. Y solo los tambores en reclamo de los empleados de Utedyc a una deuda salarial de Talleres (litigio que continuará en la semana) fue lo más parecido a un ambiente futbolero, aunque se trató de una cuestión social aún sin resolver, y que promete más capítulos.
Hubo amenaza de suspender el partido, que no llegó a buen puerto, y al final Talleres-Newell's se desarrolló con normalidad. Ya en el pupitre de prensa, hay algo que falta. No hay hinchas que buscan a los periodistas para tirar sus tradicionales pálpitos, sus corazonadas con respecto a qué jugador será figura o quién hará el gol, intercambio necesario para la retroalimentación comunicativa. No es lo mismo, de ninguna manera.
Los tibios aplausos de dirigentes, el aliento de algún jugador que quedó al margen y los gritos en los relatos de las transmisiones radiales son el ambiente predominante. Claro, desde la platea no se oyen los cánticos y los "uhhh" que suelen perfumar al partido desde la transmisión oficial; sólo acompaña el silencio y el grito de los jugadores pidiendo la pelota. Mauricio Caranta pareció tener el monopolio, ya que a viva voz se lo pudo escuchar por todos los sectores, acomodando a sus compañeros y alentando en cada movimiento. Se lo escuchó por encima de los entrenadores Alexander Medina y Luis Zubeldía.
Un tímido grito de gol invadió desde el sector Norte de la tribuna Ardiles en el tanto de Orozco, con el mínimo grupo de dirigentes habilitados para acompañar al equipo en Córdoba. Misma respuesta de los pares albiazules, con más fervor, tras el gol de Auzqui. "Ese arquerito de Lanús es impresionante todo lo que atajó", fue lo más repetido en las escalinatas al bajar para emprender el retorno a casa. Nadie nos preguntó "qué te pareció como jugó tal" y si fue penal la jugada polémica del partido.
El resto, demasiado virtual, acomodado a las exigencias de la nueva normalidad. Conferencias de prensa vía zoom, donde Talleres respetó los protocoles a rajatabla. No es un reclamo en absoluto, pero más allá de las voluntades, el ambiente no es el mismo y no se disfruta de la misma manera. Es como que se pierde identidad, aunque el vacío más poderoso es la sensación de que el hincha nunca podrá ser reemplazado por parlantes. Nunca.
Será cuestión de amoldarse, asimilarlo, y rogar que el Covid 19 y la situación de pandemia tengan piedad, augurando con ansias el regreso del público en los estadios, porque sin esa pasión el futbol es apenas un duelo de laboratorio. Hasta ese día, habrá que cambiar el chip y comprender que las normalidades responsables son necesidad, casi a la par de que el fútbol respira cuando tiene hinchas en sus tribunas.
Sin ese ingrediente irreemplazable, todo suena artificial.
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