Opinión Miguel Apontes 11/09/2020

Una historia del noroeste irredento

Por estos días en Córdoba comenzaron las audiencias de un nuevo juicio por delitos de lesa humanidad. Arturo Emilio Grandinetti –77 años de edad y ninguna condena previa– es uno de los 18 imputados en la causa Diedrichs-Herrera.

Ni bien se consumó el Golpe, el intendente peronista Hugo Madriaga fue detenido y de la ciudad se hizo cargo Arturo Emilio Grandinetti.

Capitán del Ejército Argentino, de poco más de 30 años, rubio y esbelto, desde el primer momento hizo gala de su porte militar. Se lo recuerda patrullando el pueblo en el Renault 12 amarillo del municipio. Enfundado siempre en su impecable uniforme de fajina recorría las calles del pueblo. Cada tanto, se bajaba del auto, intervenía frente a una eventual infracción de tránsito, indagaba a los vecinos y pasaba revista a los agentes de la comisaría (se improvisaba una formación de los policías cuando arribaba el capitán al edificio policial frente a la Plaza 25 de Mayo).

Cuentan que los agentes –y tal vez muchos civiles– se cuadraban a su paso.

La postal remite al western, muy consumido en Cruz del Eje en las matiné de los grandes cines (el Luxor y el Premier); la pasión por el género se vio reforzada cuando por fin llegó la TV. Grandinetti y su aire a Clint Eastwood. Fue nuestro sheriff, nuestro alguacil. La representación misma de la ley y el orden en ese noroeste provincial más parecido al far west que a la europeizada serranía cordobesa, donde sólo faltaba que rodaran por las calles los tumbleweed, el arbusto más famoso de las pantallas. Por eso, al capitán Grandinetti los memoriosos lo recuerdan con el apodo con que el pueblo todo lo identificó en ese tórrido marzo de 1976: “El Hombre del Rifle”.

La televisión había llegado no hacía muchos años; solo se contaba con un canal, el 5 (el número de la repetidora de Canal 12 instalada en Los Cocos); y las series norteamericanas eran las preferidas de la afanosa audiencia.

Entre los enlatados se destacó El Hombre del Rifle, con Chuck Connors. La incidencia de la TV, sus programas y personajes se hacía sentir: al propio intendente depuesto, por su juventud, ya en la campaña de 1973 se lo llamó el “Súper Pibe”, a partir del popular luchador de la troupe de Martín Karadagian.

Tenía sus razones el apodo que se ganó el capitán: se paseaba a toda hora, con paso marcial, siempre con su impecable uniforme verde oliva, sus botas bien lustradas y portando una escopeta Bataan. Con el arma por demás visible, siempre en su mano y paralela a la pierna derecha, Grandinetti buscó transmitir respeto y subordinación, dispuesto a no dejar margen para los díscolos. A diferencia de los personajes del western, no había que esperar que desenfunde: el arma siempre la llevó empuñada y visible. La intimidación para granjearse el respeto.

Si hasta aparecía de improviso, ya a la madrugada, en la Confitería Premier. En la puerta del bar siempre estaba su propietario, el “Loco Mocci”, que también cumplía el rol de patovica. Cuando arribaba “El Hombre del Rifle” se le franqueaba el ingreso, y el capitán comenzaba a recorrer el pasillo principal del Premier, escudriñaba cada mesa con celo (la luz era tenue, la música romántica). Como celador de la moral y las buenas costumbres, como hombre de un “Proceso” que había llegado para “reorganizar la Nación”, en más de una oportunidad llevó detenido a algún borracho y corrigió conductas impropias de parejas en arrumacos.

Salvando los estereotipos que modelaban los imaginarios (del capitán y del pueblo todo), el bravucón de Grandinetti fue el funcionario encargado de hacer cumplir las leyes y restablecer el orden en nuestra comarca; la personificación del pretencioso Proceso de Reorganización Nacional. Léase, de la dictadura cívico-militar más sangrienta de la que se tenga memoria. Cruz del Eje la padeció con creces: 18 víctimas del Terrorismo de Estado y el cierre del taller ferroviario.

Por estos días en Córdoba comenzaron las audiencias de un nuevo juicio por delitos de lesa humanidad. Arturo Emilio Grandinetti –77 años de edad y ninguna condena previa– es uno de los 18 imputados en la causa Diedrichs-Herrera. Comprende a 43 víctimas de los delitos; 9 sobrevivieron y las restantes fueron asesinadas o permanecen desaparecidas. El tribunal de enjuiciamiento (TOF1) por primera vez está presidido por una mujer, Carolina Prado.

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