Deportes Eduardo Eschoyez 26/07/2017

Hartos de los clubes deportivos con “fines de locro”

Las revoluciones suelen llegar de formas impensadas. Algunas se presentan de manera épica; otras, sólo munidas de la prepotencia de las buenas ideas. Andrés Fassi, el presidente de Talleres, sorprendió con sus declaraciones que abrieron el camino para reeditar una discusión que nunca se agota.

Fassi movió el avispero y puso en el mapa su pretensión revolucionaria: la de su propio Talleres y también la de Belgrano, igualados por los criterios para ordenar lo administrativo, profesionalizar las estructuras y establecer como prioridad el arte de ganar dinero. Además, Fassi se refirió a la necesidad de reinventar el fútbol para ser serios y creíbles; invitó a no tenerle miedo al formato de los clubes que quieren ser rentables; y apostó por una renovación cultural que trabaje en una ingeniería diferente para diseñar las instituciones. Además, dijo que el fútbol argentino, en general, sigue tolerando y apañando clubes como sociedades sin fines de lucro, que en definitiva sólo saben perder dinero (ajeno).

Sus palabras llamaron la atención. En Buenos Aires, los futboleros saben hasta de qué número calzan los jugadores o cuántos sacos tiene un dirigente de Boca… pero leen las declaraciones de Fassi y necesitan que les expliquen quién es para tener contexto. Aun así, el modelo Talleres es proyectado como ejemplo. Decisiones en manos de los socios pero con mandos profesionales. Belgrano es parecido pero diferente, con una conclusión similar: las dos entidades se han recuperado cuando aplicaron un libreto diferente.

Entonces, miramos hacia adentro y nos brotan las preguntas. ¿Dónde nos situamos? ¿Los clubes sólo pueden subsistir si tienen inyección de aportes privados? ¿Qué y cómo se hace para que una institución constituida de otra forma, no desaparezca ante las exigencias de actividades rentadas?

Los clubes, nuestros clubes, han pendulado en diferentes formatos. Ninguno tan extremo como aquel Talleres que llegó a vestir una camiseta verde, por ejemplo. O el Belgrano que tenía a los barras atendiendo el teléfono de la secretaría…
El fútbol argentino ha perdido demasiado tiempo discutiendo lo anecdótico, sin entrarle con decisión a lo crucial de esta cuestión. Se juega muy mal; los clubes están quebrados; las divisiones inferiores no siempre son prioridad… Ahora llegamos al colmo de que los equipos ya no quieren ceder sus jugadores a los combinados nacionales. Si repasamos cómo nos ha ido a nivel de selecciones juveniles y absolutas, tal vez abramos los ojos: algo se está haciendo bastante mal. ¿O sólo con ser argentinos, alcanza para ser los mejores? Las evidencias son elocuentes.

Por supuesto que las reflexiones de Andrés Fassi no son la verdad absoluta. Tampoco es que Talleres y Belgrano representan la perfección en la gestión deportiva. Sin embargo, tomamos conciencia de que en Córdoba nos está fallando la perspectiva para hacer el foco necesario. La foto que no alcanzamos a dimensionar es la solidez institucional de Belgrano y la proyección de Talleres. Nos frena y nos diluye la contracultura de creer que lo único trascendente es el resultado del domingo, cuando la salud institucional habla por sí misma. Talleres, con el apoyo privado de Pachuca, salió de una categoría amateur para ganarle a Boca en La Bombonera. ¿Cuál es el pecado? Posiblemente, Fassi no lo dijo así de clarito cuando asumió, pero ha puesto a la “T” en un plano impensado hace dos o tres años. Belgrano, con la lógica de cumplir y crecer respetando la palabra, sufre por algunas malas decisiones futbolísticas pero saca pecho cuando despierta a su realidad estructural.

Para los que son más jóvenes y no tienen la tentación de bucear en la historia, vale explicarlo así: ¿sabían que en una época, los jugadores de Belgrano debían entrenarse en la Isla de los Patos? ¿Saben cuántas veces la Justicia quiso embargar las torres de iluminación de Alberdi? ¿Tienen en claro que recién el año pasado, Talleres terminó de pagarle una deuda de 15 años a Ricardo Gareca? ¿O que mientras el equipo jugaba las copas, allá por los comienzos de la década pasada, la Boutique no tenía en regla las conexiones de luz y agua? La motivación es un ejercicio que necesita de memoria y archivo.
No se trata de regalar aplausos, sino de encontrar la felicidad en lo que tenemos y crecer aprendiendo de lo vivido. No toda la gente que reclama clasificaciones y títulos es la que pasa por el club y se asocia. ¿Qué ha fracasado para que esto ocurra? Los dos clubes llaman a asamblea y van unos miles de socios… ¿Y los otros, qué grado de compromiso tienen? Lo mismo pasa con Instituto y Racing, por citarlos como ejemplo: defienden la idea de estructuras sociales sin prioridad económica, pero resulta que con lo que ponen los socios es imposible que sigan en pie. ¿Alguien sabe de qué viven los clubes de la liga? Cada fecha, en los partidos de la liga, cobra el policía, el árbitro, el boletero y hasta el control de la puerta; para los jugadores, nunca alcanza.

La Córdoba futbolera vivió una vida con entidades deportivas reducidas a sociedades civiles con fines de locro (traducción: condenada a ingresos magros y esporádicos) y ahora, a su manera, con brillos y sombras, le muestra al país que no le debe dinero a sus jugadores y que no se trata de discutir si las sociedades anónimas son buenas o malas. Es una cuestión de seriedad y profesionalismo: también en eso tiene razón Fassi, como la tuvo Armando Pérez hace unos años. Si los clubes manejan recursos y capitales millonarios, deben ser profesionales en la gestión. Aunque sean los socios los que tomen las decisiones. El voluntarismo se agotó.
Lo vemos. El testimonio luce delante de nuestros ojos, porque las revoluciones, aunque silenciosas, existen. Hay que saber apreciarlas para poner en marcha una reeducación.

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