Entrevista inédita a Luis Alberto Spinetta, naturaleza siempre viva
En otoño de 1984 “El Flaco” tenía 34 años y la transición que atravesaba el país se traducía en su música y en sus letras. A cinco años de su muerte, un repaso por su infancia, su adolescencia y la historia no contada de Almendra.
Es otoño en Buenos Aires pero hace 33 años atrás. Y las hojas, en el suelo, no son del viento sino del hombre que en unos minutos cruzará la puerta con toda esa flacura etérea y musical. En el pequeño estudio de grabación de FMR, la FM de Radio Rivadavia, estoy haciendo entrevistas para un ciclo llamado La historia total del Rock Argentino. Cada episodio es puesto al aire por Juan Alberto Badía en su programa Piedra libre, del cual soy productor.
El trabajo está en marcha. Ya dejaron su testimonio Javier Martínez, Litto Nebbia, Ricardo Soulé, Moris, Miguel Abuelo, y hoy lo hará Luis Alberto Spinetta. Acá lo esperamos con Guillermo Quintero, también productor del ciclo y cuñado de Juan Alberto.
Pasan unos minutos y Luis llega con una sonrisa, está de buen humor. Enciende un cigarrillo, hace chistes, y luego Play + Rec: comienza la charla. Le pregunto de todo, responde de todo. Habla de su niñez, de los tangos en la infancia, de la adolescencia, de sus primeras canciones. Cuenta la historia de Almendra con detalles que nunca había revelado y a los que nunca más volverá a referirse.
Una cinta abierta graba
Hoy, Luis está en otro lado pero su voz vuelve a sonar nítida, fresca, natural. Lo escucho y vuelvo a estar en ese estudio. El tiempo no ha pasado y sus palabras resultan tan actuales como sus canciones. Aquí, algunos extractos de ese encuentro.
-¿Cómo empezó la historia pública de Almendra?
-Concretamente fuimos a un recital de Los Gatos en el Payró, una de las mejores cosas que vi en Argentina hecha por un grupo nacional. Esa noche hubo un debate y Ricardo Kleiman me encaró, me preguntó quién era y qué hacía, le conté que tenía un grupo y me dijo: -Ah, bueno, dame tu dirección y un día de éstos voy a escucharlos. Y así fue. Un día estábamos ensayando y entraron Kleiman y Amadeo Álvarez, el cantante de Los In. Quedaron entusiasmadísimos, y nos hicieron una prueba para RCA Víctor en la que tocamos El mundo entre las manos y Tema de Pototo, de donde salió el primer simple del grupo. Me acuerdo de que ya había salido el disco de Los Abuelos de la Nada hacía varios meses. Después hicimos otro simple con Hoy todo el hielo en la ciudad y Campos verdes.
-Contame de Pototo.
-Pototo es un amigo mío que ahora es mi dentista. Se llama Mario D’Alessandro. Éramos compinches en el colegio, amantes de Los Beatles, como con Emilio, nada más que Pototo ya en ese momento quería ser odontólogo. Cuando se hizo el viaje de fin de curso, al que Emilio y yo no fuimos porque teníamos que hacer un curso para el ingreso a Arquitectura, nos enteramos mediante un telegrama que, durante el viaje, había fallecido Pototo. Obviamente, había sido una equivocación del Correo, o una broma. Pero en ese momento de desesperación, de saber que había perdido a un amigo, compuse ese tema. Esa es la historia.
-¿Y Hoy todo el hielo en la ciudad?
-Resulta que mi barrio se inundaba cuando había sudestada, el agua llegaba al umbral de mi casa, y nosotros nos divertíamos. No nos dábamos cuenta de la tragedia que vivía la gente a la que se le inundaba todo. Este tema tenía una segunda parte, que quedó sin grabar, y que tenía más que ver con una rebelión contra lo que sucedía en ese momento. La primera parte tenía más versos, pero hubo que acortarla por la grabadora. Nosotros no queríamos conceder nada, pero el sello insistió en que los temas no podían durar más de tres minutos, porque eran los tiempos para la difusión radial.
-Ana no duerme, ¿es tu hermana Ana?
–No es solamente mi hermana, sino todas las Anas que no duermen. Es ese ser que siempre está esperando. Esa muchacha que espera ser amada, que espera un poco de amistad, de comprensión, que quiere salir de su mundo vulgar de mujer, que quiere ocupar otro lugar. Hay otras Anas que esperan pero no se dan cuenta, y se piensan que están fenómeno. En aquella época, una chica de 16 o 17 no era lo mujer que puede ser ahora.
-¿Y Fermín? Sabés que ese tema ha tenido muchas interpretaciones.
–Sí, lo sé. Mirá, enfrente de mi casa vivía un personaje increíble llamado Carlitos, un chico discapacitado, que es en parte la personificación de Fermín para mí. Con Carlitos compartíamos momentos de alegría cuando éramos chicos. Si bien él no podía jugar a la pelota con todos, se sentía acompañado en su tremendo problema cuando estábamos con él. También es una apología, porque me acuerdo de que la madre lo castigaba bastante, hasta delante de los demás chicos. Lo del Fermín del tema no sé si es un grado de enfermedad tan agudo como el que tenía Carlitos, pero sirve para definir la situación del alienado como célula propicia para recibir las injusticias más aberrantes.
-Otro tema con mucha fantasía alrededor es Plegaria para un niño dormido.
-Bueno, pero ese tema habla por sí mismo. Hay una crítica a la injusticia del mundo, habla a las claras de un sistema represivo. Pero la denuncia se hace con dulzura: tiene la virginidad que le corresponde, en ese sentido. Por más que tenía un gran impacto cuando lo cantaba, si analizás la letra ves que es pura ideología cristiana: el semejante, el prójimo, la solidaridad. Una temática a la que Nietzsche se opone rotundamente.
-¿Y A esos hombres tristes?
–Ahí también está el código de cuando éramos chicos. El domingo siempre era un día triste, no sé por qué. A la vez era alegre, porque había fútbol, se reunía la familia, había rica comida. La importancia que se le daba al fin de semana en nuestro país por esos años era tremenda. Pero la soledad personal en ese momento era muy nítida, y yo la utilicé para decir, por ejemplo, vive de azul, porque azul no tienes domingo. Después de Submarino amarillo, el azul pasó a ser un color interdicto para la felicidad, por los blue meanies, pero eso no quita que sea un hermoso color, y poder decir que, teniendo un color, se podía quebrar ese domingo argentino tremendo.
-Hablemos de Muchacha ojos de papel.
-Sí.
-La muchacha era Cristina Bustamante.
–Mi primer gran amor. Cristina vivía en el mismo edificio de Emilio y la conocía de vista. Pero una vez que los padres de Emilio habían viajado, invitamos a las chicas a tomar algo, a bailar, una especie de asalto. Y ahí me enamoré. Por primera vez. En realidad ya me había enamorado varias veces, pero siempre habían sido amores imposibles, por diferencia de edad: las maestras, las pibas más grandes. Y bueno, todos esos pequeños amores desembocaron en un gran amor que fue el de esta muchacha ojos de papel. No sólo fue mi primer amor, sino también mi primer gran amor, inolvidable. Cuando estrenamos la canción en el Coliseo fue tan rotundo el éxito que yo mismo lloraba, no lo podía creer. Aparte, el día que la estrené habíamos tenido una pequeña pelea, y en la mitad de la canción ella se fue. Yo cantaba y la veía irse por el pasillo hacia el fondo. Ese tipo de cosas bien de los 18 años. Después vino el éxito y sentí que la canción pasaba a la gente, lo mismo que cuando estrené Plegaria o Figuración.
-El primer disco cierra con Laura va.
-Es una réplica de She’s Leaving Home de Los Beatles. Después de escuchar esa canción, no quise privarme de componer algo que se pudiera orquestar de esa forma. Me acuerdo de haberla compuesto un año y medio, o quizá dos años antes de que Almendra la grabara.
-¿Y después?
-Bueno, había una cantidad de temas, por ejemplo, uno que se llamaba Cero; en el primer disco habían quedado afuera Chocolate y Jueves no se detiene, un montón de canciones, sumadas a las de la ópera, que no se llegaron a conocer, muchas eran de la época de Hermano perro. Pero como el primer disco salió muy tarde, cuando nos agarró la segunda grabación estábamos cansados de ese material, y tratamos de incluir temas más nuevos, que por otro lado llevaban un cambio inminente. Yo quería que Almendra saliera un poco de esa melaza de los temas dulces y entrara en una cosa un poco más comprometida rítmicamente, más por el lado de Ana no duerme... Nos agarró en una transición grande el segundo disco. A todos. No como Almendra, sino a cada uno.
-Después del primer long play, ustedes trabajaron una ópera que no llegaron a grabar. ¿Cómo iba a ser la ópera?
-La influencia más directa fue Tommy. No nos basamos en ella, pero sí tomamos el indicio, que era perfecto: realizar una obra extensa con un texto largo y que respondiera a un mismo concepto. Se iba a llamar Señor de las latas y era la historia de una especie de dios que bajaba a la Tierra, recorría esta ciudad y cantaba lo que los juglares cantaban en ese momento. Iba a incluir temas de Moris, de Litto Nebbia, de Roque Narvaja y de Javier Martínez. El punto final era que este ser se despertaba hecho un pordiosero y empezaba una nueva vida: la música de ese despertar era Canción para los días de la vida. Había una cantidad de historias paralelas, el tema Ella también formaba parte, inclusive había una cita de Muchacha en un tema que se llamaba Niño escobita de sol. Había cosas muy lindas. La Obertura, que además tenía una introducción muy buena, que lamento que se haya perdido en la noche de los tiempos.
-Pero no hicieron la ópera. Sí el disco doble.
-Sí, y cuando hicimos ese disco, yo estaba muy enloquecido. En realidad, tras haber hecho muchos textos con la ópera, en un momento me cansé, y quería proponerle a los pibes hacer un disco totalmente aleatorio, un campo en el cual nos sentíamos muy bien. Por eso están esas largas zapadas. Yo estaba convencido de que no había que hacer más canciones sino ponerse a tocar música espontánea, basado en el concepto de la importancia del momento en que surge la música, un momento terriblemente sensual. Pero todas estas cosas eran ideas, y no se podían mechar en la realidad. Todo el segundo disco habla de una especie de polirritmia. Y para eso, evidentemente había que sacrificar algunas ideas en favor de otras.
-En ese estilo está En las cúpulas.
-Ese tema representa, por ejemplo, ese Almendra que la gente no pudo llegar a conocer, con una profundidad tremenda, y la letra tratando de llegar a algo mucho más profundo que en lo del primer disco. Otros temas, como No tengo idea, de Edelmiro, a mí no me gustaban, porque se notaba que Edelmiro vivía mucho con Gabriela y le dedicaba su música. Para mí eso una cosa muy personal que no entraba. Yo hinché con insertar cosas que tenían que ir o ir. No puedo decir mucho, pero pienso que había temas mejores para hacer.
-En el doble también está Toma el tren hacia el sur, que es un tema de ruta.
-Era la influencia de la gente que se iba a El Bolsón. Decía que una forma de entender lo que pasaba era liberarse de la opresión de la ciudad y viajar hacia lugares más desérticos, y buscar otro tipo de vida.
-Siempre se te señaló como el líder de Almendra. ¿Existía ese liderazgo?
-Un día vi un cartel que decía Luis Alberto Spinetta y sus Almendros y casi capoto (risas). Esas eran cosas que estaban alrededor del grupo. Yo siempre traté de defender mi creación como individuo, porque eso es patrimonio de cada uno. Lo que sí reconozco es que en el aspecto mecánico sí recaía sobre mí todo el peso, por ser el que más cantaba, el compositor de la mayoría de las obras, tenía el compromiso de un montón de cosas, que fueron las que me empezaron a desagradar de Almendra. Yo veía que en parte mi plan había fracasado, porque mi plan no era Spinetta sino Almendra.
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