¡Felices Pascuas!
Vale recordar que hace 30 años se produjo un hecho que marcó la historia moderna, al sentenciar la permanencia del sistema democrático en nuestro país.
La Semana Santa de 1987 se constituyó en un episodio ineludible para el sostenimiento de las instituciones democráticas. Aquella crisis surgida por el levantamiento “carapintada” en el marco de las causas por violaciones a los Derechos Humanos, se transformó en un dique de contención ante cualquier arremetida que pusiera en riesgo el sistema elegido por los ciudadanos.
La reacción de la sociedad ante la situación significó un compromiso por los tiempos con la Democracia. La movilización, con las manos libres y a cara descubierta, fue el retrato que perpetuó esa decisión.
Pero también existe una corriente, la de los tergiversadores seriales de la palabra y la historia, que considera que las derivaciones de aquel suceso fueron la consagración de la impunidad. Y es que se hace una lectura sesgada de lo que pasó.
Desde siempre, Raúl Alfonsín propuso una salida política a la cuestión de las violaciones a los Derechos Humanos. En la plataforma electoral que ofreció al pueblo argentino con vistas a la elección de octubre de 1983 se hablaba de distintos niveles de responsabilidad dentro de las Fuerzas Armadas.
Y se trató de una salida política porque en ese momento recién estaba germinando la semilla de la Democracia en el país, por lo que resultaba preciso proteger ese brote.
Resulta curioso que quienes hablan de la consagración de la impunidad y cuestionan lo que sucedió en aquella Semana Santa y sus derivaciones, sean cuanto menos indulgentes con la negociación de esa calidad para un Estado extranjero, vinculado al derramamiento de sangre compatriota.
Pero esos son matices de la pluralidad que, pese a todo, sigue vigente en nuestro país.
Aquella expresión del presidente Alfonsín saludando desde el balcón de la Casa Rosada quedó inmortalizada, pero lo esencial fue y es el discurso del mandatario…
Ese discurso es lo que no debemos olvidar…
Ese discurso que finalizaba diciendo que podríamos regresar a casa para besar a nuestros hijos expresando en ese acto que les estábamos asegurando la libertad para los tiempos.
¡Felices Pascuas, hoy y siempre!
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