Rotos por el odio van contentos al matadero
La escalada de violencia, que impregna el discurso oficial, se hace carne una y otra vez. Con sus prejuicios nos han arrastrado a la angustia y a millones a la indigencia. Dicen “grieta” y no pueden mirarse al espejo.
Odian a las maestras que hacen huelga porque ganan migajas aunque trabajen en dos y tres turnos, pero dejan los hijos a su cuidado en la escuela todos los días. Odian a los sindicatos que hacen paro porque molestan, aunque cuando consiguen frenar los despidos y logran aumentos los cobran sin chistar. Odian las jubilaciones de ama de casa aunque la cobre su nona que trabajó toda la vida de sostener.
Odian a las chicas que dicen chiques y no se dejan tocar el culo. Odian a los gays, a las trans y a las feministas. Odian a las personas pobres y discapacitadas que cobran por programas sociales. Odian a los “negros” si van en moto. Y si van a pie también lo odian. Odian a las mujeres que “se embarazan para cobrar planes” y a las que piden educación sexual, y aborto legal, gratuito y seguro.
Odian a los naranjitas y a los limpiavidrios y a los vendedores ambulantes. Odian a los chicos que toman las escuelas y facultades, pero aprovechan la educación gratuita. Odian a los médicos y las enfermeras que abrazan los hospitales y a los “bolivianitos que se curan gratis y le quitan el trabajo” y también odian a “los negros que no quieren trabajar, mirá como laburan los bolivianos”. Y a los pobres que se compran zapatillas caras y celulares pero “se enferman y no tienen donde caerse muertos”.
Pero piensan en Favaloro y lloran, porque no tienen idea del odio que a él le llevó la vida. Odian a los judíos aunque disimulen, y odian a los asiáticos porque pueden ser terroristas. Odian al papa, a los curas villeros y a los mapuches, y en nombre de dios y Teresa de Calcuta, se conmueven con los pobres de África.
Odian pagar ganancias o evaden, pero admiran los países donde las personas que más tienen pagan el 40% de sus ingresos al fisco. Odian el cepo pero pagan como corderos la timba de los bancos y los poderosos que se llevaron en tres meses miles de millones que van a pagar sin futuro nuestros bisnietos.
Odian a las madres y abuelas, y a los nietos restituidos, y odian también a las chicas que desaparecen y en vez de aparecer muertas en bolsas de consorcio aparecen vivas. Odian las retenciones a los ricos, que tienen el país en la lona de sus silo-bolsa, y que no exportan la soja esperando que el dólar llegue a cien pero pagan como ovejas aunque tengan que elegir entre comer y pagar el gas. Odian el boleto educativo y los “subsidios” pero jamás piensan en que están subsidiados en el boleto, la nafta y los precios cuidados que los hipermercados cobran pero esconden y sacan de las góndolas.
Odian. Odian todo lo que creen que no son, aunque lo son, y odian lo que muchos periodistas porteños odian por dinero, y que sus socios locales odian por mamarrachos. Se odian a sí mismos, a sus hijos y a sus ancianos y no lo perciben aunque están en la bolsa de todo lo que el sistema escupe. Porque son “sucios, feos y malos” para el sistema, pero no se pueden asumir.
Con su odio y sus prejuicios, hijos del ignorar, nos han arrastrado a todos a la angustia y a millones a la indigencia. Odian tanto, están tan rotos por el odio, que van casi contentos al matadero. Pero, ojo. Se golpean el pecho, dicen “grieta” y ponen, sin que les tiemble la pera, el odio en los otros porque no pueden mirarse al espejo, y verse. Y es comprensible. Porque nadie aguanta tanta violencia.
*Gabriela Borioli es gestora cultural, docente universitaria y ex editora de la revista La Luciérnaga.
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