Se precipita la decadencia del Imperio

Estados Unidos acelera su decadencia con la falta de rumbo del gobierno de Donald Trump, que no es ni el personaje de la campaña electoral, ni el estadista que necesita una potencia con aspiraciones de hegemonía mundial.

Mundo 07/06/2017 Mariano Saravia
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Donald Trump

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En la campaña del año pasado, Trump construyó un personaje grotesco para poder competir contra la candidata del establishment, Hillary Clinton. En ese personaje convivían propuestas machistas y racistas, con otras proteccionistas y hasta pacifistas, cuando decía que quería retirarse de todas las guerras ajenas y que quería llevarse bien con Putin y con los chinos.


Pero ya como presidente, cedió ante el verdadero poder, el complejo tecnológico-financiero-militar-industrial. Atacó Siria, que fue un ataque por elevación a Rusia. Amenazó a Corea del Norte y a China. Y está demostrando ser tan funcional al verdadero poder como lo habría sido Hillary. Es que Estados Unidos necesita urgente una guerra, para limitar el despertar de Rusia, la consolidación de China, y en definitiva la construcción de un mundo multipolar.
¿Y por qué necesita una guerra Estados Unidos? No sólo por una cuestión económica, ya que el que fabrica armas necesita guerras. Tampoco solamente por su apetito voraz por quedarse con los recursos naturales ajenos, sobre todo los recursos energéticos. Sino por una cuestión de sentido común, ya que el Imperio viene perdiendo poder económico, político y hasta moral. Y lo único que le queda como elemento verdaderamente diferencial es el poderío bélico: su presupuesto militar de 800 mil millones de dólares anuales es mayor al del resto de los países del mundo juntos.
Por esto mismo, la decadencia política y económica de Estados Unidos lo convierte en un imperio enfermo, decrépito, pero cada vez más impredecible, incontrolable y peligroso.

Fuera del Acuerdo de París


En esta última semana, se sumaron varios hechos que acrecientan su caída y su falta de dirección y de conducción, porque Trump sigue empeñado en mostrarse como un elefante en un bazar y en pelearse ya no con sus enemigos o adversarios, sino con sus amigos y aliados.
Lo último fue la decisión de abandonar el Acuerdo de París, un acuerdo para evitar el calentamiento global que fue firmado en diciembre de 2015 por 195 países, entre ellos los Estados Unidos. Este acuerdo preveía que cada país anunciara su compromiso para reducir las emisiones contaminantes, con el objetivo global de que para 2025 la Tierra no se caliente más de dos grados por encima de la temperatura promedio en 2005. Pero Trump anunció el jueves que para él, ese no es un acuerdo medioambiental sino más bien económico que perjudica a su país. Que representaría la pérdida de puestos de trabajo y que Estados Unidos seguirá echando mano a todas las energías disponibles. Pasando en limpio, que el lobby petrolero seguirá mandando junto con el financiero y las grandes corporaciones en general y que no hay ninguna intención de aumentar la inversión en energías alternativas. Pero además, este tema no es sólo económico sino también político, porque con prácticas extractivistas y peligrosas como el fracking (bombardeo del subsuelo para sacar un petróleo caro y de mala calidad) se busca la erosión económica y política de países que no se han alineado últimamente con el Imperio, como Rusia, Irán o Venezuela.
Sin Estados Unidos, el segundo emisor mundial de gases que contribuyen al efecto invernadero, el Acuerdo de París pierde sentido y la reacción mundial no se hizo esperar. Hubo críticas de todo el arco político, sobre todo de sus propios aliados, como Canadá, Francia, Alemania e Italia.


G-7: un pase de facturas


Esto se suma a lo que había pasado la semana anterior en la Cumbre de la Otan (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y en la del G-7 (los siete países más industrializados, sin China y Rusia). En la primera desarrollada en Bruselas, Trump les pasó la factura a sus aliados de la Alianza Atlántica y les avisó que seguir siendo el gendarme del mundo tendrá un costo de aquí en más.
Y en la segunda llevada a cabo en Sicilia se peleó con Angela Merkel, acusándola por el déficit comercial de su país, y apuntando a la venta de autos alemanes.
Dos conductas francamente incomprensibles para quien dirige los destinos de la primera potencia mundial. Porque está jugando con fuego, ya que el Imperio tiene mucho más que perder que sus aliados. De hecho, lo mejor que puede pasarle a los europeos es dejar de seguir siendo arrastrados por las políticas belicistas estadounidenses, porque siempre los que pagan los platos rotos son ellos. Los desahuciados de África o Medio Oriente que escapan de la destrucción que deja Occidente siguen y seguirán llegando de cualquier forma a las costas europeas, por más muros que quieran levantarse. No así a Estados Unidos. Por lo tanto, las políticas imperialistas de destruir países como Libia o Siria, representan beneficios para Washington pero sobre todo perjuicios para Europa.
En cuanto a la cuestión comercial, lo mismo podría decirse. Hoy por hoy, los europeos tienen opciones tanto a más interesantes si empiezan a acercarse a mercados enormes como los de China, la India o la propia Rusia.
Por lo tanto, la erosión del liderazgo mundial de Estados Unidos es una realidad en todos los planos. Lo cual no hace sino hacer más peligrosa y explosiva la situación, porque el Imperio se está encerrando en una posición donde su única ventaja relativa es y cada vez será más la fuerza bruta.

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