Cultura Adrián Baigorria 28/08/2018

1959, el año que transformó el jazz

El género cambió para siempre con cinco genios que registraron sus discos más memorables ese año. Miles Davis, John Coltrane, Ornette Coleman, Dave Brubeck y Charles Mingus dejaron su huella en la historia musical.

Arriba: John Coltrane, “Cannonball” Adderley, Miles Davis y Bill Evans durante las sesiones de “Kind of blue”.
“Mingus ah um” devino contestatario, para la comunidad afroamericana en un contexto en el que batallaban por derechos civiles básicos.
El particular estilo rítmico de Brubeck en el piano era producto de ideas cosechadas por él en una gira con su cuarteto, por el este europeo y países del Asia. “Mingus ah um” devino contestatario, para la comunidad afroamericana en un contexto en el que batallaban por derechos civiles básicos.
“The shape of jazz to come” fue revolucionario por crear jazz sin límite alguno, rompiendo la habitual estructura de melodía, improvisación y vuelta final a la melodía de la mayoría de las composiciones.

Hay momentos en la historia de un género musical que constituyen hitos históricos. En el caso del jazz, fue el año 1959. Se suele decir que ese año anticipa los ’60, en la música popular occidental. Ahora bien, ese hecho sólo es perceptible con el tiempo; nunca en el instante en que sucede.

En ese año increíble para el género, cinco músicos geniales registraron cada uno un disco memorable, a la vez que dejaron una influencia central para el jazz: Miles Davis, John Coltrane, Ornette Coleman, Dave Brubeck y Charles Mingus. Ese año es considerado como un fenómeno para el género, por llevarlo a instancias superlativas de desarrollo.

El mítico ‘Kind of Blue’ de Miles Davis

En 1959, el jazz hervía en unas decenas de manzanas de Nueva York. La era moderna en la que el saxofonista Charlie Parker había hecho entrar al género con su estilo be-bop caliente y genial lo había sacado del anquilosamiento de la era del swing y de las big bands para depositarlo en una etapa de creatividad tan genial como, tal vez, irrepetible.

El descomunal trompetista Miles Davis se había formado, en parte, al lado de Parker, desde los 18 años. En 1959, Miles convocó a un sexteto genial, integrado por buena parte de los mejores instrumentistas del momento para grabar la que sería su obra máxima: el emblemático disco “Kind of Blue”, considerado por la crítica como uno de los mejores de la historia del jazz, además de ser, a la postre, el más vendido del género.


El genio de Miles registró esa obra sublime, en apenas un par de sesiones y prácticamente sin ensayo previo. Cuando entró a los estudios de Columbia Records y se topó con los músicos, les dio un par de esbozos sobre los temas, dejando enormes espacios para la improvisación, para que fluyeran al tocar. Y alumbraron una obra de cinco composiciones tan genial como incomparable e influyente en el jazz, con un tempo oscilante entre un clima melancólico e introspectivo, propio del cool jazz, y una discreta pero sostenida aceleración rítmica en la que todo suena perfecto, siempre.

Otros cuatro discos fantásticos

Ese mismo año, el virtuoso saxofonista tenor John Coltrane, que había tenido un rol importante en ”Kind of Blue”, alumbraría su quinto disco y primer gran obra solista: el memorable y exquisito ”Giant steps”, junto a tres de los músicos del disco de Davis. La obra es considerada central dentro de su discografía e icónica como disco de hard-bop, un estilo más acelerado que el cool jazz, dentro del universo del género.

Otro disco central de 1959 es el del pianista Dave Brubeck, que con su exquisito ”Time out” desarrolló una inédita experimentación rítmica, a partir de su instrumento. El particular estilo rítmico con el piano era producto de ideas cosechadas por Brubeck en una gira con su cuarteto, por el este europeo y países del Asia.

El jazz era empujado a nuevos niveles de innovación, belleza y profundidad. El registro contiene el reconocido tema ”Take five” y su estilo fue considerado como jazz de la costa oeste, siendo visto como algo simple, no complicado para el americano promedio, sobre todo para un público universitario mayoritariamente blanco.

Brubeck fue acusado por una parte de la comunidad jazzera de diluir la “negritud” del jazz, para tornarlo “accesible” a un público mayoritariamente blanco. Sin embargo, el registro es de alta calidad e innovación.

El genial contrabajista Charles Mingus había sido instrumentista de tres de las figuras centrales de la historia del jazz: Louis Armstrong, Duke Ellington y el propio Parker. Pero, para su particular y malhumorada manera de ser, su música debía ser tocada en un estado de presencia y de innovación permanentes; no había épocas ni genios que marcaran hitos.

En 1959, en la cumbre de su desarrollo artístico, lanzó su incomparable disco “Mingus Ah Um”, considerado como un verdadero y extendido tributo a sus ancestros musicales. El disco devino contestatario, para la comunidad afroamericana, ya que en un contexto en que batallaban por derechos civiles básicos, como asistir a las mismas escuelas que los blancos, Mingus grabó un alegato irónico en el tema “Fables of Faubus”, contra el gobernador racista blanco de Arkansas. De alguna forma, ese tema y el disco en general, sentaron las bases para las luchas antiracistas del pueblo afroamericano.

Por último, el lanzamiento del disco “The shape of jazz to come” del saxofonista Ornette Coleman significó el alumbramiento de un nuevo movimiento en el género, denominado free jazz (jazz libre), no sólo como expresión musical, sino también como llamado libertario de los músicos afroamericanos.

Inicialmente, el trabajo no causó la impresión que provocaría en los años subsiguientes. El nuevo enfoque con el que estaba hecho lo tornaba inclasificable y hasta, si se quiere, inasible, a la vez que tenía de por sí un nombre provocativo: La medida del jazz futuro. El disco era revolucionario por crear jazz sin límite alguno, rompiendo la habitual estructura de melodía, improvisación y vuelta final a la melodía de la mayoría de las composiciones.







El diálogo con la tradición en el jazz

“Es imposible escuchar jazz sin reponer, en el acto mismo de la escucha, a la tradición jazzística anterior”, escribió alguna vez la crítica literaria y semióloga Beatriz Sarlo. Y agregó: “cada gran músico de jazz escucha todos los sonidos anteriores de su instrumento hasta alcanzar el que va a ser particularmente suyo. El jazz es, posiblemente, la música donde el diálogo con la tradición encuentra una forma”.

Esa idea, la de la interacción permanente con la tradición, ya sea para citarla o para dinamitarla, subyace a esta media decena de discos geniales de compositores únicos y decididamente influyentes en el género que, tras ese 1959, no volvería a ser el mismo y expandiría su espectro musical, rítmico y libertario a horizontes nunca antes alcanzados.


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