Opinión25/01/2017

“Las convicciones desobedecen los decretos”

Por Griselda Gómez (*)

Cómo se miden necesidad y urgencia o productividad cuando un pueblo herido de genocidio instala la memoria como fecha para conmemorar a sus caídos, a sus ausentes, a lo que es más fuerte aún: sus desaparecidos y en ellos a una generación que tuvo como horizonte impuesto por el poder primero la Triple A y en paralelo los Comandos Libertadores de América que engrosaron las filas clandestinas, sanguinarias, preparadas e incorporadas  por un gobierno siniestro y dictatorial que fundó centros clandestinos de detención, tortura y muerte.

La memoria trasciende al poder y sus desgobiernos, la memoria es y no es selectiva, en el caso del país es colectiva, por eso estallaron las redes, a puro reclamo, en eventos compartidos para marchar, para recordar que nos tenemos todavía y guardamos sin resentir la resistencia, tenemos los registros de residencias saqueadas, de hijos, nietos robados y ocultos hace cuarenta años, de hermanos, tíos, padres, abuelos, amigos, compañeros, colegas, vecinos, conocidos por los que la respuesta fue: no están, “están desaparecidos”.

No, no fue una instantánea, ni  un truco de magia, resultó sistémico, sistemático, sintético y prolongado entre la acción y la quietud por tanta muerte numerada, en esos sitios donde la identidad fue despueble, en esas camas de adobe,  con fardos para pocos  y sangres de los miles.

En esas salitas designadas con nombre de flores como “Margarita” de La Perla, donde un elástico metálico de cama prolongaba los estertores por picanas. Y en las “oficinas” donde los ficheros desbordaban, las marcas llevaban a los pozos, y después los cobardes del poder

Señores y señoras la des/memoria tuvo el perdón de todos los dioses, por eso estamos algunos dando cuentas, u olvidando y otros cambiando fechas, como fichas ganadas al casino, como si el miembro más largo tuviese la virtud del mejor gozo.

Un  poder beodo con lengua bola en el balcón quiso cerrar la peor parte de la historia, entonces armó una batalla perdida con botas cuyas suelas eran cartones viejos sobre la nieve y cascos rotos por el rey ultraje del mar y del cielo. Quien escribe estas líneas es par de los chicos de la guerra, que merecen tantas páginas como estrellas.

Las convicciones desobedecen los decretos, las convicciones no poseen urgencias, ni necesidad de millones en campañas por el miembro más largo. Las convicciones tienen la altura justa para entrar en otro y multiplicarse hasta el grito sagrado. Los gobiernos son acotados, las memorias pueden ser fragmentadas, también infinitas.

 (*) Periodista, poeta y escritora. 

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