Opinión10/01/2017

Negrofobia y revanchismo social

Por Esteban Rodríguez Alzueta (*)

El sociólogo norteamericano, David Matza, en un libro que fue publicado hace un par de años en Argentina,Delincuencia y deriva, señalaba que tenemos una imagen distorsionada de los jóvenes que a veces quebrantan la ley, y que por eso mismo la respuesta frente a esos casos además de exagerada es muy equivocada. Para Matza, la mayoría de los jóvenes supera su etapa delictiva.

Crecen y hacen las paces con el mundo; les salen barba y usan otra ropa, encuentran trabajo o se alistan en las fuerzas de seguridad, se casan y tienen hijos, se van corriendo del estereotipo “sospechoso” y la policía deja de molestarlos también. En otras palabras, la gran mayoría de esta minoría de jóvenes que cometen delitos de manera amateur o hacen bardo a una temprana edad deja de hacerlo sin necesidad de que intervengamos todos nosotros. Más aún, todo indicaría que esta suerte de “reforma madurativa” ocurre independientemente de la intervención de las instituciones correccionales y de la calidad del servicio correccional. No estoy diciendo que haya que mirar para otro lado, pero lo que miremos conviene hacerlo guardando su real proporción.  

Buster Keaton decía que cuando uno mira el mundo por el ojo de una cerradura, la realidad se vuelve una tragedia. Si tomamos los hechos extraordinarios como prácticas ordinarias ponemos a las cosas en un lugar donde no se encuentra. Movemos la realidad pero contra los jóvenes más vulnerables. Por el contrario, cuando abrimos el plano, estamos en mejores condiciones para evitar otra bola de nieve. Problemas multiacausales requieren respuestas multiagenciales, es decir, alianzas entre las distintas agencias del estado. La cárcel no es la mejor respuesta. En realidad no es la mejor respuesta para ningún delito. Mucho menos cuando estamos hablando de delitos cometidos por niños, niñas o adolescentes.

Estoy convencido que uno de los problemas que tenemos en la sociedad Argentina, además de la negrofobia, es la manera de ocultar este problema a través de justificaciones morales que no tienen ningún asidero comprobado. Se cree, por ejemplo, que a lo niños hay que agarrarlos de chiquitos, porque, como decía mi director del colegio secundario, “hoy tiran una tiza y mañana ponen una bomba”. O como decía George Kelling, uno de los mentores de la Tolerancia Cero: “Quien roba un huevo roba una vaca”, es decir, quien puede lo menos puede lo más.

Se cree que para evitar los grandes delitos hay que ser implacables de entrada, es decir, hay que demorarse en los pequeños eventos de la vida cotidiana que si bien a veces ni si quiera constituyen un delito estarían creando las condiciones para que aquello suceda. No todos los que tiramos tizas nos convertimos en tirabombas o los que alguna vez robamos una chocolate en un kiosco nos convertimos en ladrones profesionales. Ni siquiera, me atrevo a decir, la gran mayoría.  

Lo cierto es que el encarcelamiento, en cualquiera de sus formas, lejos de resolver los problemas termina agravándolos. No solo porque estigmatiza más aún a esos jóvenes, sino porque contribuye a deteriorar los vínculos en su comunidad, profundizando los malentendidos sociales, porque no les agrega ninguna capacidad que les permita estar en mejores condiciones para conseguir un trabajo digno, porque se los excluye del mercado laboral formal o se los margina en el sistema de educación formal, etc.

En vez de recibir una sobreprotección se los vulnerabiliza aún más. No es de esperar que esos jóvenes, otra vez en la calle, después de haber transitado “una temporada en el infierno”, sean dóciles y compasivos con todos nosotros. La bronca vendrá con sordina y le agregará más violencia a los conflictos que se buscan hoy desandar. No es una profecía y tampoco una amenaza. Basta con revisar el derrotero en esta materia en los últimos 15 años. Por eso, como escribió alguna vez Jean Genet: “si no salváis a los negros, morirán. Y otros vendrán para mataros”.

(*) Investigador de la UNQ y director del Laboratorio de estudios sociales y culturales sobre violencias urbanas. Autor de Temor y control y La máquina de la inseguridad. Integrante del CIAJ y la Campaña Nacional contra la violencia institucional.

Fuente: La Tecl@ Eñe

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