Cultura Iván Zgaib 03/06/2022

Un deseo ornamental

Con "Camila saldrá esta noche", Inés Barrionuevo le abre las puertas del cine argentino a las juventudes politizadas. Se ve hasta el miércoles en el Cineclub Municipal.

  

Especial para La Nueva Mañana

1.

En la primavera de 2017, los programas de la tarde ya tenían profesionales entrenados para gritar. Había padres con ataques de nervios y periodistas descascarados por la humedad. Si la televisión fuera un deporte, ganaba quien interrumpiera primero a sus compañeros, e interrumpía primero quien escupiera la frase más chisporroteante posible. La palabra era espuma rabiosa. Alzar la voz: un tackle capaz de tumbar a una persona a cambio de miles de likes.

Cuando Ofelia Fernández apareció en escena, la sorpresa fue que corrió la tela de ese espectáculo: una chica de diecisiete años, atendiendo móviles desde la puerta de una escuela tomada, empezó a explicar por qué los estudiantes se oponían a una reforma que hacía de la educación algo semejante a un autoservicio de comidas rápidas. Cuanto más explicaba, más forma tomaba su voz diamantina. Cuanto más gritaban del otro lado, más abstracto se volvía el ruido periodístico. Al fin, aire fresco.

2.

Los estudiantes encolumnados junto a Ofelia proyectaron la imagen de una juventud abriéndose paso por los estrechos pasillos del espacio público. Y ahora, con el estreno de Camila saldrá esta noche, esos adolescentes politizados empiezan a ocupar su rincón en las angostas veredas del cine argentino. La  protagonista del film, de hecho, inaugura su historia huyendo de la policía después de una marcha. Lleva un pañuelo verde atado a su mochila; luego insulta por lo bajo a su abuela gorila y mira de reojo los museos porque fueron inventados por los imperialistas. 

El film de Inés Barrionuevo, con ciertos logros y tropiezos propios de un adolescente que intenta controlar demasiado su cuerpo, se destaca al menos por dejar atrás a toda una generación de jóvenes que mojó al cine argentino en su merienda de clonazepam: desde los chicos de madera filmados por Ezequiel Acuña, hasta las criaturas de Martín Rejtman que intentaban suicidarse por estar aburridas o por sufrir mucho calor. La Camila de Barrionuevo, por el contrario, tiene algo para decir. Y tiene emociones bombásticas que podrían disparar las frecuencias del cine de adolescentes argentinos a niveles inusuales.

 En medio de esa odisea, Barrionuevo emprende la dificultosa tarea de incorporar la política a las conversaciones cotidianas de sus personajes. Es una decisión que encuentra el punto justo cuando exprime la suficiente espontaneidad para que sus actores no den la impresión de estar leyendo el cartel de un centro de estudiantes. Y se choca con sus límites cuando los diálogos sobrecargados (que pasan desde el aborto hasta la colonización) asemejan la película a una agenda donde se van tildando los temas a tratar. 

Aquella tendencia declamatoria, emparentada lejanamente a las películas nacionales de los ‘80, tiene la particularidad de ser fusionada con la atracción noventosa del Nuevo Cine Argentino por los tiempos muertos. Ver a Camila calentando la comida en el microondas o espiando a su vecina que fuma en la ventana del edificio de enfrente (algo que hace ver a las torres de Buenos Aires como pequeñas prisiones de privilegios), señala una apropiación narrativa de la contemplación. Barrionuevo logra imprimirle vitalidad a la historia de esta adolescente, que no es solo discurso sino también experiencia. 

3.

    Una de las cualidades más admirables de Inés Barrionuevo es su capacidad para ejercer un control absoluto sobre los materiales con los cuales trabaja (virtud que dentro del cine de Córdoba, al cual pertenece, quizás sólo tenga su equivalente en Rosendo Ruiz). En el mejor de los casos, esto le permite crear películas que dan la impresión de fluir sin esfuerzo y convencer a los espectadores sobre la verdad ficcional que predican. Uno ve Camila y rápidamente puede sintonizar con la sensibilidad de su protagonista, que es lanzada hacia una nueva escuela donde la mayor parte de sus compañeros tienen guita, le rezan al crucifijo y rara vez salieron de la zona norte de Buenos Aires (todos atributos lejanos a la vida más austera que ella llevaba en La Plata).

En el peor de los casos (cuando el control cruza la raya hasta dejar de verla), Barrionuevo corre el riesgo de encorsetar sus películas. Ese traspié toma cuerpo en la belleza procesada de las imágenes de Camila. Hay encuadres abiertos, cuyo estatismo hace ver a la escuela secundaria como un lienzo y a Camila como su modelo; y hay escenas en una fiesta donde se exprime un fulgor rosado sobre toda la imagen, hasta darle una apariencia ornamental. El cálculo detrás de cada plano tiende a caer en un preciosismo azaroso que por momentos no quedaría fuera de lugar entre los posteos más likeados de un feed de instagram. 

Pero lo verdaderamente curioso es cómo esa inclinación por la belleza se traslada del mero gesto visual al tratamiento de algunas escenas dramáticas. Camila es una película que explora la iniciación sexual de las adolescentes (y por sobre todo, de una generación que hizo de la fluidez su bandera y de las clasificaciones cerradas su blanco de batalla). Y sin embargo, cada escena de sexo consentido es presentada bajo la misma forma pulida: los chicos y las chicas son tan preciosos que podrían protagonizar su propio spot publicitario. Suelen saber qué decir para levantarse a quien les gusta y cuando finalmente lo logran hacen ver al sexo como una pose planificada. Apenas alguna escena donde Camila se tambalea al ver a la persona que le atrae abre otro camino. Se convierte en un destello de incomodidad que es aislado en la película, pero una constante en la vida de cualquier adolescente. 

Barrionuevo sin dudas posee una sensibilidad especial para mirar con empatía a sus protagonistas. Es sólo que el deseo pristino y las imágenes calculadas de Camila tienden a perder el misterio en favor de la autoconsciencia. Y allí se produce el desfasaje: entre una juventud lista para romper las estructuras y una película que suele caer en ellas. 

 


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