Deportes Germán Panichelli (*) 30/10/2017

“El mejor entre los mejores”

Si te hubiesen dado la posibilidad de crear un jugador de fútbol, mágico, habilidoso, creativo, gambeteador, definidor, te hubiese salido igual a Diego Armando Maradona.

Ilustración: Luis Silva

Mi viejo me dijo que Argentinos Juniors, que debía enfrentar a Talleres, iba a concentrar en un hotel céntrico y no dudamos de ir con la ilusión de conocerlo personalmente. Eso no fue posible y las cientos de personas que nos habíamos acercado con las mismas intenciones nos debimos conformar con verlo a través de la ventanilla del micro. Nos avisaron de qué lado iba a estar sentado Maradona y a lo largo de seis cuadras se formó una hilera de personas, expectantes en el cordón de la vereda, solo para verlo pasar. Era el año 1979 ó 1980. Por entonces yo jugaba en inferiores y me desvelaba poder cruzarlo algún día dentro de una cancha. No pudo ser, a los dos años debuté en Primera y él ya se había ido a jugar al Barcelona.
Todos por esos tiempos soñábamos jugar como él.

Si te hubiesen dado la posibilidad de crear un jugador de fútbol, mágico, habilidoso, creativo, pícaro, guapo, gambeteador, definidor, te hubiese salido igual a Diego Armando Maradona, porque este argentino resultó ser el más alto entre los petisos, el más elegante entre jugadores finos, goleador entre goleadores y el mejor asistidor entre los asistidores. Cuando entraba a una cancha era como que todo se paralizaba y ya toda la atención caía sobre él. Todos los demás, adversarios, público, árbitros, periodismo, etc. pasaban a ocupar un papel de reparto.
Con solo eso le hubiese alcanzado para estar en el podio entre los mejores de la historia. Pero él tuvo durante toda su carrera un condimento que lo ubica en un escalón más alto que todos los demás: “la épica”, un condimento que no se compra en los supermercados y que transforma a su trayectoria en única e irrepetible.

Porque nació en una villa y llegó a ser por muchos años la persona más conocida del mundo. Porque debutó con solo 15 años en un equipo chico del poderoso futbol argentino y lo llevó a los primeros planos, a competir de igual a igual contra los grandes. Porque ya en Europa y al tener que marcharse del gran Barcelona, no eligió ir a otro equipo grande, por el contrario, recaló en el Nápoli, donde llevó a ese equipo chico del sur a su primer título del fútbol italiano, postergando los festejos de los poderosos del Norte. Porque en ese país fue amado con locura y odiado con la misma intensidad y la imagen del dios pagano, que venía a redimir a los humildes entonces se agigantó. Porque en el mundial de México, en el año 1986, representando a la Selección Argentina, realizó sus obras cumbres. Porque ahí, contra Inglaterra, justo contra ese país y a pocos años de una guerra entre ambas naciones, convierte dos goles que quedaron en la memoria de todo el mundo, el que hizo con la mano y el que habíamos soñado todos con hacer con los pies. Porque a los cuatro años, en 1990 y con el tobillo del tamaño de una pelota llevó a su selección otra vez a una final del mundo, con algunas pinceladas inolvidables, como la jugada previa al gol contra Brasil, que también quedó grabada en la retina de todos los argentinos. Y porque cuando ya lo habían declarado un ex jugador, resurgió de las cenizas y posibilitó que Argentina clasifique para el mundial de 1994, en el cuál iba camino a ser su gran estrella, pero que una sanción tan polémica como sorpresiva, además de dejarlo afuera de la competición, lo lleva otra vez a las tapas de todos los diarios del mundo. Esa épica es con la que no van a poder competir todos los jugadores que lo precedieron, los que le siguieron y los que vendrán. Esa épica es y será su gran sello distintivo entre los mejores, que nunca jamás resistirá comparaciones, porque todo aquello que logra emocionar, contagiar, hacer vibrar, provoca una admiración que no resiste razonamientos fríos, ni análisis estadísticos.


Es por eso que su imagen y nombre, retratada en tatuajes, remeras, murales callejeros, medallas, estampitas, nombre de hijos, de estadios, todos gestos de cariños, de amor, es el agradecimiento más puro y sincero del futbolero, del que se vio representado, de aquel que recibió tantas alegrías y que jamás se atrevería a juzgarlo fuera de un terreno de juego.
Un agradecimiento y admiración a la que me sumo.

(*) Germán Panicelli es exfutbolista. Jugó en Instituto, Villa Dálmine, Blooming,The Stronger y River. Publicó tres novelas: El caso Marino, 30 días en el infierno y Mi Barcelona.


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