Después de patentar el cinematógrafo en febrero de 1895, los hermanos franceses Auguste y Louis Lumière ganaron algo de dinero exhibiendo sus películas y filmando algún que otro evento, como la coronación de Nicolás II de Rusia. A pesar de ello, no le dieron un voto de confianza a su propio invento y se apresuraron en decir que “el cine es una invención sin ningún futuro”, posiblemente, debido a que su imaginación cinematográfica no era tan brillante como sus dotes inventivos. Sus primeras películas -es decir, las primeras películas- tan solo mostraban situaciones comunes de la vida cotidiana: “Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir”, “Llegada de un tren a la estación de la Ciotat”, “El mar”. La simplicidad de estas películas es tal, que el título y la sinopsis son la misma cosa.
Desde luego, es un poco jactancioso, cuando no estúpido, acusar a los inventores del cine de hacer películas simplonas, dado que, como en todo arte, las ideas innovadoras surgen a lo largo del tiempo y la creatividad cinematográfica es una facultad que se nutre, principalmente, de la historia del cine, de la cual los Lumière estaban desprovistos por ser los primeros. Sería como pedirles a Adán y Eva que se comporten “como la gente”.

Por esa misma razón, sin embargo, es tan importante la figura de Georges Méliès. Este actor y director de teatro francés fue uno de los invitados a aquellas primeras exhibiciones cinematográficas públicas, pero lejos de ver en ellas un mero entretenimiento de feria, su cabeza se llenó de ideas extraordinarias. Quizá porque provenía del teatro, y no de la fotografía como los Lumière, vio en el cinematógrafo a un instrumento para contar historias fantásticas. En lugar de personas caminando, zambulléndose al mar o llegando en tren a una estación, en 1902 (¡en 1902!) Méliès hizo una película en la que un grupo de científicos fabricaba un cohete, viajaba a la luna y se enfrentaba con marcianos, mejor dicho, con selenitas, como se conoce a los habitantes imaginarios de la luna. Seguramente, el lector ha visto alguna vez la escena del cohete estrellándose en el ojo de la luna; sí, esa es la película: Le Voyage dans la Lune (Viaje a la Luna).

Ahora bien, ¿de dónde sacó Méliès tal idea? Como dijimos más arriba, la creatividad en el arte suele nutrirse de la historia del arte, y esta no fue la excepción. Como casi no había películas, Méliès se inspiró en obras literarias existentes, algo que también es habitual en el cine contemporáneo. Particularmente, se basó en dos novelas: Los primeros hombres en la Luna, publicada por H. G. Wells apenas un año antes, y De la Tierra a la Luna, que Julio Verne había escrito en 1865.
Podríamos situar a Verne, Wells y Méliès en una tradición que se remonta, al menos, al siglo XV, cuando en Italia, Francia y Alemania comenzaron a circular los Theatrum Machinarum (Teatros de Máquinas), libros que contenían hermosas ilustraciones de máquinas maravillosas. Algunas eran distorsiones de máquinas existentes; otras, en cambio, eran absolutamente imaginarias, aunque dibujadas y descriptas con tanta minuciosidad que cualquier artesano podría construirlas si así se lo propusiese. Sin embargo, ese no era el propósito de tales producciones, antes bien, la representación gráfica de las máquinas tenía una finalidad estética, es decir, resaltar la belleza de los artificios, además de comunicar ideas, emociones e interpretaciones del mundo.

Tanto Verne como Wells aún vivían en el momento en que Méliès filmó Viaje a la Luna. Si bien este humilde articulista ignora si llegaron a ver la película, está convencido de que nunca imaginaron que sus novelas se filmarían. Fueron, podría decirse, los primeros escritores en ser adaptados al cine. Este ejemplo bastaría para concluir que la historia del arte tiene sus ironías, pero aún hay más. Méliès tampoco debe haber sospechado que, cien años más tarde, su película iba a ser el insumo de un pequeño cortometraje filmado para difundir visualmente una canción, algo que en nuestros días llamamos videclip, que circula en algo llamado televisión y —más difícil de prever en 1902— en algo llamado internet. Menos aún debe haber imaginado, aunque con genios de esta talla nunca se sabe, que la música iba a parir algo así como el rock, que éste engendraría al grunge, y que en este género se inscribiría The Smashing Pumpkins, una banda de jóvenes estadounidenses formada a finales de la década de 1988.

La banda alcanzó el reconocimiento definitivo en 1995, cuando lanzó "Mellon Collie and the Infinite Sadness", y aunque muchos aseguran que la calidad del disco garantizaba su éxito, no se reconoce la calidad de lo que se desconoce, por lo que era necesario difundir las canciones. ¿Qué mejor, entonces, que un videoclip? La canción seleccionada fue Tonight, Tonight y, después de varias ideas descartadas, los directores contratados, Jonathan Dayton y Valerie Faris, decidieron basar el video en Viaje a la Luna, pues claramente la portada del álbum hacía referencia al cine mudo de principio de siglo XX.
El video se vio por primera vez en mayo de 1996. En él, un grupo de personas se encuentra celebrando el lanzamiento de un zeppelin (¿guiño, guiño?) que tiene como destino la luna, la cual, desde luego, conserva la cara de la película de Méliès. Las tomas, los efectos especiales, el vestuario, todo recuerda a ese film. Pero, por si quedaba alguna duda, cuando los protagonistas descienden sobre la luna, se enfrentan a un grupo de marcianos (perdón, de selenitas) que los atacan. Finalmente, escapan en un cohete idéntico al que había imaginado Méliès.

Quién sabe cuándo termine la historia comenzada por Verne y Wells. Quién sabe qué formas de contar historias y de difundirlas existan en el 2100. Quién sabe para qué tipo de arte, en qué género y bajo qué formato, alguien tome el videoclip de The Smashing Punkin, se inspire en él y vuelva a estrellarse en el ojo de la luna, de formas que aún no podemos imaginar.