“¡A pesar de los años, los momentos vividos, sigo estando a tu lado...!”
La historia de un equipo de fútbol de preadolescentes, que marcó una época en la Liga Riotercerense, y se forjó de tal manera que hoy, adultos, mantienen una amistad inquebrantable.
“La poesía de los astros era su ausencia”. (César Aira)
Risas. Carcajadas. A algunos les salen lagrimitas y están tentados. Se señalan entre ellos mientras la risotada abunda. Parecen niños, aunque todos ya ingresaron a las cuatro décadas. Pero en esa larga mesa donde hay gaseosas, cervezas, vino, agua y todo tipo de cortes de carne, vuelven a la infancia, a la adolescencia...
En esa reunión anual de cada septiembre preservan momentos añejos, preservan el sentido de la amistad.
Tiempo atrás fueron un equipo de fútbol exitoso en resultados. Pasaron los partidos, las vueltas olímpicas, los partidos ante Instituto o Estudiantes de Río Cuarto, los goles, las derrotas, los fracasos, los éxitos, las lesiones, el retiro, pero sobrevivió el ser amigos.
Lucas viajó desde Catamarca, el Leo desde Villa María, Diego desde Tucumán, alguna vez el Rodrigo desde el sur, Franco y Pablo desde Córdoba y así... para reunirse, otra vez, y cantar loas a la amistad. Es muy probable que a alguien se le ocurra contratar al mejor pintor o fotógrafo para que retrate y fije esos instantes, pero no es relevante, todo está guardado en la memoria. Memoria que veces es traicionera y olvida. Olvida como quién hizo el gol de la final en la cancha de Atlético Almafuerte, pero jamás olvidará las travesuras en Oliva.
Las risas no están ni sincronizadas, ni tienen armonía. Se ríen. Pero cuando jugaban al fútbol vaya que eran sincronizados y armoniosos, más allá de la velocidad que tenían el ‘Chamini’ y el ‘Cucho’.
César Aira, siempre volvemos al candidato al Nobel de literatura. ¿Logrará lo que Borges no pudo? Pregunta que no hace falta responder en este relato. Y tampoco interesa, aunque estemos expectantes que lo reciba. Volvemos, Aira escribió en El Gran Misterio que “los recuerdos de infancia suelen ser invenciones, verdaderas creaciones de adultos que practican la poesía sin saberlo”. Es probable. Por eso busqué confirmar esas remembranzas que tenía sobre la famosa clase ’79 del Fitz Simón que salió bicampeona en el fútbol infantil de la Liga riotercerense a comienzos de la década del ’90 y que tenía unos jugadores bárbaros, y que afuera de la cancha eran unos “personajes importantes”, de “dañineadas”, como describirá más tarde Leonardo Medina, y múltiples travesuras. “Éramos unos sinvergüenzas”, se describen, entre risas. Y no, no era una invención de la memoria, era real.
Unir retazos, ir tras las huellas de aquellos días, meterse en el túnel imaginario de los tiempos, un juego que provocó una evocación, porque quien escribe este relato no era de la clase ’79, pero gracias a la generosidad del ‘Viviqui’ Lima y el Eduardo Guarini jugué varios partidos con ellos. Pero la historia no me incluye, la historia es de este grupo de amigos que hizo historia en Embalse y cada septiembre se reúne a celebrar con convicción y virtuosismo los pasajes y paisajes de un tiempo lleno de gloria.
Gustavo Lima hurga en su memoria y trata de recordar: “La primera formación jugaba con Zapallo Tolosa en el arco, Fede, Sapo Villarreal, Mateo y Almirón; en el medio Piter, Lucas Cáceres, Manzana Villarreal, Chamini, Gustavo Lima y Diego Menichetti. Después nos mezclábamos mucho con la ’80, sabían jugar con nosotros Marquitos Vélez, Lucas Alesandri, Leo Medina, el Cristian Cabrera, que era arquero, también Joaquín Chanquía. Pero de la ’79 también estaban Pablito Barrientos, Lorenzo Rosa, había un chico que no me acuerdo el nombre, le decíamos chileno, el Choco López también. Ah, me estoy olvidando del Franquito Suárez que la rompía…”
Al mismo tiempo, Gustavo Aguilar, popularmente conocido como ‘Piter’, también intenta armar el equipo. “Algunas imágenes se me vienen a la memoria. Hay una foto donde estamos casi todos los que jugamos esos años. Con esa foto el equipo creo que era Cristian Cabrera, Fede de dos, de tres yo, de cuatro el chileno, el seis era el Sapo, de cinco el Lucas Cáceres, lo acompañan Toloza y el Manzana, arriba Chamini, Franco Suárez y el Negro Lima. En el primer campeonato que salimos campeones le ganamos la final a Independiente de Hernando. Jugamos la primera final allá, era ida y vuelta, empatamos creo que 1-1 o 2-2, después en Embalse ganamos 1-0 y salimos campeones. Al año siguiente también salimos campeones. Le ganamos a Belgrano de Berrotarán la final. Empatamos en Berrotarán, empatamos en Embalse y tuvimos que ir a un tercer partido en cancha neutral, que fue en cancha de Atlético de Almafuerte, y ahí ganamos 2-1. Salimos campeones y fuimos al provincial”.
“Me sumé a los 9 o 10 años al grupo de la ‘79 con Viviqui Lima como técnico. Jugaban Zapallo Tolosa, Fede Alesandri, Marcos Vélez, Piter Aguilar, chamini, Gustavo Lima, Juani Luengas, Lorenzo Rosa, Pablo Barrientos, Mateo Torres, y algún otro que no me acuerdo. Cuando pasamos a cancha grande se sumó Franco Suárez, que venía de La Playosa como crack, Manzana Villarreal y Sapo Villarreal de Belgrano y Atlético de Almafuerte, Diego Menichetti de Belgrano de Almafuerte, el chileno que suplantó a Mateo Torres para toda su vida, Diego Erroz que venía de Córdoba y dos más de Santa Rosa que no recuerdo apellid. También de refuerzo vino Cabrera de Atlético de Almafuerte, el Aníbal de Berrotaran. Con ese equipo jugamos por todos lados, creo que fueron dos campeonatos y dos subcampeonatos, con el Viviqui y después Guarini como técnicos”, relata Lucas Cáceres, que hoy es un prestigioso médico que trabaja en la provincia de Catamarca. El otrara volante central, que previo a jugar en el ‘Canario’ estaba en Belgrano de Almafuerte, debido a que su hermano Adrián jugaba en aquel club y le quedaba más cómodo, también resaltó: “Para mi ese grupo de fue mi primer equipo en el cual tomé noción de la importancia de ganar o perder, de salir segundo o salir campeón, y de lo que es el dejar todo por el equipo y por tus amigos”.
Pablo Ariel Villarreal es más conocido como ‘Manzana’. Era un jugador tremendo de infante. Oriundo de Almafuerte, jugó dos años para Fitz Simon. Se disculpa cuando le consultamos por aquel tiempo. “Me acuerdo muy poco”, expresa. La niebla de la lejanía. Pero al rato, nos tira algunos datos: “Yo salía del colegio y picaba para Embalse. No recuerdo mucho, perdón. Salimos campeones después de muchos años que no ganaba algo el Canario. Era muy fuerte esa ’79. Ganamos una final en la cancha de los Loros, contra Belgrano de Berrotarán, en un tercer partido… A Fitz Simon fui con el Cristian Cabrera y el Gera Moscoso, eran ‘80 los dos, pero Cristian atajaba para la ’79... Estuve dos años en Embalse, después jugué en Atlético y terminé en Belgrano de Almafuerte. Por trabajo no pude seguir jugando, no podía entrenar”, rememora, y agrega: “Yo viví con mi vieja, y bue, laburaba y cuando tenía libre jugaba sino, no”.
Actualmente el ‘Manzana’ Villarreal es técnico de las inferiores de Belgrano de Almafuerte. “Cuando voy a Embalse me tratan de maravillas. Dejé muchos amigos, que es lo más lindo para mí”, expresa.
¡Lo que es el paso del tiempo! Y la memoria que se vuelve traicionera. Pablo Villarreal marcó el gol de la final con la que salieron campeones, y en ningún momento lo recordó. Se acordaba más de los compañeros, de los amigos y no del gol que le permitió al equipo dar la vuelta olímpica.
¿Cómo? ¿Manzana hizo el gol? José Pérez, periodista y locutor de gran experiencia y respetado en la zona, busca entre sus anotaciones. Y está varios días buscando, hasta que encuentra ese papel. “¡Acá está! Revolví toda la casa buscándolo”, exclama.
“Fitz Simon sale campeón en 1992, un sábado a la tarde. Fue la primera vez que el fútbol infanto-juvenil obtenía un título de la Liga de Río Tercero. Hasta ese entonces había antecedentes de muy buenos equipos, con el correr de los años la categoría que más títulos le dio a Fitz Simon fue la Reserva, tanto en el ascenso como en Primera. Incluso entre 1989 y 1991 la Reserva llegó a tener 50 partidos invictos. Bueno aquella final de la ’79 me tocó relatarla, fue la primera vez que la Delta transmitía una final de fútbol infantil de la Liga. Es inevitable emocionarse. Fitz Simon jugó con Cabrera en el arco, en la línea de fondo Piter Aguilar (luego reemplazado por Gómez), Federico Alesandri, Villarreal y Lucas Alesandri; en la mitad de la cancha el 8 Leo Medina, el 5 Sebastián Toloza y con la 10 Pablo Villarreal; en el ataque el 7 Gustavo Lima (reemplazado por Lucas Cáceres), con el 9 Suárez (reemplazado por Menichetti) y con el 11 Moscoso. Estuvieron en el banco Cirio, Gómez, Menichetti, Rosa, Cáceres, Barrientos y Ruiz Vergara. El técnico era Viviqui Lima. El árbitro fue Daniel Sarmiento. Fitz Simon le ganó a Atlético Almafuerte por un tanto contra cero, con gol de Pablo Villarreal a los 19 minutos del segundo tiempo. El gol fue en el arco que le da la espalda a la vía del tren. La particularidad es que a los 20 minutos de esa segunda etapa, en el arco que da a la cancha de Belgrano, hay penal para Atlético, que Álvarez remató y pegó en el travesaño…”, narra Pérez. Siempre hay que consultar a José Pérez.
¿Importa a quién le ganaron? ¿Importa la cancha? ¿Importa quién hizo el gol (algunos me dicen que fue el Sapo Villarreal)? ¿Importa? Damián Felicia, ex jugador de Instituto y Talleres, me decía un viernes a la noche, que nadie se acuerda quién salió campeón en el ‘94 o quién ascendió en el ‘95. “Pasa el tiempo y deja de ser noticia”. Y él se acordaba que después de un penal que falló en un clásico en Bolivia, y estaba triste por eso, su compañero Pablo Burtovoy le dijo: “Dami, todo sigue igual, hoy vas a ser noticia, pero mañana esto va a ser historia. Tenés que aprender a cicatrizar rápido y avanzar”.
Avanzar...
Avanzar...
Tanto en el triunfo como en la derrota, avanzar...
Tanto en los goles como en los penales errados, avanzar...
La noticia pasa, queda en la historia, pero “la vida sigue”, me explicaba Felicia, y resaltaba que lo mejor es lo que dejaste en ese grupo, en ese plantel, en ese equipo.
Esta clase ’79 del “Canario” embalseño, salió campeona, pero no se acuerdan a quiénes le ganaron, quiénes hicieron los goles en las finales, quiénes eran titulares o suplentes... Se acuerdan de que fueron (y son) un grupo de amigos.
“Lo mejor del fútbol son los amigos que nos deja y gracias a Dios son los amigos que tengo hoy en día. Una vez al año nos juntamos todos a recordar anécdotas, y con los que están acá, en Embalse, nos juntamos siempre a compartir asados, comidas con todas las familias. Los amigos que me dio el fútbol son para toda la vida”, exclama el “Cucho” Lima, que cuando estaba pisando la adolescencia dejó el pueblo para sumarse a las divisiones inferiores de Rosario Central. En enero de 1994 se fue al semillero ‘Canalla’ con 14 años. “Fue una hermosa experiencia”, sostiene. Estuvo seis años en esa prestigiosa cantera donde compartió equipo con Daniel “Cata” Díaz, Cristian Campestrini, Luciano De Bruno, entre otros; hasta que quedó libre a la edad de contrato. Regresó al pago, pero continuó jugando al fútbol. Actualmente es el capitán del primer equipo del Fitz Simon.
El ‘Cucho’ Lima era un delantero peligroso. Rápido, potente y hábil en el área. Así lo recuerdo, aunque la memoria no es de fiar. Pero tengo presente que él marcaba diferencia y mucha en esos partidos. Escribe Aira en Pinceladas musicales que “ese realismo alucinatorio debería hacerme desconfiar más todavía”. Producto de esa desconfianza, busqué en Leonardo Medina, otrora mediocampista del Canario, clase ’80, pero habitué jugador de la ’79. Y él, entusiasmado en el recuerdo, confirma: “¡El negro Gustavo tenía una calidad para jugar! Tenía un cañón en la pata. Estaba en el área y ahí jugaba antes de irse a Rosario. Era goleador y definía siempre. Me acuerdo de un gol de él, que se tira de palomita, deja pasar la pelota y la engancha con el taco. ¡Terrible ese gol! Me lo acuerdo muy bien, porque fue en un partido importante. Era muy sencillo para jugar, cara de enculado para jugar, sencillo, fuerza, potencia, y una fuerza abusa para esa edad para pegarle a la pelota... Arriba jugaba con el Chamini, que era un petardo. Néstor Vivas más conocido como el Chamini. Fue muy importante en el equipo ese, después falleció. Se me vino a la memoria el Chamini. Se acuerdan siempre de él, tenía una velocidad impresionante. Estaba con el negro Gustavo adelante. El Chamini era más ligero que el Gustavo todavía, pero él iba por afuera y el negro Gustavo por adentro. Los dos eran veloces...”.
La remembranza del ‘Chamini’ Vivas está presente en todo momento, que siempre era acompañado por su tío Elio a la cancha.
Los dos delanteros rápidos eran el Chamini y el Cucho. Y otro pilar fundamental del tridente ofensivo era Franco Suárez. Un delantero elegante, muy recordado por su juego y capacidad para definir en el área. Suárez jugó muchos años en Fitz Simon hasta que se fue a estudiar a Córdoba allá por la temporada ‘98/’99. Aunque luego volvió al ‘Canario’ en el 2009. Estuvo jugando en el 2011-2012 en Defensores de Pilar, en la popular Liga independiente. Actualmente es productor de seguros y junto a su esposa realizan trabajos relacionados al marketing, comunicación y publicidad. Pero sigue jugando al fútbol. Lo hace en el torneo amateur Campa en la ciudad de Córdoba. “Es difícil colgar los botines definitivamente”, cuenta. También se lo supo ver jugando en el torneo de la UCFA.
Y en la catarata de remembranzas, Franco Suárez exalta: “Teníamos muchas cosas buenas en ese equipo. Todos nos divertíamos, la pasábamos bien. Éramos muy compañeros y disfrutábamos ir a entrenar y jugar al futbol. Futbolísticamente e individualmente había muchos, pero muchos buenos jugadores, pero lo mejor que tuvimos fue nuestro técnico, quien empezó todo, el Viviqui...”
Una breve charla con el “Viviqui”
Cuando empecé a armar el rompecabezas de esta historia, con el último que hablé fue con el "Viviqui". Lo confieso: me costaba; se debe al enorme respeto que tengo por ese hombre. Y a veces hay personas a las que se quiere guardar con aquella imagen inmaculada que propone la niñez, por temor vaya uno a saber a qué, a que el tiempo, quizás, desfigure sensaciones y apreciaciones. El Viviqui era mi técnico de niño y siempre sentí que ese hombre tenía demasiada confianza en mí y no sé si pude devolver esa esperanza. Por eso, tantos años después volví a hablar con él y por primera vez no lo traté de usted. Fue todo un reto para este cronista, porque se volvió personal, más personal que nunca.
Necesitaba la aclaración, ya que también expone al personaje, un tipo muy querido por todos los que fueron dirigidos por él.
El Viviqui Lima era (y fue) más que un entrenador de fútbol para esos nenes.
A continuación una parte de ese diálogo.
- ¿Qué te acordas de esos pibes, de ese equipo?
- Yo pienso que en muy pocos pueblos se encuentra tanta cantidad de buenos jugadores en una categoría. Es una cosa que ocurre muy de vez en cuando. Pasan muchos años para que aparezca una división parecida. Era una división de muy buenos jugadores todos – describe Lima, el popular Viviqui. Se le nota que se le infla el pecho al hablar de ese grupo de chicos...- Me da una gran alegría y orgullo que sean amigos, a pesar de no haber sido un buen ejemplo...
- ¡¿Cömo?! ¿Cómo es eso que no eras un “buen ejemplo”?
- Yo era un tipo que inclusive fumaba – se ríe-. No sé si te habrán contado las cosas que me hacían con el cigarrillo. El Lucas Cáceres con una tapa de un bidón la llenaba de agua y me apagaba los cigarrillos. Yo ya sabía que era él – se ríe. Y empieza a recordar las travesuras que aquellos niños hacían – Una vez el Lucas y el Federico estaban enojados porque los había puesto en el banco de suplentes. Estaban calientes. En un momento les digo, oigan pónganse a calentar. Y al rato los veo estaba con los botines al revés, mirando para afuera los botines, de esas historias hay diez mil. Era una división bárbara. Y la ’80 también era una muy buena división, tenía muy buenos jugadores y muchos jugaron en la ’79. Me dan orgullo porque ahora me ven, me saludan, me dan un abrazo y te das cuenta del aprecio que me tienen. Siempre fui respetuoso de los chicos, y los chicos conmigo a pesar de las jodas – relata aquel entrenador que hoy tienen 70 años, hace cinco años está jubilado, y ayuda a su esposa en el lavadero de ropas del pueblo.
- ¿Y cómo era dirigir a tu hijo, Gustavo, que además era una de las figuras?
- No, no, yo siempre lo traté igual que todos. No hacía diferencia. En esa clase también jugaba el Guille Paez, yo no hacía diferencia y ponía a todos los chicos en lo posible. A no ser que sea un partido muuuy chivo.
- ¿Te acordás del “Chamini”, qué recordas de él como jugador?
- Sí, era un muuyy buen jugador, tenía unas condiciones bárbaras. Iba a crecer cuando fuera más grande, era muy muy bueno, velocidad, gambeta, freno, le pegaba muy bien a la pelota, tiraba unos centros bárbaros. Buen jugador era.
“¡Viviqui, la Coca... Viviqui, la Coca!”
Ese cántico era habitual en cada viaje de los infantiles de Fitz Simon. Era como un grito de guerra arriba del colectivo, a la que el entrenador tenía que pagar a la llegada al pueblo.
“¡Viviqui, la Coca...!
El tipo se hacía querer... El Viviqui se hizo querer.
Un grupo fuerte y sólido
En 1993 se hace cargo de varias categorías infantiles Eduardo Guarini. Era el último año de la ’79 en el proceso formador infantil en la Liga Riotercerense de fútbol; y Guarini le tocó ser el entrenador. Al comienzo no fue fácil, pero hubo todo un proceso que lo llevó al éxito, logrando el bicampeonato y quedando tercero en el Provincial.
- Cuando llegué, los chicos de esa categoría no iban a entrenar. Faltaban dos semanas para el inicio del torneo y no venía ninguno, incluso se habló de que no se iba a presentar esa categoría en el torneo. Y una semana antes cayeron todos, todos juntos. Tenían 14 años, pero tenían muuuuuucha personalidad. Federico Alesandri ya tenía ese don de líder, también Lucas Cáceres. Eran un grupo complicado, me acuerdo. Empezamos con un tire y afloje duro. Cuando yo me presento, les digo que el únco pelotudo y loco era yo, y que no iba a ser fácil que me pasen por arriba. Hasta que un día vamos a jugar a Elena. Esta categoría era muy buena, muy buena, y goleadora. En un momento del partido íbamos ganando 10 a 0, sí, sí, así como suena, 10 a 0. Era un baile marca cañón (sic); y la única jugada que hacen ellos, la hace el 10, que le tira un sombrero al Lucas y salió jugando, pero apenas se dio vuelta el Lucas le agarró los tobillos y se los puso en la oreja, con tanta suerte que el árbitro no lo vio y el línea tampoco. Era para roja. Yo ya había hecho todos los cambios, pero lo saqué lo mismo, cuando llegó al banco, le hablé y le dije que eso no se hacía. Bueno, terminó el partido, vamos al vestuario. Habitualmente nunca les digo lo bueno o lo malo de los partidos, sino que lo hago en la primera práctica. En el vestuario voy a confirmarles el día y horario de la próxima práctica, pero me di cuenta que algo pasaba y cuando estaba saliendo, me doy vuelta y les digo: “¿Alguien quiere preguntar algo?”. Y Federico dice sí, yo. Era líder, de chico tenía esa personalidad. “Perdón, profe, ¿por qué sacó al Lucas?”, me preguntó con tono fuerte. Y ahí les expliqué que le había pegado al 10 de ellos, y lo único que el chico había hecho era tirarle un sombrero. Entonces, Fede se para, menea la cabeza y me dice: “No sé si sabrá que este juego es para machos”. Les dije, está bien pero de machos es pegar de frente, en mis equipos es así, de atrás nunca. A partir de ahí se solidificó el grupo conmigo. Vieron que les marcaba una tendencia de reglas y desde ese momento empezamos una muy buena relación. Por eso digo que las categorías difíciles son las más difíciles, y a mí eso me gusta. Me gusta domarlas y una vez que las domas, son las más fieles, como los caballos. Y empecé una relación muy buena con ellos hasta hoy. Es más es con la única categoría del Fitz Simon con la que todavía tengo relación. Era un grupo corporativo, consolidado. Se paró el Fede ese día, pero todos lo apoyaban. El Viviqui los armó así de fuertes, que el grupo era lo más importante. Y es así, el grupo es lo más importante en cualquier equipo, que sean familia, y ellos se hicieron familia... El fútbol me regaló muchas cosas lindas, y como dice Guardiola, lo lindo del fútbol no son las victorias o los trofeos ganados, si lo son las amistades recogidas en el camino.
Enfrentar a Pablito Aimar
Se dice que “la vida es nada más que una suma de momentos”. ¿Será? Hay todo tipo de momentos, los rutinarios, los que se olvidan a los cinco segundos, los eternos, los crueles, los felices, los anodinos, los domésticos, los extraordinarios... momentos vividos. Y muchos de esos momentos vividos se transforman en anécdotas. Tanto dentro de una cancha de fútbol como en la vida. Y si son en compañía, mejor.
Por eso cuando todos recuerdan lo que pasó en la previa al partido ante Estudiantes de Río Cuarto parece que lo contaran a modo coral.
Al “León” riocuartense el “Canario” lo enfrenta en el torneo provincial en la localidad de Oliva. Llegaban los cuatro mejores equipos, tras superar distintas fases. Fitz Simon había dejado en el camino, por ejemplo, a Instituto, en una historia de idas y vueltas con el reglamento. Los cuatro eran Independiente de Oliva, River de Bell Ville y el referenciado elenco del “Imperio del sur”.
El último partido era, justamente, ante ellos.
“Ese día, antes de jugar, durante la mañana y la siesta se llovió todo y Oliva se inundó. A tal punto que en las calles el agua te llegaba hasta las rodillas. Entonces, qué hicimos, salimos a correr por toda la ciudad, mojábamos a gente, era fin de año, y tipo 7 de la tarde nos avisan que se podía jugar, que habían desagotado la cancha y teníamos que ir a jugar. Fuimos allá a jugar, y no sólo que nos metieron cuatro, porque ellos no habían salido, parecían profesionales. Guarini lo puso al Leo Medina para que lo siguiera a Pablo Aimar. Naaah, lo siguió un poco e incluso creo que hasta le hizo un caño al pobre Leo. En el entretiempo, ellos fueron y se cambiaron de ropa, y nosotros, que aparte habíamos estado todo el día corriendo en el agua, estábamos mojados, embarrados. Y hasta ahí llegamos…”, rememora ‘Piter’ Aguilar, el más ganador de la historia con la camiseta de Fitz Simon.
Gustavo Lima se suma a la anécdota y agrega más condimentos: “En ese campeonato nos toca jugar contra Estudiantes de Rio Cuarto, que tenía a Aimar y me parece que estaba Julio Mugnaini también. ¿Qué nos pasó? Ese día que jugábamos se larga a llover, con todo, un diluvio. Y bueno, nosotros qué dijimos, no se va a jugar. Todo Oliva inundado. ¿Qué hicimos los picaros? Nos fuimos a correr, las calles tenían un metro de agua, corríamos en el agua, jodiendo, hacíamos carrera, un desastre hicimos. Jugábamos a las 7 de la tarde y como a las 5 nos avisan que el partido se jugaba si o si, que iban a sacarle al agua de la cancha con una bomba, y así fue, tuvimos que ir a jugar. La cancha era barro puro. Me acuerdo que la agarró Aimar, tenía la 10, era chiquitito y nos dio un baile bárbaro. Sin embargo, creo que no nos ganaron por mucho, a pesar de que estábamos muertos si habíamos estado corriendo todo el día en el agua…”
Y Cáceres también recuerda: “Me acuerdo un partido creo que en Oncativo contra Estudiantes de Río Cuarto me estaba pegando un baile Pablito Aimar y me hace seña Eduardo de afuera que lo parara. Así que en una que me tira larga lo deje pasar y me le largue con tanta mala suerte que del otro lado se le tiró Lorenzo Rosa. Creo que lo lesionamos, pero nosotros también chocamos con la rodilla. Los tres afuera”.
“Cuando jugamos con Estudiantes de Río Cuarto lo saco a Toloza y pongo a Leo Medina. Nosotros a Pablo Aimar ya lo conocíamos, el Letin Acosta nos había hablado de él. Lo hablé al Leo, le dije que él no juega, vos tampoco. ¡Pobre Leo, le tocó bailar con la más fea! Tuvo que marcar hombre a hombre a Aimar. Y Pablo se movía como una gacela y Leo lo buscaba por todos lados. Cuando termina el primer tiempo, me dice, Eduardo, no lo puedo agarrar a ese hijo de puta. Cuando voy para un lado, él sale por otro. Y era cierto. Jugaba antes de pararla, tocaba de primera...”, cuenta Guarini, el entrenador en ese certamen.
La victima del ídolo de Lionel Messi, recuerda entre risas y risas esa jornada. “Cuando fuimos a Oliva, quedaban cuatro equipo y estaba Estudiantes, que era un seleccionado de Río Cuarto, tenía a Pablo Aimar y creo que también estaba Constanzo y Pereyra y un petizo que terminó jugando en Newell’s. Como anécdota del equipo es que llegamos y paramos en un colegio que era igual a la Belisario Roldan, nos dieron aulas como habituaciones Paraban en el mismo lugar los árbitros… Me acuerdo que a mí me prestaron un par de botines el club local de Oliva, imagínate la pobreza de nosotros… Nosotros el primer partido lo ganamos muy bien, después para el segundo partido lo dejan al Federico Alesandri y Lucas Cáceres afuera para preservarlos, supuestamente lo ganábamos, Estudiantes gana, nosotros perdemos. Cuando vamos a jugar el último partido con Estudiantes habían ido la familia de los chicos, y se vino un tormentòn, un domingo, una tormenta fuertísima, se larga a llover, y nosotros, los indios, salimos a correr a la ciudad, íbamos por los cordones cunetas. El Lucas, el doctor Cáceres, bañó una moto en la que iban dos chicas, la moto se les paró. Corríamos por toda la ciudad, y de ahí nos fuimos a la cancha y nos tirábamos de panza en el césped, la cancha era una pileta. Nos retaron los árbitros que están ahí y dicen retírense que el partido se juega. Hicieron cuatro huecos, y sacaron toda el agua. Nosotros habíamos estado toda la tarde chivatiando por la ciudad y teníamos que si o si ganar para salir campeones… Volvimos a la cancha, y habían sacado toda el agua. Ese partido jugué de ocho y el enganche de ellos era Pablito Aimar. El primer tiempo lo jugamos bien, nos iban ganando sólo 1-0. Salimos al segundo tiempo, nosotros salimos tiritando, todos mojados y ellos salieron sequitos, toda ropa nueva, seca, sequitos sequitos, y apenas arranco el partido, en una lo voy a marcar de atrás, que era la que me quedaba, no sé en qué momento, qué hizo, y quedé mirando los reflectores, un ñoca me hizo, un cañazo, y después nos hicieron como tres goles más… Futbolísticamente dejamos una buena imagen, como comportamiento siempre fuimos un desastre en todos lados…”, grafica Medina, que desde hace una década vive en la ciudad de Villa María a unas cuadras de la legendaria Escuela del Trabajo.
¿Comportamiento? Narrar lo que pasó en ese partido sin contar lo que pasó en ese colegio de Oliva los días previos es como no haber contado esta historia.
¿Qué pasó?
- Me acuerdo la anécdota del Marquitos Vélez en Oliva – dice Gustavo Lima y se empieza a reír -. Nos alojábamos en una escuela que era igual a la Belisario Roldán. Estaba el Eduardo jugando a las cartas en un aula y nosotros al lado, en otra aula. Y nosotros éramos terribles, porque en esos torneos se juntaban la ’79 con la ’80 y armábamos unos equipazos bárbaros. Era verano y teníamos petardos y uno dice “¿Quién se anima a ir por el costado y tirarle un petardo por la ventana donde está jugando el Eduardo?” Y Marquitos se ofreció. Fue y se lo largó. No sabes el susto que se pegó el Eduardo. Pero el enojo fue peor. Nos sacó a todos afuera y nos puso en fila y nos dijo que sino saltaba quién fue, nos volvíamos todos a Embalse ya – se ríe a medida que va narrando. Parece que estuviera viviéndolo, ya sabiendo el final de la película, porque admite que ese momento fue tenso -, y Marquitos muy generoso hizo un pase adelante... Después el Edu se tranquilizó y pudimos seguir jugando.
- La de Marquitos Vélez es buenísima. Le dijeron que el que había tirado el petardo que diera un paso al frente y quedó solo. Es genial. Y Eduardo no sabía para dónde salir –narra también tentado Mateo Torres.
Guarini tiene otra ‘versión’. Aunque saca a relucir aquella anécdota sin que se lo consulte. “Para ir a Oliva fue todo un tema porque había chicos que se llevaban materias y tuve que ir a hablarle a los padres y prometerles que los iba a hacer estudiar. Paramos en un colegio y los que tenían que estudiar sabían que a cierta hora tenían que estudiar. Una noche estábamos con el estudio y siento que por debajo de la mesa pasa algo, y era un petardo. Y les había dicho que si había alguna indisci0plina, nos íbamos. Y los chicos lloraban, hasta que vinieron los árbitros, que también se alojaban ahí que habían sudo ellos, tal vez para cuidar a los chicos”, relata. A Eduardo Guarini le cuento que la historia me la narraron varios de los protagonistas y ellos aclaran que Marcos Vélez se hizo cargo. “Ah, entonces si lo dicen los chicos está bien. Yo estaba loco, loco, odio la pirotecnia, pero nos íbamos, estaba loco yo. Encima a Marcos lo adoraba. Era una categoría brava, me hacían renegar mucho, pero también me hacían reír mucho, porque tenían cada arranque”.
Aira, en esa fabulosa narración de destrucción del efecto realidad que es Embalse, describe al pueblo muy ligado con el fútbol “como una transmisión perpetua”, donde los chicos juegan “al fútbol, a qué otra cosa” frente al supermercado. Más allá de lo que quiso explicar el novelista, en esa localidad que está a ¡36 kilómetros de Río Tercero! se respira aventuras futboleras.
Y esas aventuras, hoy transformadas en anécdotas legendarias, recuerdan golazos de ese equipo, pero también tropiezos risueños como los dos goles en contra que se hizo el Mateo Torres.
- Fue en Berrotarán. No solo me hice dos goles en contra en el mismo partido, sino que fueron en el mismo tiempo. Al día de hoy cuando lo llevo al Juancito, al chango mío que tiene siete años, a jugar a Berrotarán, veo el arco. Es como un karma que tengo – se ríe-. Los dos goles se los hice al Zapallo Tolosa. En esa época podías darle el pase al arquero, y yo los gasto a los vagos, les digo que el Zapallo era hediondo atajando y le echo la culpa a él –lanza una carcajada-, pero sí, los hice yo. En una se la cambié de palo, vos vieras cómo voló el Zapallo, y en la otra no le alcanzaban las manos para manotear y no llegó. ¡Dos goles en contra en el mismo tiempo! ¡Sensacional! – se sigue riendo Mateo, que es uno de los habitué a esas juntadas y a las bromas en el grupo de WhatsApp que armó Gustavo Lima -. Es un grupo increíble, nos seguimos juntando. Tenemos el grupo de whatsApp y nos hacemos bromas todo el tiempo, nos ponemos sobrenombres, el Joaquín Chanquía sigue con sus mentiras, en el grupo no se puede hablar, todo el tiempo nos estamos ‘alzando’, parecemos al Choco López – Y lanza otra carcajada. Se le nota la felicidad cuando habla de sus compañeros. Torres acompañó a Alesandri doce años en la gestión gubernamental del Municipio y desde este 2020 regresó a trabajar en el Banco Córdoba, además de continuar con su emprendimiento de cerveza artesanal. ¿Cómo se llama la empresa? Fitz Simon. Siempre el vínculo. La cerveza se distribuye en la zona, anda por Embalse, por supuesto, Villa del Dique, Rumipal, Villa General Belgrano, Alamfuerte, Río Tercero, Berrotarán. Sí, en Berrotarán también, donde se hizo eterno con los dos goles en contra.
Como se habrán percatado en este viaje narrativo me atreví a tirar algunos pases con Aira. Un lujo pretencioso, pero un juego al fin. Y en ese marco, Aira en ‘Pinceladas musicales’ cuando describe su Pringles natal hace un descripción pueril muy característica. (“Quién”. “El casado con la hermana del que compró la florería que está enfrente de la casa de tu prima la soltera”. “Ah, ése”. La falla de la memoria, con esos nombres que se resistían a volver, quedaba de ese modo compensada por el indestructible conocimiento de la red humana...) Y eso me pasó con “el chileno”. Todos los nombran. El “chileno tal”, “el chileno era el lateral”, “porque el chileno...”. Pero nadie dice el nombre y apellido. “No sé, le decíamos el chileno”. A rastrearlo. “El chileno vivía en La Aguada...”. “El chileno no vive más en Embalse”. “Me pareció ver al chileno en Rumipal”. “El chileno ahora toca la batería...”
Y sí, el “chileno” vive en Villa Rumipal y su nombre es Juan Ruiz Vergara.
“¡Qué época aquella!”, dice Juan apenas nos contactamos para hablar sobre aquel momento que para él es muy especial, ya que hacía muy poco había arribado a la Argentina. Se instaló en el barrio Santa Isabel, de Embalse, y a los tres días que había llegado al pueblo un flamante compañero de la escuela primaria lo invitó a jugar a la pelota. Jugar a la pelota como lazo de bienvenida. Y ese jugar a la pelota en el recreo de la Belisario Roldán minutos después se transformó en un “¿Querés venir a practicar al club?”. Y fue. No eran las instalaciones del Colo Colo, donde él jugaba antes de cruzar las cordilleras, pero era jugar a la pelota. Jugar, jugar, jugar... de eso se trataba, de jugar.
“Yo mucho no recuerdo, en esa época recién llegaba de Chile, y es como que tenía muchas cosas, era todo nuevo para mí. Muchas cosas juntas en la cabeza, venía de otro país, empecé a jugar en el club. Fui a mi primer entrenamiento y el técnico me convocó para participar. Yo jugaba en la ‘78 y en la ‘79. Salimos campeones, fuimos a jugar a un provincial, llegamos a un cuadrangular en Oliva, si mal no recuerdo, salimos terceros”, describe Ruiz, que hoy vive en Rumipal, pero su familia aún está en Embalse. Describe y se disculpa por no recordar más. Y hurga en sus recuerdos. “Llegué acá y no conocía nada, al segundo día fui a la escuela y todos me miraban como sapo de otro pozo y al tercer día un chico me invitó a jugar al fútbol... Ese mismo día me invito a practicar en Fitz Simon, fui, me senté en el banco, el DT me llamó, me puso, jugué y después me fui. Cuando nos estábamos yendo con los chicos pasamos por El Capri, y ahí estaba el Viviqui, con Soto y otra persona más que no recuerdo. Y el Viviqui me llamó. ¡Chileno, vení! Voy. ¿Querés jugar para el club?, me pregunta. Sí, le digo, pero tengo que preguntarle a mi viejo. Si te interesa, nosotros hablamos con tus viejos, me dijo, y yo me fui a mi casa como perro con dos colas”.
El chileno no se acuerda nada de las finales. “Seguro se las ganamos a 9 de Julio de Río Tercero, que siempre salían campeones, pero no, no me acuerdo de nada”, dice. Después de los títulos con la ’79 jugó un año más en el ‘Canario’, y dejó el fútbol, al tiempo se fue del pueblo y cada vez que andaba por ahí se encontraba al Viviqui o al Hugo Molina y estos le decían que volviera a jugar. No lo hizo, hasta que después se decidió regresar, pero al Náutico Rumipal, donde logro un ascenso. Hoy tiene una banda de música que hace canciones clásicas de la década del ’80.
Dicen que la nostalgia es una pésima compañera de viaje, porque te distrae de lo nuevo. En este caso, quizás, sea la excepción. Aún con sus contradicciones.
El español Javier Marías, autor de una de las frases más certeras jamás escritas (“El fútbol es la recuperación semanal de la infancia”), afirmó en el libro Selvajes y sentimentales que el fútbol “incita al olvido”. En el contexto de ese texto vuelve a ser efectivo. Pero para este grupo de amigos embalseños, es todo lo contrario.
“La enseñanza de haber compartido con estos muchachos fue tremenda, quedó una hermandad y aprecio que hasta el día de hoy compartimos... Dejábamos todo en la cancha, nos contagiábamos. Éramos vehementes. ¡No nos gustaba perder ni un amistoso. Éramos fuertes; y bueno creo que eso lo trasladamos a la vida cotidiana, vos los vas a ver ahora y seguro nos gusta tener protagonismo, superarnos y ganarle el día a día a la vida”, exalta el doctor Cáceres. Vivir, de eso se trataba, de eso se trata.
La vida a los 13/14 años no es la misma que a los 40. Seguro. Pero hay cosas que no cambian.
Eduardo Sacheri supo escribir que “nuestros recuerdos son un invento, una ficción, un relato que nos hacemos a nosotros mismos. Nuestros recuerdos son un cuento que nos contamos. Y en los cuentos la realidad tiene, sí o sí, que abandonar sus certezas y sus exactitudes”. Es probable que esta narración haya sufrido deterioros de verosimilitud por el paso del tiempo. O como escribió Borges en La otra muerte, “por lo pronto, no estoy seguro de haber escrito siempre la verdad. Sospecho que en mi relato hay falsos recuerdos”.
¿Quizás? Quizás. Pero la mesa está servida, ellos están ahí, coinciden en sus anécdotas, en los registros de la Liga están sellados esos títulos, la Jaula fue testigo, pero sobre todo, y eso no se alteró fueron las risas. Esas carcajadas. Risotadas de nostalgia por un tiempo que ocurrió de infantes y risotadas de celebración por un compañerismo que se enlazó en el tiempo. No se alteró la amistad.
- La verdad que me resulta sumamente difícil elegir una frase que nos defina. Hoy podría decirte que había una energía, una magia que nos unía. Disfrutábamos todo lo que hacíamos juntos. Y teníamos algo bien claro: Para nosotros no había otro mejor en cada puesto que no fuera uno de los nuestros; y esto provocó que pudiéramos competir de la mejor manera y obtener resultados a favor, porque siempre queríamos ganar); pero fundamentalmente entendimos lo más importante, que era disfrutar la vida juntos –resume Federico Alesandri, líder de ese grupo de chichos que al tiempo llegó a jugar en las inferiores de Belgrano, y ya de adulto fue elegido intendente de Embalse y actualmente se desempeña como vicepresidente de la Agencia Córdoba Turismo-. A modo de frase podría decir: “Jugábamos y compartíamos los momentos a una energía tan elevada, que quedamos hermanos para toda la vida”.
- Lo primero que se me viene a la cabeza es la emoción y las ganas con las que esperaba el sábado para ir a jugar al fútbol, preparar el bolso, ir a donde salía el colectivo o esperarlo al lado de la ruta, para disfrutar y compartir desde que nos juntábamos y subíamos al colectivo. Risas, chistes, cargadas sin fin, porque la pasábamos muy bien. Y la frutilla del postre era jugar al fútbol con mis amigos y tener la suerte de que ganábamos más partidos de los que perdíamos en esa época- le da el cierre, con una sonrisa, Franco Suárez. Fútbol, amigos, ayer y hoy -. El resultado de lo que se generó en ese grupo en su momento lo seguimos disfrutando hoy, porque la mayoría somos amigos y nos seguimos juntamos. La verdad que me genera mucha nostalgia, felicidad y mucho sentido de pertenencia a esa “Clase 79”.
...Equipo... Amigos.
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