La Patria Exagerada
Diversos factores han convertido al fútbol, a nuestro fútbol, en una montaña rusa. Es un juego que nos somete como rehenes de las emociones y nos arrastra entre un extremo y otro. De las miserias absolutas a la euforia que todo lo multiplica.
Lo que nos pasó con la previa, durante y después del partido (y la clasificación) de Argentina al Mundial de Rusia, es digno de un congreso de pensadores. Sobran ideas de títulos gancheros: “Es lo que hay”; “Así somos”; “LTA, La Tenés Adentro” (a la clasificación, aclaro); o bien “La patria exagerada”, mientras tarareamos el himno como si fuéramos a la guerra y le ponemos la cara de Messi hasta al arroz para el perro.
Fueron días donde se potenciaron dos de las máximas pasiones argentinas: el fútbol y la opinión. Fue asombroso cómo muchos, que se habían preparado para la autopsia de la selección y sus cómplices, borraron de sus cabezas las sentencias lapidarias construidas ante lo que vaticinaban como un fracaso inexorable. Al instante, se sumaron a las caravanas patrióticas revoleando la bandera y endiosando a Messi. Lionel, el mismo que recibió múltiples condecoraciones como el pecho frío del año, rindió libre todas las materias y fue héroe nacional, modelo de los niños, ejemplo de los viejos y aspirante a guitarrista en la banda del pueblo. En cualquier momento, Messi también pasa a ser bello y comienza a enamorar a las damas…
El fútbol, nuestro fútbol, es un fenómeno social justamente por eso. Despectivamente, hay quienes lo consideran “el opio de los pueblos”. Logra el abrazo espontáneo entre dos desconocidos y arranca lágrimas desde el corazón, pero también consigue que un ilustrado se descontrole y se cuelgue del alambrado, mientras su corbata de seda se unta en la transpiración del flaco en cuero que insulta a su lado… Todo por un penal ignorado o por una pelota que pegó en el palo y salió.
El hincha del fútbol no es una persona normal. No está dicho en sentido peyorativo, sino descriptivo. Lo sabemos. Lo asumimos. El sistema le ha eliminado límites para poner a su disposición ciertas licencias en el diseño de sus conductas, porque socialmente lo justificamos y hasta lo legitimamos: en la escuela la “seño” decía “silencio… ¿o se creen que están en la cancha?”. Hemos convertido a la cancha en un resumidero de las emociones extremas porque fuimos educados, en la escuela y en la calle, asumiendo que valía todo. Allí y afuera, en el contexto.
Por eso, hace rato que la combustión emotiva trasciende a las tribunas y se ha convertido en un negocio mayúsculo afuera: bien o mal, pero hay que encender polémicas. El ADN del hincha invadió y ganó espacio en los medios de prensa, donde a falta de ideas, capacidad e imaginación, siempre es bueno tener un escándalo en piloto automático. Todos se sienten invitados a repartir su opinión. Si bien nadie lucra con una mala noticia, hay que reconocer que el desencanto es un clima propicio para destruir y rozar el mensaje fácil, que muchos quieren escuchar o leer. También le llamamos demagogia. ¿Qué relator se anima a gritar un gol del equipo “enemigo”?
El fútbol superó el corset de un estadio para vivir, latir y germinar en cada rincón de una sociedad que lo recibe, lo necesita y lo usa para proyectarse. Allí, en la cocina, el mundo del fútbol no tiene reglas; está en manos de quien guste interpretarlo: desde los espacios de entretenimiento y manipulación (antes concebidos como medios de gestión y edición de noticias), se alienta la práctica de la opinión a ultranza. Entonces, la transgresión, que antes era animarse a ir más allá pero dentro del respeto y la ética, hoy es un viaje en un campo minado porque lo único importante es provocar.
Casi todos los espacios periodísticos cultivan el gatillo fácil y reclutaron a un gritón o un irritador profesional. No hay temor por el morbo, en absoluto. Sobran los opinadores llanos que se nutren de rumores y les dan entidad; escasean los tipos reflexivos, que son capaces de hablar y también escuchar, incluso al que piensa diferente. Esa prensa, desde la desesperación por entretener, estimuló lo peor que tenemos como sociedad futbolizada, ante la chance concreta de que Argentina se quedara afuera de Rusia 2018. La gente creyó que merecíamos la excelencia y los comportamientos perfectos.
Hasta el martes a la noche, sufrimos días interminables e intensos condimentados por la ansiedad de los hinchas constructivos que se apasionan por el fútbol, pero también por la temperatura surgida y alentada en una trinchera mixta. Allí, compartieron espacio personas que no tienen problemas en decir lo que piensan sin pensar lo que dicen, ante una prensa carnívora que se apoyó en los habladores sin freno, los sospechadores y los traficantes de chismes… Solita, la prensa se puso ahí, en un lugar que no le corresponde. Ahora rápidamente, los periodistas son diferenciados entre alcahuetes o enemigos.
Cada gol de Lionel Messi fue aliviando los cuestionamientos sanguinarios, para edulcorarlos y mutarlos en voces de aliento. Ese triunfo, que puede explicarse con mucha riqueza en el plano de lo futbolístico, fue apagando detractores para dejarlos sin letra. ¿De qué van a hablar? Faltaban cuatro días para que Argentina jugara en Ecuador… mientras el entrenador de la selección todavía no había hablado de la formación, algunos periodistas y foristas ya sabían quién iba a jugar y quién iba para atrás.
Ah, no vaya a ser cosa que me olvide: hasta un brujo apareció en el entorno de la selección, convalidando la ausencia de reglas de cualquier naturaleza. Porque ya sabemos que lo importante no es entrenar y darle sentido colectivo a la calidad inconmensurable de Messi, sino confiar en las cábalas, los rituales y dedicarles los triunfos a los que se atreven a pensar diferente.
Somos eso, lo que se vio. Una patria exagerada, exacerbada por los chauvinistas que no abarcan al fútbol sólo como un patrimonio cultural, sino que lo prefieren en el eje del orgullo nacional.
Mientras tanto, en el planeta tierra, el obrero se levanta a la madrugada y el bondi no pasa; en la esquina, un policía se juega la vida por dos mangos, mientras piensa si vale la pena correr atrás del flaco que le arrebató el celular a la chica…
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