El recuerdo de Rubén Torri: "¡Chau Maestro!"

Quienes tuvimos la chance de trabajar y aprender de él, y perdón que hable en primera persona, quedamos marcados para siempre por un hombre que no se guardaba nada a la hora de enseñar y de transmitir todo tipo de conocimientos. Desde el momento en que uno lo conocía, se daba cuenta de que estaba en frente a un “gigante” del periodismo, pero humilde y dispuesto a ponerse a la par de un principiante para ayudarlo a crecer y a mejorar en la profesión.
“Yo le doy oportunidades a los jóvenes. Si se preocupan por estudiar periodismo, yo les doy la oportunidad”, decía Rubén y lo hacía. Siempre te iba midiendo, sabía perfectamente cuáles eran tus puntos altos y tus debilidades cuando salías al aire en radio. “Tiene buen caño (voz) pibe, pero no se apure al hablar. Nadie lo corre”, fue de los primeros consejos que me tiró muy al pasar el “Chino” allá por el 2002.
Que te dijera eso un genio que tenía años haciendo radio y que se conocía al detalle todos los secretos de ese medio, no tenía precio. “Lo que yo le digo, usted lo toma y lo pasa por una zaranda y ahí deja lo que le sirve y lo que no, lo tira”, completó la idea.
Usted se puede imaginar que no tiré nada de eso que él me dijo. Esa zaranda imaginaria tiene todavía todos los consejos de mi maestro que me van a acompañar toda la vida.
Es muy difícil desprenderse de cada palabra que te decía, porque cada letra y cada sílaba ya cargaba con un aprendizaje para quien lo escuchaba. Y no sólo del deporte, también de la vida.
Conocimos con él figuras del deporte y del periodismo que nunca conocimos realmente, sino que venían a nuestras mentes cuando Rubén los evocaba en sus recuerdos y anécdotas. Yo lo vi a “Falucho” Laciar en Reims ganar el título mundial supermosca, yo hablaba con Fioravanti y presencié el gol célebre de Daniel Willington contra Belgrano en Alberdi, allá por el año ’74.
Todo eso lo viví sin estar presente, pero escucharlo de su voz era como viajar en el tiempo y ser parte de esos momentos. Eso le debe haber pasado a más de uno de sus pupilos y a más de un oyente que lo haya tenido pegado a la oreja en una radio.

Se fue un maestro en serio. Uno que unió generaciones. Al mejor estilo de una gran banda de rock, aunque seguramente para un tanguero como él la comparación no sería la apropiada. Lo escucharon abuelos, padres, hijos y nietos, todos unidos por frases como “cepillito”, el “rincón de las ánimas” y en los últimos tiempos del “pirimpimpimpumpin”, que lo usaba cuando no quería decir una mala palabra o alguna frase soez.

Se fue un maestro. Pero nos dejó sus enseñanzas y una guía para ser personas derechas en la vida (derechas cómo tronco de parra, solía decir a manera de chiste).
Él no se cargaba ningún título sobre sus espaldas, pero sabía que quien lo escuchaba, lo hacía con la convicción de que estaba recibiendo los valores de una persona de bien.
Rubén Abel Torri nació en Pérez Millán, en la provincia de Buenos Aires en 1930, y después se radicó en Córdoba para trabajar en la Fábrica Militar de Aviones. Aquí se hizo hincha de Instituto y comenzó con su carrera de periodista deportivo.

El mismo comentaba que sus compañeros de la Fábrica Militar de Aviones le pedían que imitara a relatores del momento y él cumplía con dichos pedidos. Siempre decía que un buen relator tenía que tener imaginación y saber improvisar, ya que consideraba que si un partido o una pelea de boxeo era mala a la gente había que hacérsela llegar al menos como regular y para eso estaba el narrador.
Siempre estará en nuestras memorias y sin lugar a dudas en el oído de aquellos que han escuchado hechos deportivos narrados por la voz de un tipo noble y humilde. Un hombre que nos enseñó que al periodismo hay que vivirlo y sentirlo, porque en definitiva, somos los que le hacemos sentir y vivir a quienes nos escuchan.

Chau Rubén!!!
Dejó su marca en la tierra y ahora seguramente estará relatando algún partido o pelea en el cielo. Eso sí, con su grabador en mano y los viejos casettes, ya que era reacio a cambiar a las nuevas tecnologías.
Ya se lo extraña. Pero su recuerdo estará siempre presente en quienes usted dejó una enseñanza y también en sus fieles oyentes, quienes lo seguían sin importar la radio u horario en que usted estuviera al aire.

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