Los goles de Pucho... y la rabona que no olvido, Laso

Un cuento con paisaje en la Escuela del Trabajo de Villa María, que recientemente celebró su 90 aniversario. La excusa del fútbol para graficar la vida en el internado. (*)

Escuela del Trabajo de Villa María.

Esta noche comemos potaje de arroz, anunció el Alvaro cuando entró por la puerta del pabellón luciendo pletórico su camiseta de Independiente que tenía en el pecho Mita. Fueron varios los que hicieron una mueca de desagrado y comenzaron a pedir monedas prestadas para irse al quiosco del frente a comprarse un sándwich de mortadela. Habían cambiado el menú a último momento y a bastantes nos tomó por sorpresa; es decir: sin un peso.

El potaje de arroz en la Escuela del Trabajo no se destacaba por su buen gusto y menos por su fragancia. No invitaba al placer, suele recordar el Negro Arriegui entre risas ya con el paso del tiempo y extrañando aquella época de adolescentes.

Cuando se puede y los horarios malditos nos lo permiten, nos juntamos a recordar esos tiempos de pupilos en Villa María. Reímos en esas juntadas con tantas ganas, pero en los ojos se nota la nostalgia por aquel tiempo donde la única preocupación era que llegara rápido el viernes para regresar a nuestros pueblos

Era jueves. Después de pasar por el comedor y 'degustar' ese potaje de arroz, donde fueron más las bromas a Oliveira que al bocado, se narró la anécdota del caballo de carrera de cuadreras del Gringo Conrero, y también se organizó el picado.

El preceptor Laso iba a ser el árbitro, una gaseosa a pagarse la semana próxima el premio al ganador; y el duelo: los del pabellón de arriba contra el pabellón de abajo. Había un problema con los muchachos de arriba, los de 5º Básico rendían al otro día. No podían. Ninguno quería escaparle al estudio, curioso, pero ocurrió. El Negro Arriegui y los mellizos Brusa se les mataban de risa. Cagones, tragas y demás, le gritaban. 

Jugamos con uno menos, pero ganamos. Para nosotros jugaba Daniel Gon, y ya he contado, en otras ocasiones, que Pucho era un fenómeno.

Ese día Pucho Gon jugó de “9” en el primer tiempo e hizo como tres goles; y en el complemento se fue de marcador central para asegurar el resultado. Ganamos y los del pabellón de arriba tuvieron que pagarse la Coca. 

Pasaron ya 18 años... ¡18 años! ¡Qué viejo que estoy! Bueno, sí, pasaron 18 años y todavía recuerdo el gol de rabona que Laso me anuló. 

Fue un golazo.

Ese día Culata se atajaba todo, parecía que no había forma de hacerle un gol. Bah, sólo Pucho podía. Yo no, pero le clave ése gol de rabona y me lo anularon. Me cobró falta en la previa de la jugada. ¡Mentira, le fui bien!  Estoy seguro que si lo vuelvo a encontrar algún día al preceptor Laso, que en ese momento oficiaba de árbitro, le voy a recordar la jugada. 

¡Qué importa que pasaron 18 años, fue un golazo de rabona el que me anuló! 

Pucho esa noche la rompió, ganamos, nos tomamos la gaseosa, hicimos bromas, fuimos felices y al otro día los muchachos del Básico rindieron mientras nosotros nos mandábamos a mudar unas horas antes porque el profesor Daniel Maldonado faltó.

Hace unas semanas nos juntamos con el Negro Arriegui, Alvaro Ternavasio y Pucho. Nos acordamos de aquellos personajes del colegio secundario, sus voces, las noches de llanto de los pibes de primer año que extrañaban sus pagos. Nos comimos unas pizzas, rememorando el potaje de arroz del Ipé. Nos acordamos del día que salimos campeones del Intercolegial de 1996 en la Plaza Manuel Anselmo Ocampo ganándole al Rivadavia; y yo me quedé pensando: ¿Por qué Pucho que no llegó al fútbol profesional? Jugaba un montón de adolescente, hacía cada golazos, y le gustaba bailar como Jean Carlos...

Y bueno, son las cosas de la vida, ahora tiene un hijo que se llama Pedrito y ése, seguro, fue su mejor golazo.

Afuera llueve mientras escribo, unas gotas bajan por la ventana y unas lágrimas melancólicas por este rostro morocho. No tengo fotos de aquellos días, pero en mi memoria están guardados esos goles inolvidables, y tal vez ‘exagerados’ por el paso del tiempo, que hacíamos en el patio del colegio. Aún escucho las risas, los gritos... el viento de esta noche lluviosa me los recuerda...

(*) Publicado originalmente el lunes 2 de noviembre de 2015 en el suplemento PODIO del diario La Mañana de Córdoba.

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