Mundo Mariano Saravia 05/07/2017

La guerra y la paz

No es la novela de León Tolstoi, aunque podría serlo. Sin los paisajes helados de la Rusia y con el calor sofocante del Caribe. Más para el realismo mágico de García Márquez. Que todos los pueblos se parecen bastante y tienen un destino en común.

No es la novela de León Tolstoi, aunque podría serlo. Sin los paisajes helados de la Rusia y con el calor sofocante del Caribe.
Más para el realismo mágico de García Márquez. Él mismo decía que existía un país que no era de tierra sino de mar, y es el que circunda el Caribe. Que todos los pueblos se parecen bastante y tienen un destino en común.

Pues bien, ese destino pareciera querer bifurcarse y agarrar direcciones contrarias en el caso de Colombia y Venezuela, dos caras de una misma moneda. Y esta semana fue clave para entender esto, con dos imágenes que me quedan grabadas en la retina.
Una de esas imágenes es la de una pareja de guerrilleros entregando su bebé al presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y a Rodrigo Londoño, comandante de las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo).

Esa es la imagen de un hecho histórico, cuando este martes 27 de junio de 2017 se confirmó el fin de ese grupo como la guerrilla más importante y antigua del mundo. Ese día, la misión de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) comprobó y confirmó la entrega del 100 por ciento de las armas, poniendo fin a un conflicto de 53 años, que dejó a cientos de miles de muertos y millones de desplazados.

Por supuesto, quedan muchas dudas y más preguntas que respuestas. Por ejemplo, que el Estado colombiano no ha cumplido con los acuerdos para la desmovilización de miles de guerrilleros y guerrilleras. Que todavía quedan en cárceles colombianas más de 2.500 prisioneros de guerra que deben liberarse para someterse a un sistema de justicia transicional. Que falta de cumplimiento por parte del Estado ha generado que esta semana se inicie una huelga de hambre de miles de guerrilleros, entre ellos Simón Trinidad, prisionero en una cárcel de Estados Unidos.
Siguen los atentados contra la paz de quienes no se resignan a perder un filón de negocios millonarios. Basta pensar que la guerra hace que Colombia tenga un presupuesto militar cercano al 10 por ciento del PIB, cuando los restantes países de la Región tienen presupuestos de alrededor de la mitad. Imagínense cuántos sectores e intereses giran alrededor de esto, desde hombres, mafias e intermediarios, hasta el complejo militar comercial que lucra con las armas. Y también los que lucran políticamente con la guerra, como el expresidente Álvaro Uribe, quien ya adelantó que si su fuerza ganara las próximas elecciones, se daría marcha atrás con el proceso de paz.
Por consiguiente, continúan aún los asesinatos dirigidos especialmente contra militantes sociales, políticos y sindicales. Y la amenaza mayor se cierne sobre los guerrilleros y guerrilleras de las Farc, con el fantasma de lo que pasó en los ’80, cuando luego de una similar desmovilización masiva, desde el Estado sobrevino un verdadero genocidio político contra la Unión Patriótica, con dos candidatos a presidentes, decenas de parlamentarios, alcaldes, y más de ocho mil militantes exterminados.
Por eso, hay que apostar por la paz, pero sin perder la memoria jamás. Y teniendo en claro que la violencia siempre viene de arriba hacia abajo, nunca al revés. Y que la violencia política en Colombia se inició cuando la oligarquía local, en connivencia con la CIA norteamericana, asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán, el líder nacional y popular del Partido Liberal que indefectiblemente se perfilaba como siguiente presidente de la nación.
Así y todo, esta semana las Farc dejaron de existir, y el próximo 6 de agosto celebrarán un histórico congreso en el que se convertirán en partido político. Por eso, una imagen emblemática es la de esos dos guerrilleros entregando su bebé a una nueva Colombia en paz.
 
La otra imagen es totalmente contrapuesta. Es la de un helicóptero de la Fuerza Armada Bolivariana bombardeando el Palacio del Tribunal Supremo de Justicia y el edificio del Ministerio del Interior en Caracas.
Usted podrá decir que no es nada nuevo, porque en Venezuela se vive un golpe continuo desde hace años contra el gobierno bolivariano. Antes contra Chávez, ahora contra Maduro. Y que ese golpe de suave o blando no tiene nada, porque los muertos por las guarimbas de una oposición violenta y antidemocrática se cuentan por más de 50 en 2012 y más de 100 en los últimos meses.
Sin embargo, hay algo nuevo ahora, sin dudas. Porque no es fácil robar un helicóptero y perpetrar un verdadero ataque terrorista tan impunemente y luego desaparecer como hizo el capitán Oscar Pérez, junto a un grupo comando de encapuchados.
Hasta ahora, las Fuerza Armadas se habían mostrado monolíticamente en apoyo al gobierno constitucional de Venezuela. Pero ahora, ojalá me equivoque, leo entrelíneas una fisura dentro de las filas militares.
Y esto con la complicidad y apoyo no sólo del Imperio y sus aliados internacionales, sino también de la oligarquía local y sus medios de comunicación. Basta con que usted, señor lector o señora lectora, se metan en Internet a leer el Nacional, el Universal o a ver los canales de televisión venezolanos, para comprobar cómo mienten, al punto de presentar como héroe a quien lisa y llanamente es un terrorista, que no produjo una masacre por casualidad. Óscar Pérez, el actor de películas. Óscar Pérez, el filántropo. Óscar Pérez, el amigo de los perros. Y así, en una caída libre hacia los abismos más profundos de la ignominia periodística, dejando de lado ya no la ética sino el más elemental apego a los hechos y a la verdad.
Habrá que ver si esto está marcando un rumbo indeseado que lleve a Venezuela a que se haga política cada vez más a través de las armas y la violencia. Justamente la contracara de la imagen de Colombia de esta semana.

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