Lago de Atitlán, el corazón del sur guatemalteco
Guatemala ofrece un destino sorprendente: un lago rodeado de montañas y volcanes que es motor de la vida comercial, social y cultural de la zona. Sencillez, sacrificio, religiosidad y tradiciones de su gente.
Especial para La Nueva Mañana
Al estar visitando el estado de Chiapas, en México, la tentación de cruzarme hasta el país vecino de Guatemala era irresistible. Sobre todo cuando al buscar imágenes de los lugares turísticos más cercanos aparece el Lago de Atitlán, catalogado como “el más bello del mundo”, según un artículo de National Geographic. Con 18 kilómetros de longitud y rodeado de volcanes, el Lago de Atitlán facilita la vida comercial, social y cultural de un puñado de pueblos que se ubican en sus márgenes.
Luego de averiguar las opciones para viajar desde México a Guatemala, encontré que la manera más práctica (sin tanto trasbordo) es contratar en una agencia el viaje desde San Cristóbal de las Casas a Panajachel en una combi. Atravesar la ruta serpenteante, durante diez horas, con un conductor que tomaba cada curva a más de 100 kilómetros por hora y que continuamente hacía seña de luces para que los otros vehículos lo dejaran pasar, es una experiencia que merece una crónica especial. Pero, los importante es que ¡el viaje valió la pena! (y sobreviví para contarlo).
La primera imagen del lago
Llegamos a Panajachel justo en el momento del atardecer, cuando el lago y los volcanes que lo rodean se cubren de una neblina suave que tiñe de rosa y naranja pálidos sus contornos. La ciudad tiene poco más de 10 mil habitantes, pero concentra todo el movimiento turístico, comercial, social y cultural de la zona. Su peatonal alberga una vida agitada que comienza pasadas las seis de la mañana y termina cerca de las 22 horas. Decenas de locales comerciales, mujeres con un montón de tapices doblados y transportados encima de su cabeza, puestos de comidas y hasta niños lustrabotas conviven en este espacio. Luego de surcar esa calle, me encontré con la postal que fui a buscar: el lago y, de frente, los enormes volcanes San Pedro, Tolimán y Atitlán. Todos superan los tres mil metros de altura y se encuentran “dormidos” desde hace más de 100 años.
Alrededor del lago se ubica un puñado de pueblos que comparten la particularidad de que la mayoría llevan nombres de santos: San Pedro La Laguna, Santa Cruz La Laguna, Santiago Atitlán, San Lucas Tolimán, San Antonio Palopó, Santa Catarina Palopó, San Marcos La Laguna, Santa Clara La Laguna, San Juan La Laguna y Panajachel.
Los pueblos y sus particularidades
Decidí visitar algunos de esos pueblos y me dirigí hacia el embarcadero. Allí, unos hombres a los gritos ofrecían los destinos. La primera opción fue Santiago Atitlán y me subí a una lancha colectivo en la que tuve que esperar hasta que completaran el cupo necesario para salir: 15 personas. El día estaba soleado y casi no había viento, por lo que la navegación fue tranquila durante los 30 minutos que nos llevó cruzar el lago.
Santiago Atitlán tiene un área de puestos de artesanías, restaurantes y vendedores de excursiones que te reciben apenas salís del muelle. Un pueblo con calles angostas y en subida en la que los dueños son los “tuc-tuc”. Estas motos con asientos y un toldo en la parte de atrás que funcionan como taxis son las únicas que pueden transitar por las callecitas y callejones que caracterizan a estos pueblos guatemaltecos. Hay una rivalidad evidente entre sus conductores: hay quienes son hinchas del Real Madrid y quienes son del Barcelona. El “ploteo” que tienen sus vehículos lo pone de manifiesto.
Había leído que en el Mirador Rey Tepepul existía la posibilidad de ver quetzales, el ave nacional de Guatemala, entonces comencé a averiguar opciones. Ofrecieron llevarme en camioneta, permanecer allí durante un par de horas y luego regresar. El precio que me pasaron me pareció alto para recorrer los seis kilómetros y solo estar un rato en el lugar. Consultando a la gente del pueblo, me indicaron que había otra opción “menos turística” para llegar. Así que me levanté temprano y a las siete de la mañana estaba en una de las salidas del pueblo, allí había varias camionetas en las que llevaban a los trabajadores a sus respectivos puestos de trabajo. Nos íbamos ubicando parados en la parte de atrás, hasta que se llenó y salimos. En el camino fuimos dejando a leñadores, mineros y cosecheros de café. Una niña y yo éramos las únicas mujeres. Finalmente, el Mirador no era lo que esperaba. Si bien tenía una panorámica hermosa de la zona, solo había unas pocas aves y de fondo se escuchaba el sonido de las motosierras, con lo que la sensación sobre el futuro de los árboles y las aves era bastante desesperanzadora. En cambio, conocí una parte de la vida cotidiana de los pobladores: en sus rostros se notaba el sacrificio, el desgaste de un trabajo rutinario y pesado, y la resignación.
Aunque la sostenibilidad del lago se vea amenazada (y es algo que todavía se puede cambiar),
Toda esta vida que alberga, su agua clara y azulada, y su paisaje imponente que no entra ni en una toma panorámica, me confirman la expresión de National Geographic: Atitlán es el “lago más bello del mundo”.
Al día siguiente, tomé nuevamente una lancha colectivo y me dirigí a San Pedro La Laguna. Llegué un fin de semana en que realizaban la fiesta en honor a Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción y esto no es algo que pase desapercibido. En varias esquinas había escenarios donde distintos grupos tocaban canciones religiosas y, por las tardes, las calles se poblaban de gente. La mayor concentración se daba en una especie de club donde además funcionan distintas oficinas municipales y el mercado. Allí había montado un escenario en el que una banda tocaba algunos hits de reguetón y un tema de cuarteto como el conocido “Dale vieja dale” del cordobés Ulises Bueno. Al lado de este predio, está la Iglesia católica “San Pedro Apóstol” donde se realizaba una misa. La ceremonia terminó con una batería de bombas de estruendo, fuegos artificiales y una procesión por las calles que llevaba la imagen de la Virgen en alto y una banda musical que se abría paso entre la multitud.
Durante mi regreso a Panajachel pude conocer la bravura del Xocomil, un viento fuerte que se despierta al mediodía, haciendo que las embarcaciones se eleven y se azoten contra el agua. Fueron 30 minutos eternos en los que no sabía de dónde agarrarme para amortiguar los golpes contra el asiento.
De estos pueblos me quedó grabada la sencillez y el sacrificio de su gente, la religiosidad y la conservación de las tradiciones como su lengua ancestral y la vestimenta de las mujeres con sus faldas y fajas de complejos diseños, sus blusas bordadas y coloridas.
En tanto, el lago como motor de vida reúne a pescadores que se internan con sus arpones, niños que se divierten tirándose de diferentes formas al agua, mujeres que lavan la ropa, hombres que conversan a su orilla tomando algo, turistas que vienen y van, embarcaciones de todo tipo que acarrean gente de un pueblo a otro, y hasta algunos se acerca por las tardes, con su jabón, a bañarse en sus aguas.
Para conocer más:
www.visitguatemala.com
www.santiagoatitlan.com
www.manclalaguna.org
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