Asumió Bolsonaro y comienza la era de la extrema derecha en Brasil

En su primer discurso, el ultraderechista aseguró que el país atraviesa por la mayor crisis moral de la historia e invitó a los congresistas a vencer la corrupción, la criminalidad y la sumisión ideológica.

Jair Bolsonaro, el presidente de ultraderecha de Brasil, asumió este lunes. - Foto: O Globo.

Sin la presencia de la bancada del Partido de los Trabajadores (PT), la principal de Diputados, Jair Bolsonaro juró en el Palacio Legislativo como 38º presidente de Brasil prometiendo combatir la “ideología”, en escuelas y universidades, defendiendo la portación de armas y agradeciendo a Dios por haber sobrevivido al ataque sufrido durante la campaña electoral.

En su discurso ante miles de seguidores desde el  Palacio del Planalto el ex capitán estrenó su primera “fake news” de Estado, al prometer que Brasil no volverá a vivir bajo el yugo del “socialismo”, un sistema político jamás aplicado en esta Nación que fue la última de América en abolir la esclavitud y cuya dictadura fue una de las más prolongadas de Latinoamérica, de acuerdo a lo publicado por Página 12.

El flamante mandatario pidió ante los parlamentarios y las autoridades del Poder Judicial la aprobación de una legislación que garantice la impunidad de los policías acusados de matar a sospechosos y aseguró que inaugurará una nueva era diplomática sin “sesgo ideológico”

El nuevo signo de esa política externa quedó retratado en la lista de presentes y ausentes en los fastos de ayer. Las estrellas de los actos en el Congreso y el Planalto, y el cóctel nocturno en la Cancillería, fueron el secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo y el premier israelí Benjamin Netanyahu.

En uno de los pocos tuits publicados ayer Bolsonaro agradeció a Donald Trump los elogios sobre su discurso en el Congreso y anunció que “juntos, bajo la protección de Dios, traeremos más prosperidad a nuestros pueblos”.

También estuvieron en la toma de posesión el presidente chileno Sebastián Piñera y el neofascista Viktor Orbán, jefe de gobierno en Hungría, país donde la proyección de poder brasileña es cero, pero hay una creciente afinidad ideológica.

El presidente recibe este miércoles a Mike Pompeo con quien hablará sobre la política conjunta frente a Venezuela, Cuba y Nicaragua, según fue anticipado oficialmente. No se descarta que durante el encuentro se formalice un convite para una visita a Washington durante el primer semestre del año.

No estuvo Mauricio Macri, una ausencia que alimentó dudas sobre la relación que mantendrán los dos principales socios del Mercosur. También faltó el mexicano Andrés Manuel López Obrador, el presidente de la segunda potencia regional y faro del progresismo antineolberal, pero estuvo el mandatario boliviano Evo Morales, un viejo amigo de Luiz Inácio Lula da Silva.

Desde Curitiba, donde está preso, Lula prometió que “2019 será un año de mucha resistencia para impedir que nuestro pueblo sea más castigado de lo que ya fue”. Cientos de militantes se reunieron a metros de la Superintendencia de la Policía Federal curitibana para desearle feliz año y cantar el himno de los partisanos Bella Ciao.

En Brasilia Lula fue hostilizado por los “bolsominions” concentrados en la Plaza de los Tres Poderes ubicada frente al Palacio del Planalto, que reunió bastante menos gente que las 500 personas mil previstas por los organizadores. En su mayoría blancos, muchos vestidos con la camista de Brasil, los adictos al bolsonarismo llegaron al delirio, incluso al llanto, cuando el “mito” apareció en el balcón presidencial.

Uno de los cánticos escuchados en la plaza fue “la bandera brasileña nunca será roja”, en alusión a la frase que dijo ayer Bolsonaro. Entre los personajes venerados en la concentración amarilla estuvo el fallecido coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el torturador más emblemático de la dictadura.

Hubo amenazas contra los periodistas, y una reportera de la TV Globo fue impedida de hacer un despacho. Pero la verdadera intimidación provino de las autoridades que obstruyeron el trabajo periodístico con el pretexto de aplicar medidas de seguridad nunca vistas.

La Asociación Brasileña de Periodismo Investigativo criticó el trato “antidemocrático” dado a los comunicadores “confinados” en salas de donde se les prohibió salir. Cuatro periodistas extranjeros optaron por irse de la Cancillería porque fueron obligados a permanecer en una habitación virtualmente encerrados.

En la concepción de los ideólogos del nuevo orden a ser implantado por el gobierno cívico-militar la prensa, tanto la independiente como la dominante, es uno de los objetivos a ser alcanzados en la “guerra” cultural en curso. “Los periodistas son los más grandes enemigos del pueblo sea en Estados Unidos o Brasil”, dijo hace una semana Olavo Carvalho, que es  considerado la eminencia parda que está por detrás de los nombramientos del canciller Ernesto Araújo y el titular de Educación Ricardo Vélez Rodriguez.

Mentor de aseveraciones como que Obama fue financiado por Bin Laden o que el Foro de San Pablo es una logia que gobierna la región, Carvalho también ejerce influencia en el clan Bolsonaro del que son parte sus tres hijos y la nueva primera dama Michelle quien saltó hace un mes cuando se descubrió que un ex policía, sospechado de vínculos con las “milicias” parapoliciales, depositó dinero en su cuenta.

El “clan” de los Bolsonaro surge como uno de los polos de poder del nuevo régimen: los otros son Fuerzas Armadas y los superministros Sergio Moro, de Justicia y Paulo Guedes de Economía. La convivencia entre estas facciones no ha sido armoniosa desde la creación del gobierno de transición y nada indica que lo será de aquí en más.



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