El choque de trenes en Cataluña

El viernes fue un día de soberanía popular en Barcelona, donde miles y miles de catalanes festejaron su independencia, pero también abrazaron cívicamente sus instituciones, como mensaje para lo que se viene: la disputa en la calle y en los espacios físicos.

Mundo02/11/2017 Mariano Saravia
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Finalmente hubo algunas definiciones en la crisis catalana. El Parlament declaró el viernes pasado la independencia de la República Catalana, abriendo un proceso que debería derivar en una constitución para concretar el nacimiento de un nuevo Estado en la comunidad internacional.
Por su parte, el Senado del Reino de España aprobó la intervención de Cataluña, según la legalidad emanada del polémico artículo 155 de una Constitución que data de 1978 y que además de haber sido impuesta a las distintas regiones, no acepta la condición de plurinacionalidad del Estado Español.
Ante esta situación, la soga se tensa y la novela continúa, aunque uno puede prever que cada vez con una mayor escalada de tensión, que esperemos no llegue a violencia explícita.

El viernes fue un día de soberanía popular en Barcelona, donde miles y miles de catalanes festejaron su independencia, pero también abrazaron cívicamente sus instituciones, como mensaje para lo que se viene: la disputa en la calle y en los espacios físicos.
Porque este partido de ajedrez apuró de repente el ritmo de las movidas, y apenas tuvo la luz vede del Congreso, el gobierno de Mariano Rajoy anunció que destituía a todo el gobierno catalán y que su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, asumía las funciones del presidente catalán Carles Puigdemont.
El sábado Puigdemont desconoció su destitución y además, empezó a prepararse desde Cataluña un andamiaje jurídico y político paralelo al que podría imponer Madrid en su nueva cruzada de ocupación. Lo que se prepara es la Asamblea de Electos de Cataluña (AECAT), un cuerpo legislativo compuesto por 4.000 cargos electos, la mayoría concejales de alcaldías de toda la región, para asumir funciones si las instituciones catalanas son inhabilitadas por el gobierno de Madrid.
La hoja de ruta de la Asamblea Nacional Catalana hasta 2018 establece que “llegado el caso de que el Govern o el Parlament no puedan ejercer libremente sus funciones, la AECAT asumirá la máxima representación legítima, soberana e institucional de Cataluña para completar el proceso de independencia, la confección, aprobación y sanción de las normas jurídicas de la nueva legalidad y la convocatoria inmediata de elecciones constituyentes”.

Lo que está sucediendo entonces es el tan temido choque e trenes. Un tren es el de la españolidad, que levanta las banderas de la legalidad, apelando a la Constitución. Ahí están no solo el gobierno del Partido Popular, sino también sus aliados del Partido Socialista Obrero Español, e incluso, en menor medida, Podemos. El españolismo no puede salir de su laberinto incoherente, que alega el apego a la legalidad, pero a una legalidad que se basa en un hecho de fuerza como fue la invasión y el sometimiento de Cataluña por parte de España en 1714. Algo bastante discutible, que una legalidad pueda fundarse en un acto de fuerza.

Del otro lado, el tren catalán, que se apoya en la legitimidad. Y sobre todo en el derecho de autodeterminación de los pueblos, reconocido en la Carta de los Derechos del Hombre, y esa legitimidad la pone de manifiesto permanentemente en la calle, con inmensas marchas a favor de la independencia.
¿Cómo se resolverá todo? Lo iremos viendo paso a paso, eso es lo maravilloso de estar asistiendo a la historia en tiempo real. Algún día, lo que está ocurriendo ahora figurará en los libros de historia.
El mundo sigue con atención lo que sucede en Cataluña, sobre todo Europa. Una Europa que no se ha jugado ni para un lado ni para el otro. Es cierto que ha dado un tibio apoyo a la unidad de España, y eso se debe sobre todo a que desde Bruselas saben que si se consolida la independencia de Cataluña, atrás viene el País Vasco y Galicia. Y no sólo en el Estado Español, sino también los reclamos independentistas de otras naciones como Bretaña en el norte de Francia, Córcega, Alsasia, algunas del norte de Italia, la separación de Bélgica entre Flandes y Valonia, y ni hablemos de Escocia e Irlanda del Norte.

Pero también es cierto que desde Bruselas no se animan a romper totalmente con los independentistas catalanes, porque si esta historia terminara bien para ellos, Cataluña sería un país no desdeñable, más importante económicamente que Holanda, Bélgica o Luxemburgo.

Así las cosas, luego de las definiciones del viernes pasado, se abre ahora un nuevo capítulo en el que se jugará mucho más a fondo, y deberán tener un protagonismo mayor los ciudadanos, para decidir qué es más fuerte, si la legalidad o la legitimidad.

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