Altruismo ruso para ver fútbol en el metro

Unos espontáneos compañeros en el tren que unió Niznhi con Moscú nos prestaron sus teléfonos para seguir las acciones entre el local y Croacia. Historias de la generosidad del pueblo ruso, a pesar de la barrera idiomática.

El gesto de la mujer rusa a la hora de ver el partido entre su selección y Croacia. - Foto: Federico Jelic - La Nueva Mañana
Foto: Federico Jelic - La Nueva Mañana
Foto: Federico Jelic - La Nueva Mañana


Por: Federico Jelic
ESPECIAL DESDE MOSCÚ

Lamentablemente el famoso tren rápido de los rusos no une las distancias entre Nizhnni Novgorod y Moscú, por lo que el tiempo se convirtió en el enemigo en eso de poder disfrutar de los partidos de octavos de final.

Ya una vez consumada la eliminación de Uruguay a manos de Francia, apenas pudimos apreciar el primer tiempo entre Suecia e Inglaterra con el gol de Maguire, pero estaba claro que el plato fuerte era la participación del anfitrión de la Copa del Mundo ante Croacia, mi equipo a apoyar después de la tempranera salida de Argentina.

Ese era el tema en cuestión: de qué manera podemos ver o informarnos sobre la suerte de los dálmatas (en mi caso) en esas casi cinco horas y 420 kilómetros que separan Niznhi, el "bolsillo" de Rusia, por su capacidad industrial, con la capital  y centro de atracción de todo.



Mientras los datos del wifi aportaban sus migajas entre actualización y F5 o "refresh" al teclado y al celular, sin muchas precisiones. Por la ventana, mientras se contempla la belleza del paisaje ruso, de colinas y bosques, podían verse banderas a la venta, puestos de camisetas y algunos "pintores" que con pincel en mano cobran 100 rublos para colorearte las mejillas con los colores blanco, azul y rojo.

El tosco "Ru-ssi-a" no suena como en el fan fest o peatonal Nikoslkaya pero aparece repentinamente por algún momento para disiparse con los segundos. Los rusos no son tan calurosos con el aliento y muchos se enteraron del mundial directamente en plena competencia con la invasión de banderas extranjeras.

Entonces se siguieron derribando los mitos. Mientras mi compañero de butaca, un chino llamado Leyn me comentaba con cierto escepticismo que Croacia no ganaría y que Rusia sería finalista por la guerra de las marcas (hay dos con la firma Nike en sus vestimenta: Francia e Inglaterra; y una Adidas, Bélgica, y Rusia viste la de las tres líneas), me resistía a aceptar los negocios y la mercadotecnia, soñando que Rakitic y Modric hicieran de las suyas para repetir la hazaña de Francia 98.

En ese contexto, Apareció de repente una mano altruista desde el otro costado, con su teléfono con datos, para hacerme ver el partido. Una mujer de 42 años de nombre desconocido, me ofreció ver el partido con ella como sostén, como una pantalla en directo para el chino y una pareja de húngaros que llegaron a Rusia para alentar a o México (vivieron allí 7 años, huyendo del comunismo que azotó a ese país del bloque soviético). Era un mini fan fest.

Y cuando la conexión tardaba en cargarse, como karma de la tecnología, aparecía una mano salvadora desde atrás, que nos ofrecía gentilmente su teléfono para que sigamos viendo el partido sin complicaciones. Y sin chistar ni pedir que le den espacio para ver el partido. Desde mi necesidad de gratitud me levanté de mi asiento para que pudieran sentarse pero se negaron sistemáticamente. Y ni siquiera gritaron el golazo de Cherishev quizás a modo de respeto, después de leer mi apellido de origen croata en la acreditación FIFA que cuelga de mi cuello.



Nobleza obliga, tampoco grité cuando la cabeza de Kramaric encontró un centro de Mandzukic en el área para empatar el juego.

Antes de arribar y proceder con el desembarco en Moscú, la otra señorita en cuestión me regaló una moneda FIFA con la foto de la Copa del mundo, pero con símbolos soviéticos, obligando moralmente en mi acto de reciprocidad, a entregarle un gorrito de hinchas de Argentina, bastante minimalista en su contenido y calidad, pero con todo el color criollo, que no tardó en colocárselo y en pedirle fotos con sus amigas con el obsequio puesto.

Nunca nos entendimos, nunca pudimos concretar un diálogo, pero ese intercambió unió dos culturas que en ese entonces, solo tenían al futbol como puente y al deseo fraternal de objetivo. Cada uno siguió su rumbo con un saludo medido, y mientras me ubicaba en la estación a terminar de ver el encuentro, volvía a reírme sobre el aspecto rudo, serio y frío que tienen los rusos, complejo o prejuicio que se derriba con apenas un contacto y una sonrisa.

Por eso tampoco festejé a gritos el penal de Rakitic que proporcionaba el pasaje a Croacia entre los cuatro del mundo.

Estos gestos altruistas de los rusos ante un desconocido merecen más que respeto: merecen imitación.

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