Cultura Por: Natalia Guantay 18/04/2018

“Las cosas que están dentro del paisaje son presente”

Desde Villa Los Aromos, en Paravachasca, José Luis Aguirre, cantor y compositor transerrano hace de su poesía comprometida un culto a la tierra y a las cosas sencillas. “No nos damos cuenta que estamos sesgados por la maquinaria”, aseguró.

Foto: Ximena Álvarez Heduan

“No hay peor hijo de sus padres que quien roba a los humildes. No protestamos porque sea moda, no buscamos el obsecuente aplauso, marchamos porque de la tierra sentimos maternal abrazo. En ella crío mis hijos, en ella tengo mi guarida, no es raro que si la ultrajan salte como leche hervida. Ya no creo en remeritas del ‘Che’ ni en discursear grandes cosas, creo en el hombre callado y con las manos callosas. Ahí abreva mi canto, mi copla escucha y aprende, porque cuando te habla un serrano, un originario, gente que trabaja la tierra, la voz del monte se enciende. Ni de ilustres apellidos, ni de quien pueda comprarla, la tierra estaba de antes, lo mismito que una madre. No es negocio de unos pocos, le pertenece a los niños o en todo caso a quien la respeta, la lucha y la siente hasta sangrarle”. En medio de los colores y sonidos de las sierras, desde el interior de una casa de barro construida entre amigos baila entre erres arrastraditas su voz pura y su protesta hechas canción. Arriba o abajo del escenario, la identidad de José Luis Aguirre es poesía.

En diálogo con La Nueva Mañana, el músico nacido en Villa Dolores habla de la composición y lo cotidiano, el valor del paisaje en sus letras, sus referentes y la realidad social. “No nos damos cuenta que estamos sesgados por la maquinaria”, dice Aguirre mientras camina descalzo abrazado por la tierra.

- ¿Qué es la música para José Luis Aguirre?
Es un regalo de la vida, una de las cosas más hermosas que me fue dada para descubrir en este mundo. Es la belleza y como ella está en todas partes y en las cosas más cotidianas, para mí la música es todo.

- ¿Hay un escenario que elijas especialmente para la composición?
En mi taller “Hacedores de canciones” siempre les digo a mis alumnos que me gusta pensar que soy una especie de cazador, atento pero sin saber desde dónde va a saltar la liebre, cuando eso pasa todo es más emocionante, pero cuando salta la liebre hay que estar preparado para atraparla. Quiero decir que no tengo un espacio fijo para escribir, cero fórmula, busco que la composición sea como la vida, que vaya fluyendo y todo suceda. Aunque hay que estar preparado, estudiar, tener siempre el grabador, papel, lápiz y leer a los viejos, escuchar a los grandes, estar listo para cuando a uno le llegue el momento de hacer sus propias canciones.

- En tu repertorio abordás diferentes géneros de la música popular. ¿Siempre el paisaje es protagonista?
Vivo en el paisaje donde hay trinos, árboles, donde la gente tiene tiempo para caer a la casa de un amigo sin avisar, para apreciar un quesillo de cabra que hicieron las manos de una artesana… cuando estuve lejos de mi pago he añorado mucho eso y desde ahí escribo. Creo que también pasa en las ciudades, no es una cuestión de tiempos, géneros, ni gente, es de conciencia. Trato de escribir desde la conciencia que ve al hombre como ser humano y no dentro de un sistema, desde un lugar en el que estamos despiertos ante las cosas que son realmente valiosas y a la vez cotidianas. Las cosas que están dentro del paisaje son presente.

- ¿Quiénes influenciaron en tu música?
Los maestros que me influenciaron no son gente que esté en las grandes enciclopedias de la historia de la música. Los verdaderos referentes son mi tío Oscar, un guitarrero de asados que mostraba su música en la mesa familiar. Él fue quien despertó en mí el amor por la música y quizás antes mi abuelo Domingo Otoniel, que me paraba arriba de la mesa para que cantara “Cafetín de Buenos Aires”, lo primero que aprendí cuando tenía ocho años. Ellos fueron mis más grandes referentes y después artistas que fui descubriendo y me atraparon por su compromiso como Silvio Rodríguez, Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Bob Dylan, Beethoven y Bill Evans.

- Después de “Amuchado”, el disco que presentaste el año pasado, ¿en qué estás trabajando?
Sigo trabajando en canciones que se van a grabar de acá a unos años, pero hoy mi corazón está puesto en un disco de folclore con videos que va a salir pronto. Vamos a hacer un adelanto el 9 de junio en Casa Babylon en la peña “La Chuncana”, un espacio para que la gente vaya con los changuitos y se entrevere con los músicos.

- ¿Te reconocés entre los grandes referentes jóvenes del folklore? ¿Cómo te llevás con la exposición pública?
Yo no diría eso de mí, hace 20 años que hago música y nunca fue por el resultado, de hecho gran parte de mi vida es desconocida. Cuando escucho una canción de Atahualpa Yupanqui, de Chico Buarque, de Joan Manuel Serrat, de Alfredo Zitarrosa o de Charly García me doy cuenta que no soy referente de nada y que tenemos que trabajar un montón. Que otros digan que somos referentes, pero que antes hayan escuchado a los maestros que sí lo son.

Si gusta lo que hago muchísimo mejor porque me interesa que se difunda el mensaje, que no se destruyan los montes, que la gente no se meta a laburar 22 horas para que otro gane plata y perder la felicidad por estar en un lugar que no le apasiona.

Me cuesta soltar el anonimato, está bueno viajar en un colectivo y poder admirar el paisaje sin que nadie sepa quién sos, pero cuando la tierra te da una herramienta para decir y defender lo que creés justo la tenés que usar. Uno es simplemente un instrumento.

- Como artista, ¿qué te preocupa y qué te duele de la realidad?
Nada me impide dormir, tengo todo lo que quiero, nada vale tanto. Sé que pasan cosas malas y lucho todos los días en contra de eso, pero nunca desde la tristeza ni desde la preocupación, siempre desde la alegría. Esa es mi visión y mi fuerza espiritual. Después ves que los pibes que te rodean se quedan sin trabajo o que un tipo desde atrás de un escritorio decidió que tienen que trabajar más horas, y cuando bajan los salarios terminan siendo esclavos. Veo que falta laburo, que la gente se termina yendo de los lugares que cuidaba para vivir en una villa, eso llega a mi casa y es la parte que duele. El problema es que no nos damos cuenta que estamos sesgados por la maquinaria. Me duele lo que estamos haciendo como seres humanos, muchas veces me quiero ir porque veo que no hay forma de cambiarlo. Nada tiene que impedir que sigamos luchando, por eso vuelvo al espíritu y recupero la alegría, porque nada nos tiene que frenar.


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