Mundo Sofía Jalil 07/11/2017

Carles Puigdemont y la Navidad catalana

Luego de la proclamación de independencia para la formación de una República independiente el pasado 27 de octubre, los ojos del mundo se posaron sobre la región nordeste de la península ibérica.

A más de 10 mil kilómetros de distancia de la Córdoba mediterránea, la tierra late fuerte. El pueblo catalán debe respirar hondo y deliberar su situación de cara a la intervención realizada por el Gobierno español tras el rechazo a la declaración de independencia pronunciada por una parte del Parlamento catalán, encabezado por el destituido presidente Carles Puigdemont el pasado 27 de octubre.

“El orden jurídico no se basa en una norma sino en una decisión”, cita el sociólogo Zygmunt Bauman a uno de los grandes pensadores en torno al Estado, el poder y lo político, el filósofo alemán Carl Schmitt. Y la decisión de los políticos catalanes, declarados en rebeldía desde el Gobierno central que encabeza Mariano Rajoy, deberá ser manifiesta en el próximo llamado a urnas, con fecha para el 21 de diciembre.

Siguiendo a Bauman y retomando a Schmitt, en el caso de los “soberanos humanos” (para diferenciarlos a los divinos y extraterrenales) reside un poder de excepción que los blinda ante la inseguridad. Esto genera que ya no estén “esposados por las normas”.

Algo de esta omnipotencia debe radicar en Carles Puigdemont quien manifestó que se presentará en las próximas legislativas. El anuncio lo hizo desde Bélgica, donde reside junto a cuatro ex funcionarios de su gestión luego de abandonar Cataluña tres días después de la declaración de independencia.

Sin embargo, la situación no es clara para el destituido presidente quien es acusado por presuntos delitos de rebelión, sedición, desobediencia, prevaricación y malversación de fondos públicos vinculados al proceso independista catalán. No obstante, Puigdemont manifestó, desde el país belga, que está dispuesto a colaborar con la Justicia luego de no presentarse ante el llamado de la Audiencia Nacional Española el pasado jueves 2 de noviembre, echando más leña al fuego.

Y así lo hizo. El reciente domingo 4 de noviembre, Puigdemont junto a sus funcionarios se presentaron ante la sede de la Policía Federal en Bruselas, capital belga y principal sede administrativa de la Unión Europea. La sangre volvió a correr fuerte para los independentistas ya que la decisión última sobre su libertad o privación, pasaba por la Justicia belga.

La suerte, si es posible así llamar el devenir jurídico, está del lado del ex presidente catalán. La Justicia belga decidió dejar en libertad a los “rebeldes”, con la prohibición de abandonar el país y de comparecer ante el tribunal cada vez que sean llamados.

Punto a favor para quienes desconocen al Rey de España y piden la independencia de Cataluña. Con esta nueva jugada política, al presentarse ante la Justicia, los políticos catalanes evitaron los flashes de la prensa en caso de que hubieran sido detenidos y llevados a prisión -una imagen conocida por los argentinos con las recientes detenciones de Julio De Vido y Amado Boudou-. Un guiño para las próximas elecciones que tienen a Puigdemont como principal candidato que anuda la voluntad independista.

Volviendo unos días atrás, el ex presidente de Generalitat de Catalunya puso su cabeza ante la independencia de una de las regiones más ricas de España. Lo cual plantea de fondo, en cierto sentido moderno y (ultra)contemporáneo, que la posesión de capitales es una fuerza de impulso para la autonomía. Además, de la tradición histórica y cultural de una nación.

Luego de la decisión de autonomía por parte del Parlamento catalán, el Gobierno de Rajoy se amparó en el resonado mediáticamente artículo 155 de la Constitución española, que data de 1978. El mismo detalla que el gobierno central podrá intervenir en el caso de que una región lo desconozca.

En este caso, en los próximos días el gobierno español tomará el control de la vida institucional catalana, afectando el devenir cotidiano de sus ciudadanos. Para ello, el presidente Rajoy puso a su mano derecha, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, junto a funcionarios de su confianza para semejante tarea.

El pueblo catalán experimentará la incertidumbre a ultranza. “La vulnerabilidad y la incertidumbre son también las dos cualidades de la condición humana donde se moldea otro miedo, el ‘miedo oficial’: el miedo al poder humano, al poder hecho por el hombre y poseído por el hombre”, dice Bauman en su libro de ensayos “Daños Colaterales” (2012).

Los comunes, los otros, los que arrean la región y disfrutan -algunos sí, otros no- del capital logrado, deberán enfrentar una de las situaciones más adversas: el miedo al poder del Gobierno central contra las ansias de estar escribiendo las páginas de una historia que recién recorre su capítulo introductorio.

Y en estos casos, no hay matices grises posibles. O se apoya la independencia y su posterior constitución como un Estado independiente, o se atañe al “españolismo” que esgrime, con cierta violencia física e institucional, el Gobierno de Rajoy.

Pero, más bien, la idea de fondo que puede radicar debajo del pedido nacionalista es si es posible la coexistencia de diferentes naciones bajo un mismo Estado. Es decir, si una nación puede ser autónoma mientras se respeten las diferentes deidades, como en la antigua Atenas con la traviesa convivencia de diferentes dioses. O bien, no se pueda y se deba obedecer –y compadecer- ante un nuevo soberano, único y omnipresente, como en las religiones monoteístas.

En el caso de Cataluña, se volvió a abrir la caja de Pandora y las voluntades vuelan cuestionando este “mundo poblado de estados en busca de naciones y de naciones en busca de estados”. Seguido a sus pies, estarán los reclamos del pueblo vasco y de Galicia, como también de otras regiones en diferentes países europeos. La guerra entre dioses, tendrá en vilo a quienes en todo momento vivirán las decisiones a flor de piel: el pueblo.

En diálogo con una periodista europea, ella manifestó que le parecía increíble el pedido de Cataluña por su independencia ya que ve con desconfianza cualquier grito nacionalista. En cambio, un colega cordobés comentó que el pedido es legítimo por su larga historia bajo el yugo español, la comunicación en una lengua diferente –el catalán- y la posibilidad de mantener la autonomía, principalmente, económica.

La colega europea es húngara y proviene de un país donde los nacionalismos se disfrazan bajo el manto de gobiernos populistas, excluyentes del otro, del diferente. El cordobés, recuerda el sometimiento del pueblo americano antes de la llegada de los españoles y la posterior masacre, aludiendo que Cataluña fue incorporada como una provincia por España en 1714, durante la Guerra de Sucesión, perdiendo su autonomía hace 303 años.

Volviendo al 2017 y siguiendo a lo escrito por el periodista Martín Caparrós para su columna en el diario New York Times el 26 de octubre, “millones de catalanes identifican a España con el gobierno del Partido Popular y sienten que ese gobierno —ese país— los priva de su libertad. Y millones de españoles sienten que Cataluña —en lugar de acompañarlos en la construcción de un país mejor— solo quiere abandonarlos”.

La cena está servida, la discusión y el debate, abiertos. Puigdemont y sus funcionarios en libertad, Rajoy abrazando la Constitución y el Rey aferrado a su corona. El próximo 21 de diciembre –fecha que genera espasmos en los argentinos recordando el 2001- los españoles y los catalanes deberán decidir si celebrarán juntos, o no, una nueva Navidad.


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