Ed Impresa Barbi Couto 31/01/2020

Palabras prestadas - “Aplauden las mujeres que fui”

Esta edición la columna toma palabras prestadas a mujeres autoras, niñas, ancianas, adultas. Mujeres que viven, se rebelan, juegan y comparten.

Palabras de mujeres autoras y protagonistas se encuentran en esta recopilación.


Especial para La Nueva Mañana

Llega al cine “Mujercitas”, el clásico de Louisa May Alcott, en una adaptación de Greta Gerwig que promete una mirada feminista. Junto a tantas otras, he dedicado este último tiempo a prepararme con una relectura de la historia. Esa historia de cuatro mujeres y su madre  que enfrentan la vida con lo que tienen: pobreza, entusiasmo, trabajo, amor, alegría y un vínculo más fuerte que cualquier otro: compartir el ser mujer. Pienso en cómo un libro, una historia, puede seguir interpelándonos después de 150 años y, mientras salgo para el cine, les comparto aquí palabras de mujeres autoras y protagonistas, que aunque no siempre se entiendan, aunque estén rotas, aunque sean niñas o viejas, igual se interpelan, se abrazan, se cuidan, se escuchan. Se encuentran.


* * *




Cuando las chicas llegaban a la esquina, miraban siempre la casa porque la madre estaba en la ventana y les sonreía y les hacía un gesto con la mano. Era como si no pudieran pasar el día sin esa imagen porque fuera cual fuese el humor de la mañana, la última mirada a esa cara maternal era como un rayo de sol para ellas.

—Si Marmee sacude el puño en la ventana en lugar de mandarnos un beso, nos lo tenemos merecido. Somos unas bestias. No creo que haya chicas más descaradas y desagradecidas que nosotras —exclamó Jo, con una especie de satisfacción por los crueles golpes del viento y la sensación de los pies fríos sobre la calle húmeda.

—No uses esas expresiones horrendas —dijo Meg, desde el fondo del velo en que se había envuelto como una monja que no quiere saber nada más del mundo.

—Me gustan las palabras cuando son buenas y fuertes, cuando significan algo —contestó Jo, mientras atrapaba el sombrero que se le estaba por volar de la cabeza con rumbo desconocido.

(“Mujercitas”, de Louisa May Alcott, traducción de Márgara Averbach)


* * *




Era noviembre y una nena / recibió de regalo un vestido.

Enseguida se lo puso.

Pero los días pasaban / y nunca parecía un buen momento / para sacárselo.

Se fue el verano con sus soles / y llegó el otoño con sus vientos.

La nena lo saludó entre volados.

Después de todo, ¿quién dice cuándo / es tiempo de sacarse un vestido?

¿Una mancha, tres arrugas, / el hilito que asoma de un dobladillo / que se descose?

(“Vestido nuevo”, de Florencia Gattari)


* * *




Me cría una chilena que tiene los ojos blancos.

Su abrigo huele siempre a humedad y yo la amo.

Mi mamá la ama, también. La chilena nos cría juntos, a sus nietos y a mí, todos amontonados.

Me deja dos lecciones: aquí nadie se saca las manos de los bolsillos; nuestra casa es el viento.

(“Los niños del polo”, de Emilia Casiva)


* * *




No me gustan las muñecas, / ni las flacas rubias de pelo largo, / ni las de cabeza de bebé, / ni las blanditas todas arrugadas. / ¡Y sin embargo, me las siguen regalando!

Las conté: tengo treinta y cuatro y media. / Sí, y media, porque Angélica, / la muñeca folclórica de Bélgica, / perdió la cabeza en un combate atroz, / contra la bruja Carabosse.

(“No me gustan las muñecas”, de Stéphanie Richard)


* * *




Y una siesta me despierto / y tengo la altura de mi hija, / no me es al revés / aunque las voces se empeñen en hallarle / un parecido / me  he crecido hasta alcanzarla.

Aplauden las mujeres que fui / tan chiquitos sus pasos, sus voces / frente a la pequeña / piernas firmes, dos hombros izquierdos / pañuelos de lucha.

Muevo las manos como niña / que se ve al espejo, / reconozco algún gesto / y me he vuelto grande / en sus más grandes ojos / que me devuelven brillo / cuando le leo / y me siento buena / en su sonrisa, / duras facciones / contra aquello que nos duela / palabra certera que va a dar al negro / de lo que fue miedo.

Me he crecido hasta alcanzarla, / su voz me dice que tenemos pasados / los días de susto.

Criatura confundida en los reflejos / tengo futuro de madre / que abraza nido mientras le escribo / y ella anda caminos propios.

Yo me pregunto cómo ha sido / que una mujer en la sombra / de libros, remedios, escobas / recibe luz, / al fin, de una otra / que pretendí fuera mía / y me entraba en el pecho / y ahora es del mundo.

(“Otros caminos”, de Carina Rita Medina en “La causa de las cosidas”)


* * *




Había conseguido entrar en Gilead. Hasta entonces creía saber mucho sobre ese país, pero vivir algo en carne propia siempre es diferente, y con Gilead era muy diferente. Gilead era resbaladizo, como caminar sobre el hielo: sentía que perdía el equilibrio a cada momento. No podía interpretar las expresiones de la gente, y cuando hablaban a menudo no sabía lo que decían. Entendía las palabras en sí, pero no podía darles sentido.

En la primera reunión en la capilla, después de arrodillarnos y de cantar, cuando Tía Beatrice me llevó a sentarme a un banco, me volví para mirar la sala llena de mujeres. Todo el mundo me miraba y me sonreía con una cara que era en parte amable y en parte ávida, como en esas escenas de las películas de terror donde sabes que los habitantes del pueblo resultarán ser vampiros.

(“Los testamentos”, de Margaret Atwood)


* * *




La albahaca no me quiere / si tiene luz, es mucha / si tiene agua, es mucha / si tiene flor, se anisa el sabor. La albahaca no me quiere. / No le gusta que la deshojen. / Nos parecemos tanto.

me quiere no me quiere / me quiere no me quiere / me quiere / no me quiere / La albahaca no me quiere. / 

a mi me gusta ella, / pero no le gusta / que la deshojen / Nos parecemos tanto.

(“Albahaca” de Luciana Schwarzman en “Así”)


* * *




¿Por qué me ayudás?, pregunta Mara apenas suben. ¿Qué decir? ¿Qué callar? ¿Cómo contar una vida entera? Suspira antes de comenzar.

Sé lo que sentís. Por eso.

¿A vos también te pegaban? Sí. ¿Quién? Mi padre. ¿Tu esposo no? Mi esposo… no. Mi esposo gritaba y rompía cosas pero no pegaba. Viví con miedo igual, te digo. Pero se murió pronto. Y ya no quise compartir la vida con nadie más.

Los recuerdos se abren. Me conseguí un trabajo de cocinera en una escuela. Ahí estuve hasta que me jubilé. Cuarenta años estuve. La de chicos que vi crecer, no te das una idea. En la escuela estudié bastante. Me hice amigas. ¿Muchas? No, las amistades de verdad nunca son muchas.

El silencio gana el taxi hasta que Mara, de pronto, dice yo tengo dos amigas. A mí me queda una, responde Leonor.

Se sonríen y dejan que las reúna ese tiempo amoroso que a veces crece en el silencio.

¿No tuviste hijos? No, responde ella, no quise.

Qué lástima. Hubieras sido una mamá rebuena. Ahora capaz que serías abuela. Leonor sonríe un poco. Mara la toma de la mano. No hace falta decir más.

(“La chica pájaro” de Paula Bombara)


* * *




Catalina nos abre las puertas de su casa y nos abraza desde sus 102 primaveras.

Mirtha, su hija, dispone la pava y la charla arranca acompañando la ronda de un mate dulzón y espumoso. El recuerdo viaja 90 años atrás en Doña Catalina:

—Me parece que la estuviera viendo a mi mamá, con su pollera larga, el delantal blanco fruncido adelante y su rodete bien apretado. Antes, las mujeres no se cortaban el pelo, lo usaban bien largo nomás y siempre atado. Se ponía el pañuelo en el pelo y hacía los Frichoi, que después espolvoreábamos  con azúcar.

(“Aromas cercanos, recopilación de sabores de campo”)


* * *




Había una vez, / en un país remoto, / una mujer inteligente / y sensible llamada / Scheherezade.

Hacía mucho tiempo / que el gran visir / la había hecho su / prisionera y estaba / esperando el momento / apropiado para matarla.

Pero mientras eso no / sucediera, ella le contaba, / con su voz de trueno, / viejos cuentos.

Cuentos de mujeres / que contaban cuentos.

(“Había una vez”, de María Teresa Andruetto)


* * *




Es la hora en que el sol / sigue el vuelo de las golondrinas. / La luz escurre tenue / dentro de un reloj recién llegado. / Lo que viene / está donde no estuvo.

Sobre la almohada, un jardín: / mariposa, / hormigas, / una araña.

Sobre la cama: / pluma de pájaro, caminos de caracol, / una flor.

Mamboretá no está / ¿o está?

Ema regresa al silencio en el silencio / que guarda / la música del mundo:

en una tetera, / en los bolsillos, / en el corazón oscuro de una naranja.

Ema trae entre las manos / semillas nuevas / para que broten nuevas las palabras.

(“Ema regresa”, de Laura Escudero Tobler en “Ema y el silencio”)


Seguí el desarrollo de esta noticia y otras más 
en la edición impresa de La Nueva Mañana
 
Todos los viernes en tu kiosco ]