Ed Impresa Barbi Couto 21/09/2019

Jorge Cuello: jugar con barro y hacer arte que emocione

Las obras del artista cordobés siempre se mueven cómodas en un escenario que propone y genera a la vez juego, emoción, simpleza y desborde. Entrevista.

Sus soldaditos de barro son un homenaje a los 650 niños paraguayos de entre 6 y 12 años fueron masacrados en batalla de Acosta Ñú, durante la Guerra de la Triple Alianza.


Especial para La Nueva Mañana

Soy orgullosa miembro de la Asociación Amigos de Arte Comebirom Cuello y por tanto portadora de una credencial “Cinco pa’l peso” con mi retrato estampado en el centro por el mismísimo Jorge Cuello. Debo confesar que esta entrevista comenzó quizás en febrero pasado cuando solicité esa membresía y en la casa del artista en Villa de Las Rosas (Traslasierra Córdoba) nos contó a mí y a mi familia su proyecto de crear un ejército de soldaditos-niños de barro y cañas, mientras nos guiaba por el patio trasero de su casa señalando los materiales que usaría.

En agosto inauguró la muestra Antojolías en el Centro de Arte Contemporáneo (que seguirá abierta hasta el 6 de octubre) y también en familia pude recorrer centímetro a centímetro una habitación rebosante de Arte Comebirom, tal es el nombre del taller de producción de Cuello.

En una de las paredes hay expuestas 88 obras formando un damero intercalando dos series del artista: “La vuelta de Martín ¿Martín? ¿Qué Martín?” cover de  la versión de Castagnino del Martín Fierro y “Shoá, de áca de acá”, con retratos de pueblos originarios del sur del país en ‘nuestro propio “Atwich” en palabras de Cuello.

El resultado es la pared transformada en un enorme muro de los lamentos. En otra pared más de 100 reproducciones de algunos de los libros para niños preferidos de Jorge. Y el resto de la habitación dedicado a la batalla de Acosta Ñú durante la Guerra de la Triple Alianza en 1869, donde 650 niños paraguayos de entre 6 y 12 años fueron masacrados.

En el centro de la muestra y guardados en sendas cajitas Gurí pó (al estilo de los muñecos Funko Pop), los soldaditos-niños construidos con el barro del arroyo Los Hornillos interpelan a los visitantes. Hoy, a las puertas de la primavera, de alguna manera siento que es el barro que amalgamó esta entrevista a lo largo del tiempo y la distancia.



“Descubrí una técnica en donde utilizo la arcilla del arroyo de mi pueblo, los corchos de mi época alcohólica los junté con palitos y así voy avanzando. Me encantó el ritual”, confiesa Cuello “fue como una iniciación”. Durante  el verano tuvo lugar una experiencia colectiva donde chicos y grandes hicieron junto a Jorge los primeros soldados.

Los gurises que pudieron ser rescatados de esa movida están en la tercera pared de la muestra, junto a fotos con los nombres y los deseos que tenían para esos niños. “Está también el primer soldadito de adobe que hice como prototipo y colgado como si fueran los trapitos al sol, la introducción a la historia de Acosta Ñú, que está desarrollada en el simulcop, en donde los visitantes pueden llevarse una copia de cualquiera de las imágenes.

Esta pared además tiene un carácter de santuario porque terminé de resolverla mientras fallecía mi tía madrina, con lo que pude denunciar el criterio tan necrológico que tenemos para festejar la vida”, relata Jorge.



¿Te sentís como un adulto que conserva cerca su parte de niño?

- Me considero un niño. Cuando nació Miguel mi hijo mayor, me hizo ver mi decadencia humana y yo tenía 24 años. Mi entrega al mundo de los adultos tan profano, tan prosaico, tan poco mágico que me retiré al campo, rasgué literalmente mis vestiduras de sobretodo de piel de camello y las convertí en esculturas textiles en las que me enfundé para comenzar de nuevo en el Teatro La Cochera de la calle 9 de Julio, por el 83. Construí nuevamente mi abecedario, decidí que algunas eran mayúsculas, otras minúsculas, algunas cursivas y otras de imprenta, pero sobretodo puse todo patas para arriba, dejé todos mis vicios y desde ese momento comencé a teatralizar la vida, lo que sigo haciendo hasta hoy.

En épocas de tecnologías y pantallas, jugar con barro ¿sería una actividad políticamente incorrecta?

- Vivo en la montaña, acá la opción barro te acontece, de la misma manera que un pibe hoy renuncia a todos sus deseos a cambio de un teléfono con el cual tiene acceso a un mundo virtual y social del que estaría totalmente fuera en caso de no tenerlo. Se convive con esa enajenación, se vive con esta fragilidad peligrosa de corromperse.




¿Qué pensás de las infancias de hoy siempre con una pantalla a la mano? ¿qué lugar cumplen la ilustración, el arte y la literatura para ellas?

- Creo que la colonización de nuestras mentes siempre tuvo un sostén visual que lo hizo muy efectivo. Recuerdo que cuando me operaron de amígdalas, debo haber tenido 10 años, la última imagen que vi antes de quedarme dormido por la anestesia, fue un espiral por el que se deslizaba la cabeza del Pájaro Loco.

Así como existe también la posibilidad de conectar con formas positivas que son mucho más constructivas que las imágenes de Disney por ejemplo, creo yo, ahí se equivocaron descalificando a los ilustradores no considerándolos artistas, yo por ejemplo, desarrollé la obra de toda mi vida en un soporte de ilustrador. Para el mercado yo no cotizo en bolsa, para mis colegas soy el artista plástico más mediático porque creo que no todos son artistas, no todos tienen un don o mejor dicho no todos desarrollaron su don, acá solo siguen un criterio selectivo a partir de códigos sociales dependientes de un mercado.




-Entre tus últimos proyectos ¿por qué elegiste Acosta Ñú para mostrar?

El tema de Acosta Ñú me significó la primera visibilización del dolor que me provocó desprenderme de mis propios hijos a lo largo de este derrotero del arte. Mi hijo Fidel quiere cambiarse el apellido y yo me enteré prácticamente en simultáneo a releer el Martín Fierro y recordando que el gaucho también los abandonó nuevamente después de tanta ausencia y encima se cambió el apellido, andá encontrarlo, ¿Martin? ¿qué Martín? Fue muy duro mirarlos desde ese lugar.

Por primera vez me hice cargo de la crueldad humana de ese abuso de poder que tiene el mundo de los adultos y los empoderé. Quiero hacer un ejército de 650 de esas esculturas, almas en pena, cascotes pa’ la ondera para tirar abajo la careta.



La ayuda que necesito es económica. Pude realizar este trabajo, gracias al sistema de “cinco pal peso!”. Nadie financia esta obra, ni el Cedilij, ni el CAC, ni el mac, por eso estoy por resolver un tema de padrinazgo para que los amigos comebiromes puedan comprar un “Gurí Pó”, que será solicitado cuando llegue los 650 para hacer una muestra itinerante. Lo mismo estoy por publicitar el simulcop con los personajes de la historia de la guerra del Paraguay y de cartapacios con reproducciones de las que estaban expuestas en las sala.

Con “Cinco pal peso” pensás una forma diferente, colectiva, de financiar tu trabajo ¿funciona?

- Los beneficios que representan esta posibilidad de aportes colectivos depende de la cantidad de aportantes obviamente. Cuando este año alcanzamos más de 50, fue como tener una beca mensual, donde recibía un subsidio, fue fantástico. Pude organizar la producción sin que se desequilibrara o debilitara el proyecto principal. Creo que es la única forma de poder, de hacer este tipo de proyectos que no tiene un destinatario que se beneficie económicamente.


-El nombre de tu taller “Arte Comebirom” ¿de dónde viene? ¿quiénes somos comebiromes? ¿qué manera de mirar el mundo tendríamos que tener, para formar parte de tu comunidad?

Los comebiromes tienen como origen las reuniones de un grupo de amigos (Federico Schule, Matías Lozada, el Gabi Casas, Ciconia, el Guille, el Gato, el Ñecu, Claudichin, el Polaco, Pomito y un montón mas) que nos juntábamos en “El troesma bar”, un kiosco bar de mi viejo frente a Luz y Fuerza en la calle Deán Funes.

En la época de la dictadura nos juntábamos a tomar ginebra después de ver todas las películas de los cineclubes que funcionaban en la sala del sindicato. Decíamos que éramos peritos mercantiles, que buscábamos nuestra conexión con los pueblos originarios pero que habíamos sido educados para aprender a contar la plata de los otros, generalmente nos sentábamos en la última fila de bancos de las aulas y teníamos el mal hábito de masticar el capuchón de la bic. No sabemos ni cazar ni pescar y nuestra existencia consistía en atrapar gansos. Nunca me imagine una comunidad de comebiromes siempre pensé éramos lobos esteparios. Si bien todos en aquel entonces fuimos padres al mismo tiempo, cada uno de nosotros tomó caminos muy distintos. Y si bien cada encuentro indica que somos de la misma tribu como si no hubiera pasado el tiempo, no hubiéramos soportado la existencia de haber estado juntos, por lo que preferiría que los comebiromes sean una tribu intangible, incorrupta.

-¿De qué se trata el capítulo 3 de la vuelta de Martín en qué trabajás actualmente, que se llama “Sarmiento brujo masón”?

En realidad estoy instalado en la época en que volvió Martín Fierro, que yo la sitúo a mediados de 1800. Entonces viajo por esa línea de tiempo y veo cosas como el “Shoa”, que es el exterminio de los pueblos originarios del sur argentino y que comencé a documentar en un cartapacio con 44 imágenes.

El interés me vino por la importancia de Sarmiento en la etapa de la construcción del modelo actual de la Argentina. Él se queda a cargo del país después de la Guerra del Paraguay y es la mano que esgrime la pluma con la que combatirá hasta exterminar todo lo primitivo que encontraba en su camino hacia la civilización. Al preguntarme cómo es que él había llegado a ser presidente siendo su comienzo el de un changuito huérfano puntano, encontré una respuesta en la masonería.

Fue esa misma respuesta la que respondió a mi pregunta de por qué Urquiza no había vencido a las fuerzas de Mitre cuando ya las tenía doblegadas en la batalla de Pavón. La misma respuesta, los brujos masones enarbolando la bandera de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Todo nuestro contexto moderno desde la pseudo independencia de la corona española ha sido construido con la ayuda de la masonería. Seguramente el próximo capítulo va a ser la iglesia, se podría llamar “la sotana esa larga bragueta”.

Jorge comparte en sus redes los procesos de trabajo, las obras finalizadas y convoca a los ‘comebiromes’ a sumarse a sus proyectos. “El Face tiene esa posibilidad para mí, es como tener un lienzo en blanco por el que me comunico”, dice. Mientras navego por las imágenes de su Facebook y escucho la música guaraní -banda de sonido de los soldados-niños de barro-, pienso que me queda una última cuota del plan “Cinco pa’l peso” y una obra de Jorge me llegará desde su casa en Traslasierra, desde donde brota y escapa la ilustración, la charla, por qué no el barro y unas ganas tremendas de recuperar la infancia y ponerse a jugar”. 


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