El “Tanque” Gastón Stang, con su platinado en Monte Maíz
El ex defensor de Talleres ahora milita en el club Lambert, de la Liga Beccar Varela. A sus 38 años mantiene vigente su personaje y transita nuevos desafíos.
No pasaba desapercibido en la ciudad, mucho menos en un pueblo de siete mil habitantes. Menos con su gran porte y su indiferenciable color platinado de su pelo, como lo usaba también cuando recorría las calles de Córdoba, al vestir la camiseta de Talleres. Gastón Stang luce con la misma presentación de siempre, una imagen que lo caracterizó con todas las camisetas, dejando su huella también en barrio Jardín, sobre todo por aquel gol en el clásico a Belgrano en 2008.
El defensor, de 38 años, transita nuevos desafíos en las ligas del interior cordobés. Desde hace un año y medio milita en Lambert de Monte Maíz, en la Liga Regional de Fútbol Doctor Adrián Beccar-Varela, donde ya obtuvo dos títulos para ganarse el cariño de la gente.
“Esperame que me recupere de la voz que parezco el Coco Basile”, bromea con la simpatía de siempre Stang desde el otro lado del teléfono, como si el tiempo nunca hubiese pasado. La calidez del contacto y el hecho de que el llamado sea desde Córdoba le provocan emoción. No es para menos: en Talleres lo siguen recordando con afecto cada vez que camina por la peatonal o como cuando le tocó visitar el hospital, a raíz de una lesión en el pómulo que tuvo que combatir con un máscara especial.
“Es increíble, me fui al hospital en Córdoba para tratarme esa situación, y apenas estacionamos un tipo desde una chata me tocó bocina y me hizo la seña de la ‘T’. Me llevó el presidente, hicimos dos cuadras, me saqué tres fotos con peatones. Pasaron 10 años y me siguen tratando excelente”, le contó el platinado a La Nueva Mañana.
- ¿Qué te pasó que tuviste que usar máscara?
- Te digo la verdad, el arranque en las Ligas del Interior no me fue fácil. Uno cree que como no son categorías profesionales, todo va a ser más fácil y que el final de mi carrera iba a ser más relajado, pero nada que ver. A los dos partidos me fracturé el pómulo en un centro donde salté a cabecear, y después en una jugada que parecía simple, contra Independiente de Pascanas, me lesioné en el maxilar. Me metieron tremendo codazo. Estuve dos semanas comiendo con pajita. Acá no podes subestimar nada. Con la lesión, hablé con Pablo Renzi y Julio Ferreyra, del cuerpo médico de Talleres y me recomendaron tratarme en Córdoba. Estoy contento en Lambert, encima se dio eso de salir campeones y estamos motivados.
- ¿Te adaptaste al paso de vivir en una ciudad pequeña, después de la locura de la Capital?
- Es genial, un cable a tierra. Mi primer día salí a caminar para conocer Monte Maíz y vi que había motos en la calle, con el casco en el manubrio y llaves puestas. Las puertas de las casas abiertas. Bicicletas apoyadas en los árboles. Yo miraba para todos lados esperando no sé qué. Es por la locura que arrastramos los de Buenos Aires, que andas con seis ojos por la vereda. Yo nací ahí y la verdad que acá la inseguridad no es un problema. Es otro ritmo. Después del mediodía cierran los comercios y no ves nada hasta las 17. Y a las 20, como mucho, todo cerrado otra vez. Por eso nos vamos a la sede del club con los pibes a tomar mate, cenar, jugar a las cartas. Ah y entrenamos a la 1 de la tarde, cuando todos salen del trabajo. Es otro mundo y me encanta.
- ¿La liga es fuerte?
- No te das una idea. Además cada club está muy identificado con su gente y los jugadores. Nuestro DT es Carlos Mazzola, quien dirigió a Instituto y ascendió con Sportivo Belgrano de San Francisco a la B Nacional, así que el ritmo de competencia y de entrenamiento no tiene nada que envidiarle a los de primer nivel. Los clásicos son tremendos. En este momento de mi carrera me viene muy bien. Y yo venía a relajarme…Nada que ver. Hay mucho roce, los árbitros a veces son permisivos, pero hay que acomodarse. Y me tengo que preparar también, sigo pesando 95 kilos como hace diez años, aunque no me crean.
- ¿Te trataron con desconfianza?
- Al principio te estudian, está en uno demostrar. Yo llegué saludando a todos en la primera práctica hasta que me dijeron “momia, vení al puente” y me hicieron “puentecito chino” – se ríe-. Y me la banqué, quien me conoce sabe que soy humilde y accesible. Me junto con los pibes a tomar mate, ya me hicieron de la familia. Y después con los títulos que ganamos, ni te cuento. Eso fortaleció más al grupo. Además te cuento: como promesa o cábala, todos los pibes después de que dimos la vuelta, se tiñeron el pelo como yo... Lo tomo como un homenaje, ni siquiera soy el capitán, pero fue un gran reconocimiento sin dudas.
- ¿Y los rivales, la gente?
- Y con estos pelos no puedo pasar disimulado nunca. Soy como un bichito de luz. No es como en los grandes estadios que no se oye nada, acá una puteada retumba de una punta a otra. ¡Y te morís de risa! Tengo este pelo desde 2004 cuando jugaba en San Juan. ¡Si me abre comido puteadas y cargadas! Es como se lo toma cada uno, no es para calientes. Pero me han agarrado de punto en varios partidos. Y después los que me putean me piden una foto. Es la idiosincrasia del interior provincial. Es hermoso.
- ¿Jugás al fútbol por pasión o por necesidad?
- Porque amo al fútbol. Es una pasión, un estilo de vida. La mujer que te acompaña tiene que ser muy especial, bancarse tus viajes y las concentraciones, y eso no es fácil. Espero seguir jugando unos años más, el fútbol es lo que me hace feliz.
Talleres en el corazón
Sin lugar a dudas el gol de Stang a Belgrano terminó de marcar un lazo importante con el hincha de Talleres. Fue empate 1-1, ante un ex Estadio Córdoba pintado de celeste que se llamó al silencio. Y él relata: “Vos sabés que me fue muy bien en ese año en Talleres. Pero a partir de ese gol todo fue distinto. Veníamos llegando, fue un tiro de Salmerón que la peleó fuerte y la pelota después me quedó servida para empujarla. Yo jugaba de lateral derecho o de doble cinco en ese equipo, fue un clásico que no voy a olvidar. Pero esas cosas me pasan, jugando en Atlético Tucumán tuve una chance igual en el clásico ante San Martín. La gente me amaba”.
Sobre ese equipo dirigido por Humberto Grondona al principio de temporada quedó un gran recuerdo en el hincha a pesar de que terminó con el descenso al Argentino A. El “Tanque” fue uno de los pocos que se salvó de la hoguera. “Era un gran equipo con personalidad y convicción. Si Humberto no se iba a las inferiores de la Selección Argentina, te juro que nos salvábamos y nos metíamos en la pelea por el ascenso. Fue injusto pero la situación estaba complicada en serio. Se desarmó todo. La mayor virtud era la unión del grupo. En eso Humberto fue clave como también Federico Lussenhoff. Era él quien manejaba al grupo con su experiencia”.
- Se contaba también que a ese grupo le gustaba la noche…
- Y la verdad, no te miento, salíamos de vez en cuando – se ríe, alguna escapadita había. Pero lo hacíamos con responsabilidad, nunca antes de un partido, siempre después de jugar. Y viste como es Córdoba... todo se sabía pero nos portábamos bien.
- También se decían muchas cosas de Carlos Ahumada, que era el gerenciador.
- Estábamos al tanto de todo. Después él me llamo para ir a Estudiantes de San Luis y metimos dos ascensos. Más allá de eso, te juro que a mí me cumplió todo siempre.
- ¿Qué significó Talleres en vos?
- Mucho, fue un año con muchísimas emociones. El aliento del hincha fue tremendo. La Boutique estaba siempre al palo en cada partido. Queda la espina de que se pudo hacer algo más, pero dejamos todo y no pudo esquivarse el descenso. Me sigo escribiendo con el “Colo”, con Julio Buffarini, Matías Quiroga, a veces con Cobelli. Fue un gran grupo. Y me alegro que Talleres se haya recuperado y que tenga éste presente en Primera División. Soy un hincha más.
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