Quién va a devolvernos los finales felices

Playback. Ensayo de una despedida, el film de la cordobesa Agustina Comedi, compite por el Oso de Oro en el Festival de Berlín, recupera la historia de un grupo de drag queens.

Ed Impresa 28/02/2020 Iván Zgaib
PLAYBACK
El corto rescata el mundo del grupo Kalas, que fue empujado a los subsuelos de la memoria. Es la historia de las perdedoras, ahora puesta en primer plano. Foto: gentileza.

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Especial para La Nueva Mañana

¿Existe algo tan absurdo como la maldición de la segunda película? Las leyendas del cine buscan atormentar a los directores que hayan parido una ópera prima reivindicada con igual emoción por festivales, críticos y espectadores. La pregunta, embebida de un suspenso digno de ansiolíticos, insiste: ¿se sostendrá la racha con el segundo intento? Algo de eso rodea a los pasos de Agustina Comedi después de estrenar El silencio es un cuerpo que cae, con la cual ganó adeptos diversos (desde reconocimientos en Barcelona, Croacia y Ecuador hasta una estatuilla en los Premios Cóndor y salas agotadas en Argentina).

No se trata de que ese bullicio quite el sueño a la directora, sino de la curiosidad entre quienes vimos su anterior película: ¿qué podría hacer después de algo tan personal, tan encarnado en su propia vida? La ópera prima de Comedi era un ensayo poético en primera persona. Miraba con ternura el deseo ajeno a la heterosexualidad, pero nacía de viejos archivos familiares (fotografías de sus padres antes de ser padres, educaciones sentimentales disfrazadas de videos caseros en Disneylandia, testimonios de amigos y amantes de algún familiar con una vida desconocida). La película desenpolvaba esos archivos personales para indagar cómo la libertad del deseo se cercena y se comprime, a veces desde los actos más impensados (como un juego de niñas con sus muñecas).

Por estos días, la nueva película de Comedi se proyecta en las grandes pantallas del Festival de Berlín y sirve como una pieza intermedia, que tiende puentes con el film anterior y adelanta nuevos caminos posibles para futuro. Playback. Ensayo de una despedida es un cortometraje que sigue moviéndose en el universo del ensayo, que sigue preguntándose por el deseo y la comunidad homosexual pero pierde el acento en la autorreferencialidad. Acá, Comedi no es narradora ni protagonista y aún así logra sostener la pertinencia cinematográfica y temática de su film anterior (¡así como su fuerza emocional!).

Las protagonistas son las ex integrantes del Grupo Kalas: una comunidad de mujeres trans y drag queens formada en los sótanos ocultos de la Córdoba ochentosa. Mientras la policía reprimía a palos en las calles y mientras los ritos religiosos domesticaban en las iglesias gélidas y en los hogares tradicionales, un grupo de parias creaba su propia familia. Se unían en fiestas nocturnas, con performances pomposas y canciones y vestidos de lentejuelas. “Le robábamos a las divas un poco de la eternidad que el mundo nos negaba”, dice la voz de la Delpi que teje el relato.

Hay un valor documental que tiende a recuperar aquella época perdida. Comedi utiliza imágenes de archivo de las fiestas del Grupo Kalas, una reliquia que no ha tenido circulación. Pero aún más importante: se trata de una reliquia que no pertenece a la historia oficial de Córdoba, que no figura en sus grandes relatos y que probablemente a nadie o a muy pocos les interesó visibilizar. El mundo de las Kalas fue empujado a los subsuelos de la memoria. Es la historia de las perdedoras, ahora puesta en primer plano.

Al margen de aquel valor sentimental, lo más interesante del nuevo film de Comedi se encuentra en el grado de manipulación que ejerce sobre los recuerdos. La directora se lanza inventar una historia paralela: si el Grupo Kalas empezó a desmoronarse con la crisis del sida (que le valió la vida a muchas de sus integrantes y allegados), el cine puede poner en escena otros finales posibles donde las víctimas lograban escapar a la tragedia y encontraban salidas felices.

La imagen rota de los VHS (una textura visual que remite a la época) se cruza con nuevas imágenes similares, donde el recorte y el rebobinado de los planos no supone una reproducción de la memoria, sino una transformación de la misma: la capacidad de reescribirla, de cuestionarla, de abrirle huecos de esperanza (esos que a veces la realidad se encarga de tapar hasta la asfixia).

Agustina Comedi redescubre, así, un potencial secreto del cine: confía en su poder restaurador, se aleja del empecinamiento en “reflejar” o “denunciar” los problemas del mundo y se acerca a crear un espacio negado en la sociedad (en este caso, el de los deseos que se alejan de la norma heterosexual). Por eso el film posee un carácter performático, semejante al que empleaban sus protagonistas en sus fiestas de los ‘80: evoca un espejismo donde el mundo es puede ser un lugar mejor. 

 

 

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