Luciano Benjamín Menéndez: "El general de la muerte"

"Representa 100 años de historia argentina. Él es la realización victoriosa de un proyecto de país, de un modelo de sociedad, que empieza con la organización nacional y termina con la dictadura”.

Política 05/03/2018 Luis Rodeiro
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Por: Luis Rodeiro - Especial para La Nueva Mañana

1. “SE MURIÓ LA MUERTE”. La Agrupación HIJOS empleó esa figura y dio un mensaje contundente: “a las 11:20 murió el genocida Luciano Benjamín Menéndez. A diferencia de sus víctimas, se sabe la hora, el lugar y su familia puede despedirlo. Llegó a ser condenado en cárcel común, perpetua y efectiva, el único lugar para un genocida”. No se necesitaban más palabras. Sí, dicen, no se muere la muerte. Y todos los sabemos. Pero el 27 de febrero, todas también sabemos, que murió la Muerte. Se repitió una y otra vez, porque todos sentimos que se murió la Muerte.

2. PERFILES. El “Cachorro”, el “Chacal”, la “Hiena”, recuerda Marta Platía los apodos del General de la Muerte. Pero no eran apodos, eran fotografías, eran perfiles, que describían a un miserable asesino: muertes, desapariciones, torturas hasta lo imposible, violaciones, robos de bebés… Todos los testimonios que integran la literatura del horror de los juicios y sus condenas. Quizá el más sanguinario, el más duro, pero de un colectivo integrado por civiles, políticos, empresarios, curas y obispos que formaban parte de un plan político, económico, militar y cultural, que se llamó el “proceso”, como respuesta a la rebeldía popular. Menéndez es más que Menéndez. Como le decía un sobreviviente al colega Camilo Ratti, autor de esa obra monumental, titulada “Cachorro, vidas y muertes de Luciano Benjamín Menéndez”: él “representa 100 años de historia argentina. Él es la realización victoriosa de un proyecto de país, de un modelo de sociedad, que empieza con la organización nacional y termina con la dictadura”. Más de 100 y que parece no terminar con la dictadura. Pero aquella reflexión fue iluminadora para Camilo, porque le hizo entender que “Menéndez es miembro de una dinastía militar que nace con el abuelo en el ejército mitrista y de Roca, los dos referentes de la argentinidad militar que sentaron las bases de la alianza entre el ejército, la burguesía importadora porteña y la oligarquía agroexportadora en sociedad con el capital extranjero”.

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3. “YO NO TENGO ANTECEDENTES PENALES”, dijo el Cachorro en los juicios, memora Marta Platía. Y añadía: “Los únicos que tengo son los que ustedes me pusieron en estos juicios. Yo nunca he cruzado ni un semáforo en rojo”. Las muertes, las desapariciones, las torturas “no constituían para él delito alguno”. Se trataba nada menos que de un “acto de servicio a la Patria”. La casta militar, junto con la Iglesia y los hacendados de la pampa húmeda, los empresarios monopólicos, se asumían como la “nación” misma: su fundamento, su proyección, y sus “protectores”. Ellos como supuestos fundantes de la nacionalidad, eran los que poseían el poder de veto, la razón última. Eran como supuestos “padres de la patria”, los encargados de velar por sus hijos, de trasmitirles los “valores”, de premiar o castigar a los obedientes o a los díscolos, según el caso. Los exterminios no son delitos, son “actos de servicio a la patria”. A esa mentalidad se refiere el ministro Aguad, que compartía palco con la “Hiena”, en los gobiernos radicales, durante los actos patrios, cuando dice “que las fuerzas armadas fueron estigmatizas y castigadas por la represión del Estado y por Malvinas”. Como subraya Luis Bruschtein, no habla ni de dictadura, ni de violación de los derechos humanos.

4. “YO TUVE UN ABUELO, ÉL ME LO ARREBATÓ”, escribió Iván Bournichón, el día de la muerte del “Chacal”. “Yo podría haber disfrutado ese abuelo, él lo asesinó. Sus inmundas botas manchadas con sangre pisotearon los sueños e ilusiones de miles de familias, entre ellas la mía. Hirió de muerte a un país entero para siempre. Ese criminal despiadado acaba de morir, de manera natural, nadie lo torturó, nadie secuestró algún familiar suyo, tampoco nadie violó a su mujer, ni sus nietos fueron apropiados. Nadie le pagó con su misma moneda. Nunca celebraré la muerte, jamás. Celebro que haya sido juzgado y condenado por las atrocidades que cometió y ordenó cometer. Hoy el asesino de mi abuelo murió en un hospital sin que ninguno de sus derechos fuera violado, no tuvo la misma suerte mi abuelo Alberto, cobardemente asesinado por este despreciable ser. Allí está la significativa diferencia”. En nombre de todos a los que le arrebataron padres, hermanos, hijos, familiares, amigos, compañeros.

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5. “MENÉNDEZ, LA PUTA MADRE…”. El amigo Diego Tatián, en su libro Contra Córdoba, comenta el video Treinta y Dos de Ana Mohaded, cuando registra gente que habla y balbucea cosas que las breves treinta y dos vidas asesinadas durante los 70 en distintos lugares de Córdoba dejaron impresas en voluntarias e involuntarias memorias de amigos, de hermanos, de hijos, de madres aún –para siempre- en duelo. “Dicen que era alto y que me le parezco; “Cantaba “Barco quieto”; “Le gustaba jugar al fútbol y tomar sol”; “era una persona a la que con las chicas le iba muy bien”, “Era muy buen bailarín”; “Dormía con una gata a los pies de la cama”; “Lo quería todo el mundo, tenía muchos amigos, era muy alegre” –esto se repite una y otra vez como si fuera el epitafio común en el que caben las treinta y dos singularidades objeto de este trabajo documental. La mamá de Liliana Felisa Páez se corta, junta fuerza, y logra decir en dos tiempos: “Menéndez, la puta madre que te parió”.

6. “MURIÓ EL FUNDADOR DE LA CÓRDOBA ACTUAL”, sintetizó Juan Cruz Taborda Varela. Nada más cierto. La represión se ensañó con ella. Nos falta una generación de líderes y dirigentes populares. Nos faltan el Negro Atilio, el Gringo Tosco, Salamanca, el Gordo Varas, Curuchet, Florencio Díaz, Di Toffino (…) Dice Camilo Ratti: “Es que en Córdoba era amo y señor absoluto, no competía ni compartía el poder con nadie. La Aeronáutica y la Armada eran actores de reparto en su esquema de poder. Es más, construyó su poder a partir de las relaciones que establecía con jefes políticos (Angeloz, el más importante), pero también con sindicalistas de la derecha peronista (Mauricio Labat, Julio Antún), con la jerarquía católica, representada por Raúl Primatesta, con funcionarios del Poder Judicial y, sobre todo, con el empresariado cordobés, que fue su gran sustento político cuando pasó a retiro luego de su frustrada sublevación contra Viola en septiembre de 1979. Menéndez era el dueño de la situación, y quien marcaba las pautas a los sectores civiles de poder”.

7. “ESTÁBAMOS CAGADOS DE MIEDO”, declara el arriero José Solanille, quien vio a Menéndez, desde la “Loma del Torito” en los campos de La Perla, presidiendo el fusilamiento masivo de decenas de jóvenes maniatados, recuerda Marta Platía. “Él había llegado en un Ford Falcon blanco… La gente estaba encapuchada o vendada… los que no tenían nada, los que podían ver, gritaban. Unos hasta corrieron. Pero los mataron por la espalda. Ahí nos rajamos con mi amigo. Estábamos cagados de miedo”. El tamaño de la infamia es inconmensurable. Durante mucho tiempo había espacios, aquí, en nuestra Córdoba, donde la sombra fantasmagórica de Menéndez pervivía y se paseaba, provocando largos silencios y reviviendo antiguos temores. Adriana Rivarosa cuenta que lo conoció en 1984. “Llegó a Prointel, productora de tv, en plena galería San Martín. Entró al microcine y con el desafío en la mirada, haciendo ostentación de poder, sacó el arma y la depositó sobre el televisor. Mientras, nos miraba con un dejo de burla a través del doble vidrio. Del otro lado estábamos Miguel Moreno, el editor, y yo. No daba crédito a lo que veía. Era muy joven y tuve miedo. Miguelito me dijo: No lo mires, Gringa. Y volví la mirada nomás, a la isla de edición, con un escalofrío en la nuca”. Velábamos a un primo mío en una funeraria de la Av. General Paz. En el estacionamiento –donde parecía tener libre acceso- apareció Menéndez. Quedamos en silencio, petrificados. El asesino caminaba por las calles en plena democracia. Pero la bronca crecía. En una pizzería de la Caraffa, había un grupo de intelectuales cenando, cuando entró la Hiena con su esposa. Oscar del Barco encabezó la protesta ante el dueño o responsable del bar. Con ojos de odio, Menéndez tuvo que abandonarla. Luego vinieron los juicios. 13 cadenas perpetuas. Se hizo Justicia. Quizás tenga razón Mario Benedetti, aunque suene fuerte, “vamos a festejarlo / a no volvernos flojos / a no olvidar que éste es un muerto de mierda”.

 

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