El “Chupete” de la gente

Carlos Guerini, personaje especial, dueño de un talento superlativo, y que paseó su fútbol a nivel local, nacional y en Europa, relata desde su experiencia con la Selección Argentina sus sensaciones sobre el momento del equipo de Sampaoli. Regaló anécdotas con el toque típico de una personalidad singular y desfachatada.

Deportes 27/09/2017 Federico Jelic
_MG_6277
Fotos: Diego Roscop

chapa_ed_impresa_01

Carlos Alfredo Guerini es un personaje de cuentos fantásticos que ni Tolkien podría haber descripto con exactitud. Fontanarrosa jamás hubiese imaginado semejante caricatura viviente, propietario de un talento sobrenatural prodigio en la escala del futbolista, con absurdos que lo acompañan como romper contrato a dos años de su finalización con el poderoso Real Madrid para venir a jugar con Talleres la Liga Cordobesa de Fútbol; y también como para poner en ridículo a cualquier defensor por lo impredecible de su habilidad.
Así de espontáneo y desorientador fue en todas sus decisiones de vida. Impulsivo y audaz. El famoso “Chupete” (68 años), que paseó su fútbol por Juniors, Sporting de Punta Alta, Racing, Boca, Belgrano, Talleres, Málaga y el club “Merengue”, es casi imposible de ubicar. Se necesita un GPS especial. “Tengo un celular. No sé el número. Lo tengo debajo del asiento del auto para llamar a la grúa por si se me pincha una goma o se me para el motor. La otra vez lo quise usar pero me quedé sin batería”, cuenta como algo normal el hecho de que la ‘matrix’ no lo haya consumido a su mundo de inmediatez global.

Aquellos que lo han visto jugar lo colocan en el atril de los más dotados del fútbol cordobés y nacional. Con el condimento típico de su personalidad que lo hizo singular e inolvidable para aquellos que lo disfrutaron.
El tema que nos convoca es la realidad de la Selección Nacional. Mientras Jorge Sampaoli busca armar el mejor tablero para ganarle a Perú, Guerini relata el efecto que puede provocarles a los futbolistas el hecho de jugar en la Bombonera un partido clave. A él le tocó convertir ante Paraguay en ese escenario, en el ’73, en Eliminatorias para ir a Alemania ’74. Hizo el tercero, adornando el resultado junto al “Ratón” Ayala. De zurda. “La Bombonera es particular. No es para cualquiera. Pero la gente te ayuda a arrinconar al rival. Salís con un espíritu ganador a disputar cada pelota. En los primeros 35 minutos te los comés. Pero si van 10 minutos del segundo tiempo y no convertiste, todo ese viento a favor se te viene en contra. Te pesan las piernas”, confesó mientras enseña sus fotos, recortes de diarios, revistas, trofeos, y demás reliquias que conserva su esposa Angélica en algún rincón del armario.

-¿Qué recuerda de ese encuentro? Todavía flotaba en el ambiente el fantasma de la Eliminación ante Perú…
-Exacto, pero nos preparamos tres meses para jugar esas Eliminatorias. En Boca estuve un semestre, mitad jugando el torneo y la otra mitad, concentrando para la Selección. Encima empezamos perdiendo y todo se ponía bravo. Pero con paciencia y jerarquía lo dimos vuelta. Fue 3-1. Me tocó dar una asistencia y convertir el tercer gol.

-¿Sentían la presión?
-Sí, claro, como les pasa a los chicos actuales. Lo supimos resolver. Teníamos gran equipo. Recuerdo que al final del partido, nos hacían fotos y yo me llevé todas las camisetas y pantalones. Se los regalé a todos los chicos del barrio. Yo vivía al futbol de esa forma, no me amargaba. Me gustaba meter goles y esa tarde pude quedar en la historia. No me quedo con la gloria, sino con el momento.

-Después lamentablemente no quedaste entre los citados al mundial…
-Sí, una pena pero no lo tomé como una frustración. Eran otros tiempos. No me encontré entre los convocados y me fui a comer con unos amigos. Hubiera sido lindo, hoy por ejemplo soy fanático de la Selección Argentina. No voy a la cancha a ver ningún equipo. Solo miro por TV a la Selección. Lo que pasó es que AFA era un caos, ese proceso tuvo tres entrenadores: José Varacka, Vladislao Clap y Víctor Rodríguez. Enrique Sívori lo había iniciado, de hecho él me citó. Quizás por ser del interior, me quedé afuera. Pero no lo vi como una tragedia, yo jugaba para hacer goles. Terminaba el partido, me iba a casa y no hablaba más del tema.

-¿Le tenés fe al equipo actual?
-Sí, claro, tenemos un gran equipo, falta que se acomoden nomás y que les saquemos nosotros esa mochila pesada que traen puesta por culpa nuestra. En el túnel nomás antes de entrar a la cancha se les transforma la cara. Se mal predisponen. Saben que los van a putear si no meten 10 goles. Ellos sienten la camiseta más que nosotros, por eso vienen. Son millonarios, ídolos en sus clubes, ¿para qué van a arriesgar su prestigio por la Selección? Simplemente porque lo sienten igual o más que nosotros.

“Chupete”, el personaje

Guerini argumenta que la gente ahora lo saluda por las calles más que antes. En tiempos de futbolista, se declaraba “mal llevado” pero en defensa propia. Lo incomodaban que le pidieran fotos, los reportajes, y autógrafos. Se escapaba por la puerta de atrás. No leía diarios, ni escuchaba radio ni miraba televisión. Ajeno a los tiempos de la globalización y sin tanto marketing llegó a vestir la casaca de Real Madrid. Con un representante común y corriente hubiera dado la vuelta al mundo. Pero su carácter humilde, tímido y hasta retraído le dio color a uno de los personajes más increíbles de nuestros pagos.
“Eran otros tiempos, de Real Madrid llamaban a la cancha de Racing en Nueva Italia para comprarme porque me había ido de Málaga cuando me lesioné la rodilla. Me iba caminando 20 cuadras a negociar. No entendía mucho. Tampoco es que hicimos la diferencia económica. En España sí, pero acá, era otra historia. A mí me agarraba la loca, me empacaba y me iba para cualquier lado”, explicaba con risas Guerini mientras exhibe un premio por ser el mejor jugador del Nacional ’72 de la Revista “El Gráfico”. No fue a retirarlo porque tenía vergüenza. Se lo trajo el periodista Víctor Brizuela desde Buenos Aires.

La reverencia de Mario Pereyra y el tabaco

“Una vez fui a Cadena 3 a acompañar al periodista amigo, Ramón Gómez, por la mutual de los ex futbolistas que iban a inaugurar, y cuando entro al estudio un hombre me mira, se arrodilla y me hace reverencia, como alabanza. Yo no lo conocía y pensé que estaba loco. Resulta que era Mario Pereyra, que es hincha de Talleres. Años escuchando la radio y nunca supe quién era. Me reía mucho. A veces pasan esas cosas y uno no entiende nada. Una vez Ramoncito Mestre me contó que su padre Ramón Bautista me prendía velas. Uno no sabe si creerlo o pensar que se le están riendo en la cara”, expresó con esa inocencia propia de aquellas personalidades con capacidad de abstraerse de los hechos cotidianos le permiten invulnerabilidad. Por eso no le costó jugar en La Bombonera ni en Real Madrid, en donde en su debut le convirtió dos goles a Espanyol. “En Madrid me tuve que largar más a hablar con la prensa, pero porque prácticamente me obligaban. No me gustaba para nada”, agregó.
No era adicto al tabaco pero disfrutaba del acto. Cuenta con humor que siempre fumó dos etiquetas de cigarrillos por día. Y que en su primera noche en la concentración compartió habitación con el alemán Paul Breitner. Prendió dos cigarrillos a las 3 de la mañana y el alemán se despertó para retarlo. “Pero al otro día nos fumamos un puro juntos. Él era comunista, un gran tipo. Yo toda mi vida fumé, nunca me cuidé con las comidas. Pero era vivo, no fumaba delante del técnico. Igual, me sentían aroma a humo pero no me decían nada y yo me hacía el distraído”, se ríe.

Ir y volver a Madrid

“¿Usted está loco? ¿Todos los jugadores del mundo quieren jugar en este equipo y usted se vuelve a Argentina?”, le consultaba sin dar crédito a sus oídos Luis De Carlos Ortíz, presidente de Real Madrid, cuando “Chupete” imponía romper su contrato con la entidad “Merengue” para volverse a Córdoba, a jugar con Talleres en la Liga Cordobesa. Le restaban dos años más de vínculo. Y se vino nomás, a pesar de que intercedió el mítico Alfredo Di Stéfano para convencerlo. “Estaba Amadeo Nuccetelli en Sevilla, había venido a comprar a (Daniel) Bertoni, sin suerte. Lo fui a saludar al aeropuerto y me preguntó si quería ir. Armamos los números en una mesa me acuerdo y me vine. Me empaqué”, describe con naturalidad.
“No me arrepiento porque en ese momento pensaba de esa forma. Extrañaba. Uno con el tiempo piensa si hizo lo correcto y creo que no volvería actuar así, pero yo tenía esa particularidad: me agarraba la loca, me encerraba y me iba. Como hice en Punta Alta, Málaga y Juniors. Perdí plata. Y en Talleres, en mi primera práctica, no había agua caliente porque la estufa no funcionaba. Ahí me puse a pensar si no había hecho una macana. Pero después fue toda satisfacción, si salimos campeones. Le ganamos a Racing por penales la final y yo metí el último tiro para dar la vuelta”, rememoró con ese tono particular que a uno lo confunde si lo dice en serio o está bromeando. Fiel a una esencia que combinaba su perfil bajo y humildad con una desfachatez propia de la calle y el potrero.
“Ahora con mi mujer estamos pensando en volver a Madrid”, se confiesa. “En Córdoba la pasamos lindo, pero estamos solos. Tenemos una hermana cada uno, pero las navidades, cumpleaños y fiestas, estamos solos. Voy a la UCFA todos los sábados, a ver a los “Ingenieros” donde juega el periodista “Pato” Fernández, pero no juego, voy a comer asado. Ahí me saluda todo el mundo”, fueron las explicaciones de Guerini sobre la nostalgia que los separa de ambos lados del océano. “Cuando me retiré del futbol, puse un local de ropa deportiva en la Recta Martinolli. Y lo tuve que cerrar. Me fui a España, trabajé coordinando con otros encargados de seguridad los egresos e ingresos en un edificio. La gente no podía creer que yo era Guerini y trabajaba ahí y no seguía ligado al fútbol. Nunca tuve carácter para ser técnico. Estuvimos 21 años sin volver. Ahora que estamos desde 2011, queremos ver cómo está la mano, para ver si volvemos, porque nuestros corazones están allá: mis cuatro hijos Iñigo, Carlos, Pablo y Paola, con los nietos Martina y Paolita”.
Así fue siempre “Chupete”, un personaje de historietas en una Córdoba donde en cada rincón del córner, en cada canchita de barrio tiene una historia para contar y un crack para inmortalizar. Es sobrino de otra gloria cordobesa y nacional, como el “Lalo” Lacassia, nacido en Juniors, con paso dorado en Independiente. Como para no heredar talento por vía sanguínea. Y Guerini tiene su nombre inscripto en ese altar privilegiado, grabado a fuego, de leyendas cordobesas.

La patada a Bianchi justo “ahí”

Ahora lo toma como anécdota y humor, pero estuvo por momentos alerta. En el Nacional del ’72, Belgrano recibía a Vélez Sársfield en Alberdi, partido que terminó con un escándalo en los vestuarios. Aunque trascendió poco y nada. En los ’90 minutos, en un córner a favor, “Chupete” Guerini forcejeó con el delantero Carlos Bianchi, y éste le pegó una trompada en la nuca que casi lo deja inconsciente. El partido terminó. El “Virrey”, que después fuera campeón del mundo como DT de Boca Juniors y “el Fortín”, se fue al vestuario. Pero “Chupete” preparaba su venganza.
“Le dije al utilero Oscar Díaz que me avisara cuando Bianchi saliera de ducharse. Cuando me hizo la seña, salí y lo arrebaté con una patada en la entrepierna. Bien puesta. Saltaron todos a pegarme pero mis compañeros me defendieron. Hubo un tumulto y después no pasó nada”, recordó. Con el tiempo, Alfio Basile, después de dirigir a Talleres, acordó condiciones para hacerse cargo de Vélez en el ’82 y lo quiso llevar al “Chupete” como refuerzo. “Tranquilo Guerini, ya hablé con Bianchi y todo está bien, no hay rencores, me mandó a decir”, le repetía el “Coco”. Pero igual no aceptó. “No quise ir a Buenos Aires porque ya estaba viejo, instalado en Córdoba. Además, mirá si Bianchi cambiaba de opinión… Allá mandaba él nomás”, narró entre risas.
También comentó que rechazó una propuesta del DT Ángel Labruna, que fue de Talleres a River, y se terminó llevando a sus compañeros de ataque Pedro González y Morete. “Fueron todos menos yo. Y está bien, yo de Córdoba no me quería mover más. No tenía ganas”, recordó.

Se hartó, alzó su bolso y se retiró

Juan Rodríguez Brizuela (*)

Actuó fiel a su estilo, a su esencia. Un crack inolvidable, dueño de una elegancia única y con una pegada prodigiosa. Y con la misma sorpresa, con lo impredecible de sus gambetas, tomaba decisiones de vida. Recuerdo que era el año ’85, yo cumplía funciones en el diario Córdoba y LV2, fui a la cobertura del partido de Juniors y en ese entonces, el primer equipo como costumbre miraba a la Reserva en las tribunas. En el entretiempo se iban a cambiar y mientras bajaban veo que “Chupete” Guerini sigue de largo, no pasa por el vestuario. Le pregunté: “¿A dónde vás?”. “Me voy al auto, me cansé, me cansé. Me voy a mi casa. No juego”, me responde. “¿Cómo que te vás, te lesionaste? ¿Estás enojado?”, le retruqué. “Me harté, me retiro del fútbol, no tengo más ganas de jugar. Chau. Decilo por la radio. No juego más”. Fue de las cosas más insólitas que vi en una cancha. A los que ya lo conocíamos, sabíamos de sus posturas intempestivas, impulsivas, y nos llenó de humor a todos. Igual, un jugadorazo de su categoría merecía un partido despedida, un reconocimiento especial.
Aquellos que los disfrutamos nunca olvidaremos su obra con la pelota.

(*) Periodista deportivo,
“Deportes en Marcha” de Canal 12
y Radio Suquía

Tapa Edición Impresa

Seguí el desarrollo de esta noticia y otras más,
en la edición impresa de La Nueva Mañana
 
[Desde junio en todos los kioscos de la capital de Córdoba]


Últimas noticias
Te puede interesar
Lo más visto