Entre el reglamento y el nuevo mamarracho

La definición de un ascenso a la segunda división del fútbol argentino dejó en claro que nos resulta imposible sacarnos de encima los vicios de las trampas y conservamos la vocación de manipular las reglas. La final entre Riestra y Comunicaciones pudo ser una bisagra.

Opinión 12/08/2017 Eduardo Eschoyez
Invasion

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Hace unos días, el fútbol argentino tuvo la oportunidad de ponerse los pantalones largos y demostrar, en los hechos, que hay una vocación manifiesta de caminar hacia escenarios más confiables que los actuales. Sin embargo, fue testimonio de un episodio que refleja la falta de seriedad, justicia y respeto, que se proyectan en las canchas pero que se generan en un país acostumbrado a convivir con la trampa, por más que la maquillen como picardía o viveza.

Repaso rápido: Riestra y Comunicaciones definían un ascenso a la B Nacional desde la B de Buenos Aires. O sea, de tercera categoría a segunda división. Comunicaciones había ganado 1-0 en el primer partido; Riestra, de local, se imponía 2-0, resultado que le permitía ascender. Cuando faltaban cinco minutos, los hinchas de Riestra se mandaron a la cancha y forzaron la suspensión especulando con un final anticipado del juego y la consumación del ascenso. Después, se supo que Riestra también había modificado la medida de las áreas grandes (80 metros cuadrados extras), para aumentar el terreno de máxima sensibilidad pensando, posiblemente, en algún penal salvador.
Obviamente, el partido no terminó. Imagen patética: mientras el árbitro indicaba la suspensión y miraba nerviosamente cómo salir de ese hormiguero, Riestra, despojado de pudor, hasta se permitió el lujo de celebrar el ascenso mientras Comunicaciones deambulaba en la cancha como perro que volteó la olla…
Aunque estemos plagados de ejemplos en sentido contrario, en algún lugar de nuestros corazones tenemos la esperanza de que las cosas cambien. Pero que cambien para bien. Que evolucionen. Que nos inviten al esfuerzo de la cosa bien hecha, aunque el camino resulte más largo. Que le den sentido al que respeta la ley y condenen a los otros.
A todos nos dio vergüenza lo que pasó. De la misma manera en que nos lastiman las barras bravas, los goles ilegales y los estafadores, nos incomodan estos hechos porque, además, nos muestran cómo vivimos. ¿Llegará el día en que podamos diferenciar la picardía de la trampa? ¿Desarrollaremos alguna vez un modelo de viveza que no caiga en la tentación de sostenerse sin perjudicar a alguien?
Parte de las respuestas estaban en manos de la AFA, al menos en el plano deportivo. Se trataba de una gran oportunidad para abrir la ventana y que por allí entrara aire fresco. Pero nos encontramos con que, otra vez, sólo tuvo insolvencia ética para ofrecer. Ignoró las reglas y resolvió una sanción intermedia, que genera una profunda sensación de injusticia. Porque en vez de castigar al equipo cuyos representantes (jugadores, hinchas o dirigentes) entorpecieron el final del partido, ordenó ¿jugar? los cinco minutos restantes como si lo otro no hubiera ocurrido. Es anecdótico cómo resultó la ecuación. Tanto, como permitir el ascenso de Riestra y descontarle 20 puntos en la nueva categoría, un hecho que anuncia su descenso anticipado. A esta altura, es hasta secundario revisar que por el simple hecho de haber agrandado las áreas, el partido debió jugarse de nuevo….
Intentemos una mirada macro. Lo que hizo la AFA fue legitimar la trampa. Le dio un sustento legal desde los escritorios y sostuvo la brecha por la que se mandan y viven los personajes que nos hacen daño. Porque estos ejemplos, en los que se combinan la transgresión, la inacción y la omisión, diagnostican lo que somos. La AFA suspendió la cancha de Riestra por 10 fechas y se anotó un ingreso importante (traducción: Riestra deberá pagarle una multa de 300 entradas durante 10 fechas), a pesar del rigor de la letra de la reglamentación. Pero, fundamentalmente, le dijo a esos 200 tipos que invadieron la cancha y a los millones que lo vieron por televisión, que es recomendable la hostilidad, la ventaja a ultranza. Que todo vale para ganar y no es tan malo hace trampa. Y si no se puede ganar, lo importante es que pierda el otro.

No tiene mucho sentido comparar esta situación con otras que se dieron en el pasado medio, porque evidentemente son tiempos diferentes. Los intereses y ciertas condiciones que fueron modelando el fútbol moderno, tallaron criterios nuevos. Algunos, fundamentalistas, como aquel que sostiene que los partidos se ganan y se pierden en la cancha. O sea, siempre estará abierta la posibilidad para que ocurra cualquier cosa. Acá había dos caminos: hacer cumplir las reglas o incurrir en un nuevo mamarracho. En todo el mundo vieron lo que pasó y ahora, con justa razón, tenemos que hacernos cargo. Lejos de tener transparencia, nuestro fútbol luce tan contaminado como siempre.

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