Gestores culturales en pandemia: el desafío de sostener

Con variables restrictivas o flexibilizantes, Argentina se acerca a los 200 días consecutivos de medidas preventivas para afrontar la emergencia sanitaria provocada por la pandemia del Covid-19.

Ed Impresa 22/08/2020 Cecilia Salguero *
Gestion cultural
La gestoría cultural independiente consiste en llevar adelante y en simultáneo muchos proyectos donde desplegamos capacidades y resumimos identidades diversas. Foto: gentileza

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Especial para La Nueva Mañana

Pasado el shock de la noticia tan global como incomprensible, las horas pasaron entre la estupefacción, el recupero de sueño atrasado, la limpieza de rincones olvidados de la casa y el micro lavado de todo lo que venía de afuera incluyendo ropa y cuerpo. Como gran parte de la población, sobrevivimos en esa frontera gris entre la distopía y el ridículo doméstico confiados y confiadas en que todo pasaría en un par de semanas. 

En una segunda etapa que inició en abril, pasamos a una suerte de despertar de la consciencia sectorial. Ante las cifras de personas en situación de emergencia alimentaria, entidades como el sindicato de músicos y músicas de la provincia lideraron una articulación institucional que permitió la creación de un fondo solidario para ayudas económicas y alimentarias para unos 700 artistas de toda la provincia que al momento de esta edición las siguen recibiendo. 

Quienes no estamos representados y representadas por una institución gremial consolidada, activamos otras trincheras: las redes de trabajo informales donde, enlazados por identidades comunes, debatimos opciones de subsistencia y, fieles a la premisa de que toda producción cultural profesional resulta de un trabajo en equipo, compartimos cierta preocupación por las tragedias visuales y auditivas emitidas en directo en plataformas digitales desde los livings de muchos artistas. 

Como sector consciente de nuestras carencias, en esta cuarentena incorporamos una nueva noción de privilegios: además de la heladera llena, tener conexión continua a wifi, al menos dos aparatos tecnológicos. Y hay otro espectro de privilegios: no tener familiares a cargo. 

Estas redes informales se expanden y no restringen cuando se las diseña con la famosa premisa de que la salida es colectiva, y esto es así con o sin pandemia. En esos espacios circula información útil y también mucho afecto. Por esos días escuché muchas veces el antídoto ansiolítico: “ya veníamos de años difíciles y el verano pasado fue mortal”.

Nuestro trabajo se nutre de un componente afectivo importante que en general resulta de trayectorias compartidas y tiene otros ingredientes: ser gestora cultural independiente consiste en llevar adelante y en simultáneo muchos proyectos donde desplegamos capacidades y resumimos identidades diversas. Por necesidad o por la naturaleza de nuestro oficio, es muy raro vernos con un único proyecto que garantice sustentabilidad económica y creativa. Quienes dentro de nuestras unidades de negocio producimos además música en vivo en Córdoba y no tenemos sala o marca-festival propios, unos meses antes de los veranos “salimos a vender” propuestas a quienes definen las agendas de la temporada estival que se despliega en los centros turísticos fuera de la capital y casi siempre de la mano de gobiernos locales.

Ya en octubre de 2019 fue difícil competirle a la furia electoral con un show de música infantil, local o de autor que no suene en medios masivos. Apenas empezaba a discutirse la reglamentación de la ley de cupo en escenarios, los municipios estaban terminando sus gestiones sin poder comprometer presupuestos. Como cada 4 años, los asumidos en diciembre improvisan sus primeros meses de gestión sin saber con qué cuentan, qué plan se sostiene y cuál se modifica para el nuevo período. Así es que pasado el magro verano vino un febrero 2020 con esa fugaz esperanza: la de planificar para un país que concretaba los famosos primeros 100 días de gestión y esto exime a nuestro gobierno provincial que, en el afán de parecerse a sí mismo desde hace unos 20 años, requiere otro tipo de análisis.

Sillas - Bar

En mayo fuimos testigos de la creación de nuevas redes y asociatividades, a las que muchos y muchas se sumaron bajo el formato de cámara, asociación o agrupación y con ellas nuestros grupos de whatsapp desbordaron de convocatorias a reuniones con diferentes premisas: redactar protocolos, definir exigencias hacia el Estado, organizar ciclos de música online, etc. Si bien es cierto que el sector privado y educativo durante las dos últimas décadas trabajó en la capacitación y profesionalización de agentes culturales, en Córdoba en los últimos años vimos muchas personas jóvenes ingresando al mundo del Arte y la Gestión de la Cultura y los Espectáculos con mejores herramientas que quienes nos iniciamos en los noventa. Sin embargo, a esto ya lo vivimos: concluida la efervescencia, llega la implosión. Porque no alcanza con tener herramientas de profesionalización sino que para que un sector se consolide como fuerza de trabajo, de impacto económico y de transformación social, también hace falta formación política. 

Así llegamos a esta tercera etapa donde, en el afán por debatir legitimidades hasta el cansancio, si sos más artista que productor o más estatista que autogestivo, afuera siguen los contagios, se extiende la cuarentena, se habilitan actividades esenciales y otras que no lo son tanto, se nos recuerda que lo nuestro seguirá ocurriendo puertas adentro, hacemos un esfuerzo para no esterilizar el debate en shoppings abiertos versus teatros cerrados. 

Poco llegó a trascender la idea de Emergencia Cultural cuando el Estado nacional salió a proponer ayudas específicas para nuestro sector. Y cada vez que el Estado a través de sus áreas de Cultura -en cualquiera de sus niveles- abre una convocatoria, las y los gestores culturales nos hacemos cargo de nuestra propia grieta: la de quienes vemos el vaso medio lleno o medio vacío según la cara de quien lo sirva. Escasas experiencias tenemos para alardear donde el Estado acciona en base a demandas colectivas concretas porque, asamblea va, asamblea viene, aún no supimos sistematizarse y en muchos casos ni las tenemos detectadas. 

En esta segunda quincena de agosto, la pandemia acredita millones de días que ya no contamos porque probablemente la mayoría tratamos de salir adelante con una ayuda familiar, fuimos beneficiarios de algún subsidio o peor aún, pusimos pausa al oficio hasta que pase la tormenta. Me pregunto qué es lo que aún no soñamos para seguir amoldandonos a lo que el Estado propone o enojándonos con lo que omite? 
Qué preguntas no nos hemos hecho mientras aplicamos a esas convocatorias, desgastadas, enfrentados, tercerizadas, pobres, en resumen: desarticulados y desarticuladas.  

Cecilia Salguero
* Cecilia Salguero es Gestora Cultural. Compiladora del libro "Cultura Independiente Córdoba, un archivo que comienza” (RGC Ediciones). Foto: Sebastián Salguero

  
   

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