Palabras Prestadas: mi papá me dijo que...

A las puertas del Día del Padre, esta columna de Palabras Prestadas recupera lecturas en la voz de hijos, hijas y papás que comparten la vida, como pueden, como quieren, como les sale.

Ed Impresa 20/06/2020 Barbi Couto
Libros

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Especial para La Nueva Mañana

Es cosa rara el paso del tiempo y los vínculos que nos unen generación tras generación. Cuando uno tiene la edad de ser padre y de ser hijo a la vez extiende y entiende los lazos que brotan desde uno como ramas/raíces de padres a hijos ida y vuelta. Soy de Racing porque mi viejo lo es. Atesoro en mi biblioteca algunas joyas literarias desde mis 11 o 12 años que me regaló solo porque sabía que me gustaba leer. Tengo dos hijas que admiran de su papá que es divertido y coincido con ellas que el humor es un abrazo que nos hace felices. El amor es ese vínculo que nos conecta, nos apapacha, nos delimita las fronteras de ese espacio al que llamamos hogar. Convido palabras de hijas e hijos, y palabras de padres. Que comparten tiempo, que juegan, que ven tele, que conversan, que enseñan, que aprenden, juntos, que no temen embarcarse en una aventura, sin dudarlo, para acompañarse un rato más.

A veces quiero estar con mi papá.
Pero él no siempre quiere estar conmigo.
A veces él quiere estar conmigo.
Pero no siempre yo quiero estar con él.
A veces los dos queremos estar juntos.
Cuando estamos juntos le pregunto cosas que quiero entender.
O me explica otras aunque yo no pregunte.

(Papá y yo, a veces, de María Wernicke, Calibroscopio).

* * *

—¿Vamos a comprar helado? —pregunta Maia.
Papá quiere probar nuevos trucos en el trampolín, y le dice a Maia que es grande y que puede ir sola.
Pero frente al puesto hay una cola enorme, llena de niños que empujan, pelean, y se saltan el turno.
Los vendedores ven a los más altos y a los que más gritan.
Maia regresa con su papá.

—De todas maneras no tenía hambre.

(Mi pequeño gran papá, de Mari Kanstad Johnsen, Niño Editor).

* * * 

En casa somos papá, mamá, mi hermana Margarita, yo y Gala y Batuque, nuestros perros. Mi mamá trabaja por todo el país y viaja casi todas las semanas. Mi papá, en cambio, trabaja en casa, así que pasamos mucho tiempo juntos.

Antes de cenar, casi siempre juego al ajedrez con mi papá. Al principio él me advertía cuando estaba por hacer una jugada equivocada, pero ahora no me ayuda más y pierdo casi siempre. Dice que estoy aprendiendo mucho y que pronto le voy a ganar, pero yo no estoy tan seguro.

(De familia en familia, de José Nesis y Paula Szuster, Ediciones Iamiqué).

* * * 

El árbol tenía miedo de que la pequeña partiera y se perdiese quiensabedónde. Así que empezó a quedarse despierto toda la noche y todas las noches con sus hojas protegía a la pequeña semilla de la luz de las estrellas.
“¡Duerme, duerme —repetía el árbol— solo una noche más!”

(Quiensabedónde, de Cristiana Valentini y Philip Giordano, AH pípala).

* * * 

Mi papá me dijo que la selva es un ser vivo que se muere y vuelve a nacer y que es como una casa para miles de animales y plantas, y que ahí dentro viven muchos espíritus.

Si un día voy a la selva, voy a decirle a los espíritus que los quiero y que están invitados a venir un día a casa a tomar chocolate con churros.

(Mi papá estuvo en la selva, de Gusti y Anne Decis, Pequeño editor).

* * * 

A mí lo que más me gusta es que nos sentemos juntos a ver la tele. Y como soy el más chico, mi papá todavía me hace a upa. Ya sé que no soy un bebé como me dice mi hermano cuando me hace burla. Pero igual me encanta que mi papá me levante, me apriete, me revuelva todos los pelos y me dé unos besos que me dejan los cachetes bien colorados. Mi papá es muy cariñoso, y yo creo que mi hermano me hace burla porque le da envidia y celos.
(Un partido sin papá, de Claudia Cesaroni, ilustraciones de Diego Moscato, Tren en movimiento).

* * * 

Mi niño llora y dice que no le gustan las espinas y quién puede culparlo ahí parado en medio del abrojal. Y yo, que sacaría una a una las espinas de este mundo con mis manos de acariciarlo, ahora solo le saco las espinas que se le quedaron clavadas, y lo distraigo contándole que esas espinas son semillas, que la naturaleza en su inmensa sabiduría siembra a partir de esos pequeños dolores, esparce la vida aunque para eso tengamos que sufrir un poco. (...)

Yo, que ahora mismo enviaría al infierno al mismísimo dios solo por haber puesto esa pequeña espina en el llanto de mi niño, sé que el hombre que será algún día está hecho de todas las veces que estuvo parado en un abrojal.

(20p, de Luciano Debanne, ilustraciones de JP Bellini, Ediciones de la Terraza).

* * * 

—¡Bienvenido! —dijo el señor Zoom. Era un bebé pingüino.
—¿Papá? —dijo el bebé.
—Hasta cierto punto —dijo el señor Zoom, y decidió llamarlo Pini.
—¿Antartidaquí? —preguntó Pini.
—Antartidallá —dijo el señor Zoom, porque quería que el pequeño Pini supiera dónde se encontraba. Y colgó en la puerta de su oficina un cartel, “Vuelvo enseguida”, encargó por teléfono un billete para la Antártida, puso a Pini en un portabebés y los dos volaron hacia el sur aquel mismo día.

(Nos vemos en la Antártida, de Nurit Zarchi, ilustraciones de Batia Kolton, AH Pípala).

 

 

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