Palabras prestadas: “Mientras haya un camino frente a nosotros”

La columna de Palabras Prestadas se llenó de magia. De esa que habita los cuentos, que cargan los ilusionistas y pedimos en deseos, pero también de esa magia de cada día.

Ed Impresa 24/01/2020 Barbi Couto
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La magia, la real, la que realmente puede cambiarlo todo, está dentro de nosotros. En la mirada, en la piel, en la capacidad de escuchar, de ver, de sentir.

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Especial para La Nueva Mañana

Cuando me senté a pensar sobre qué tema escribir esta semana, mi compañero mencionó la magia. Así que emprendí la búsqueda de textos con la magia como horizonte. Busqué galeras y conejos, pociones, genios y deseos, sucesos sobrenaturales, aunque principalmente quería magias cotidianas, más al alcance de cualquiera, de esas que pueden aparecer a la vuelta de la esquina pero que son tan esquivas cuando una las busca adrede. Pienso ahora que el problema es creer que la magia está en las cosas. La magia, la real, la que realmente puede cambiarlo todo, está dentro de nosotros. En la mirada, en la piel, en la capacidad de escuchar, de ver, de sentir. Descubrir ese poder es agitar la varita. Así que dejé de buscar cosas y empecé a buscar personajes. En el camino aparecieron ilusionistas, reyes y soldados, niños y padres y hasta descubrí por ahí a alguien queriendo llevarse todo por delante, incendiarlo, quebrarlo de amor. Les convido un puñado de magia, un puñado de textos, ¡abracadabra!

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* * *

Era un gran ilusionista

tragaba tres rosas finas / y luego sacaba de la boca / un kilómetro de serpentinas

una noche, en el centro de la pista, / dijo el gran ilusionista: / respetable público de chicos y chicas, / aquí viene una sorpresa… / ¡atención!

y mascó tres rosas finas, / todas muy bien masticadas: / y luego sacó de la boca, / en vez de serpentinas, / tres palomitas doradas

una de ellas fue a Brasil / y otra a la China voló; la tercera y más pequeña / en Portugal se quedó

¿y el ilusionista?

no hizo más que / sacar la lengua, y luego se fue

¿y qué pasó después?

el respetable público / de chicas y chicos / dio una gran carcajada

y así llegó el fin / de esta historia encantada

(“Una rosa en la trompa de un elefante”, de António José Forte)


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—Si pudieras pedir tres deseos, ¿cuáles serían?

Tener un dinosaurio, que me regalen un transformer bien grande y que un día caiga nieve. (Iñaki Videla Kotik, 5 años)

—¿Qué harías si fueras un sacapuntas?

Les sacaría punta a los lápices porque siempre estaría con hambre. Y tendría forma de unicornio. (Zoe Slodki Dantur, 6 años)

—¿Qué objeto especial tendrías en tu casa soñada?

Una máquina expendedora de deseos con letritas del abecedario para escribirle, para que me dé todas las cosa que le pida. (Antonieta Britto Soto, 9 años)

(“Este es mi yo” Preguntan, responden y dibujan los chicos del Taller Azul a vos)


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Algunas noches cenábamos café con leche y sánguches de queso… ¡una fiesta! Muchos años después supe que las mejores cenas de mi niñez eran inventos de unos papás que no sabían cómo alimentar cuatro hijos.

(“Una caja de libros”, de Valeria Daveloza)


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—¡Trae ya a tu soldado, / tengo un gran requerimiento! / He comprado barriletes / para usarlos a mi gusto, / pero si no hay viento un día / ¡puede ser un gran disgusto!

Entonces el rey a su soldado / dijo sin dar un argumento: / “Aquí tienes la botella, / almacena todo el viento”.

Así fue que el viento trajo, / nadie sabe cómo hacía / pero el obediente soldado / siempre, siempre les cumplía.

(“El rey, la reina y el soldado”, de María Zeta)

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Me trepo a lo más alto del manzano, / el cielo sobre mí, la tierra abajo. / Por estas ramas, una mágica escalera / hacia la ciudad que arriba me espera.

Sigo trepando, cada vez más alto, / me impulsan las ramas y veo un arco, / destellos de cúpulas y de torrecillas / con el fulgor de la espuma marina.

Trepo y trepo de rama en rama; / se cierran, pero nunca me atrapan; /  antes siempre algo me hacía parar, / pero hoy sé que nada me detendrá.

Hoy voy a llegar al final de la escalera, / ¡a las torres radiantes que ahí me esperan! / Sigo trepando, cada vez más alto, / el cielo muy cerca, la tierra allá abajo.

(“Trepo alto” de Amy Lowell en versiones de Daniela Camozzi en el libro “La cúpula de cristal”)


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Toqué el cielo con las manos / pero eso es poco / bebí el juego del cielo / ese desatino / que enloquece a los hombres / y quise más. / Nunca estaré conforme / ni podré olvidar / las puertas de la dicha.


Fue todo de sorpresa / yo creía / que nada me hacía falta / por tener los bolsillos vacíos / la cabeza vacía / pero los ojos pardos / capaces de mirar con amor / y hacer que se abra / cualquier puerta. / Entonces te vi (...)

(“Las puertas del cielo” y “Fue todo de sorpresa” de Gustavo Roldán en “Poesía a la carta”)



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abriste la puerta / y encontraste una habitación vacía / pero ¿ves? / hay otra puerta / y otra habitación / y otra puerta

no hay nada que rogar / mientras haya un camino / frente a nosotros.

(de “Baldío y otros poemas olvidados” de Diego Cortés en “Ruido sobre ruido, poesía reunida”)

***


ahora voy a preguntar algo / realmente / estúpido

¿a nadie le arde el alma?

cuando alguien me dice /  que va a hacer / lo que pueda / sin arriesgar su espíritu / siento que todo es inútil

que hablar es inútil / que escribir es inútil / que cantar es inútil

¿cuál es la vida que vivimos?

ahora voy a preguntar algo / más estúpido

¿a nadie le angustia pensar / que el tiempo / se acaba?

hay que trabajar más duro 

más duro

hay que ser más felices/ más infelices

hay que llevarse todo por delante / incendiarlo / quebrarlo de amor

(“Poema estúpido” de Diego Cortés en “Ruido sobre ruido, poesía reunida”)

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Llegan cada vez más comensales.

—¿Pero a cuántas personas has invitado? —pregunta Pinzón.

—En realidad, sólo a dos —dice Tungsteno—. Pero les he dicho que todos los que vinieran podían traer consigo a otros dos invitados. ¿Has visto qué buena idea?

(“La fiesta de Pinzón”, de Wouter van Reek)


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Escribir es ir a una estación de trenes, cualquiera, sin esperar a nadie, sin leer en las pantallas el origen ni el destino, acercarse al andén y ver bajar la gente y ver. Ver sin mirar. Hasta que algo —alguien pero también algo— se desprenda del resto. Algo que nos resulte propio, nuestro. Hasta que una mirada o un objeto o una acción nos llame directamente.

¿Cómo saber qué buscamos si sólo podemos reconocerlo en el encuentro? Sólo estando ahí, presentándonos a la cita. El escribir —no la escritura— es la estación de trenes. Esa estación, con nosotros en el andén, en el momento exacto en que el tren llega, la gente se pone de pie y se abren las puertas.

(“Quimera” de Eugenia Almeida, en el libro “Inundación, el lenguaje secreto del que estamos hechos”)


* * *


Instrucciones para el ataque de alegría

(infalible para hacer reír a mamás tristes)

De pie.

Brazos pegados a los costados del cuerpo hasta el codo.

Ayuda tener rulitos, como yo.

Levantar los antebrazos en ángulo recto.

Apretar los puños.

Apretar los dientes.

Sonrisa.

Y temblar, temblar, temblar de alegría.

(fragmento de “Mancala”, de Natalia Porta López)

 

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