Algunas particularidades de la producción agraria de la pampa argentina

Desde que el dirigente social Juan Grabois dio a conocer una propuesta informal de reforma agraria, los medios introdujeron el tema en la agenda.

Ed Impresa 20/09/2019 Facundo Piai
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Tanto la fisonomía como los sujetos sociales del campo son tan complejos como diversos. Foto: Archivo

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Especial para La Nueva Mañana

Algunos de los planteos del referente de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) retoman las declamaciones históricas de los movimientos sin tierra. Bajo la proclama de que tenemos “un país campesino sin campesinos” y que la tierra debe ser de quien la labra, Grabois propone repartir la tierra, “nadie puede tener más de 5 mil hectáreas”, para que no haya terratenientes en la Argentina, a la par que propone la “expropiación” de 50 mil parcelas para entregárselas a pequeños productores horticultores. La discusión abierta nos invita a describir algunas particularidades del agro.

Desde que el agro pampeano se incorpora al mercado mundial a mediados del siglo XIX hasta hoy ha corrido mucha agua bajo el puente. Es de esperar que los avances tecnológicos, la incorporación de innovación, como así también la modificación de la política y economía global con la irrupción de China y su extenso mercado, hayan repercutido en el modo en que las unidades productivas agrarias combinan los factores para conseguir comodities agropecuarios.

El actual modo de producción deriva de un proceso económico que tiene su origen en el abandono del modelo económico de industrialización por sustitución de importaciones durante la última dictadura militar. En efecto, las desregulaciones financieras implementadas por Martínez de Hoz abrieron un ciclo marcado por el intento de los diferentes sectores de la economía de acceder a la renta financiera. Este proceso impactó en el agro, naturalmente.

A partir de 1977 comenzó la fase de liquidación de cabezas de ganado vacuno más profunda de la historia. Sin embargo, la disminución de las tierras destinadas a la ganadería no significó un aumento de las tierras cultivadas, como ocurría anteriormente. Estudios sobre la producción agraria concluyen que la renta agropecuaria producto de transformar las vacas en carne no fue reinvertida en el sector, tampoco el excedente agropecuario; sino que, por el contrario, se fugaron hacia diferentes instrumentos financieros. Así, la producción pampeana comenzó a estar determinada por tres rentabilidades, las tradicionales (la ganadera y agrícola) más la financiera.

La recuperación del precio internacional de los granos, más la incorporación de avances técnicos a la producción, como herbicidas y fertilizantes, posibilitaron una explotación más intensiva de la tierra permitiendo la combinación de diferentes granos en una misma campaña agrícola (soja y trigo). Estas particularidades admitieron la inédita existencia de fenómenos otrora imposibles, como el aumento de las tierras ociosas y, al mismo tiempo, una expansión de la producción agrícola.

En la década del ochenta, consecuencia de la reducción de la inversión productiva, encarecimiento de los bienes de capital y la reducción de las tierras trabajadas emerge un nuevo actor que da forma a un nuevo modo de organización del trabajo rural. Empresas que disponen de maquinarias, quienes son propietarias de los bienes de capital y se dedican a prestar servicios de siembra, cosecha y/o fumigación. La rentabilidad agrícola también trajo a nuevos actores extrasectoriales como los pooles de siembra que emergen en busca de la rentabilidad de la oleaginosa, principalmente. Se trata de capitales financieros asociados para la producción de comodities que no son propietarios de tierras. Son arrendatarios. Su presencia, al igual que la de los fondos de inversión agrícola se intensifica en el ciclo productivo en la medida en que la rentabilidad agraria equipara o supera a la financiera.

A mediados de los noventa, con la incorporación de la soja genéticamente modificada, la siembra directa y la agricultura de precisión, sumado a la combinación de los factores anteriores dan por resultado el boom de la soja, que significó una expansión del área cultivada con altos rendimientos por hectárea, desplazando a la actividad ganadera del centro de escena. Tornándose vital la exportación de cereales para la balanza comercial del país.

El economista e historiador Eduardo Basualdo aclara que la producción agropecuaria es hoy en la Argentina una economía de escala que permite mayor competitividad con un descenso constante de los costos de producción a partir de las 100 hectáreas hasta las 20 mil (que significa la extensión ideal para producir con mayor rentabilidad). Cabe aclarar que la licuación del costo por hectárea no es permanente, por el contrario, si se supera la extensión ideal (20 mil hectáreas) los costos de producción se vuelven más pesados.

En consecuencia, la organización de la producción agrícola está guiada por este aspecto. De modo tal que la economía de escala es el motivo por el cual el arrendamiento de las tierras es la moneda corriente a la hora de la siembra y la cosecha. Así, los propietarios de menos de 100 hectáreas, por lo general, buscan alquilar la tierra transformándose en rentistas, puesto que trabajar esa extensión significa un costo demasiado alto.

Los grandes terratenientes, por su parte, también suelen arrendar parte de sus posesiones para no producir por sobre la extensión que significa un menor costo por hectárea labrada.

Como vemos, tanto la fisonomía, como los sujetos sociales del campo son tan complejos como diversos. Del mismo modo, las explotaciones agropecuarias difieren de acuerdo adonde estén asentadas, la productividad del predio y la actividad que puede realizarse allí. Es decir, la tierra no tiene un valor único y lineal. Una hectárea en Santiago del Estero tiene un valor muy inferior a la misma cantidad de tierra en el corazón de la pampa húmeda, por caso. “El campo” engloba a realidades muy diversas y explotaciones de diferente magnitud.

Cualquier política económica a aplicarse sobre el sector no puede soslayar las diferentes condiciones materiales de existencia de los distintos propietarios de tierra agrícola ganadera. La discusión en curso sobre la pertinencia o no de una reforma agraria pasa por alto una primordial que tiene que ver con el modelo de desarrollo que debe adoptar la Argentina para fortalecer su economía, incorporar valor agregado a sus exportaciones y, así, elevar la calidad de vida de su población. 

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